POR UN CINE (IN)ACTUAL
Por Nicolás Prividera
1. LEER EL DIARIO EN EL CINE
En una de sus buenas películas de los ’70 (no recuerdo si en Alicia en las ciudades o En el transcurso del tiempo), Wenders muestra a un personaje leyendo en el diario la noticia de la muerte de Lang. Es un momento de cine puro, en el que la ficción se superpone (y se sobrepone) a la realidad. Porque el film no se detiene ni estalla ante esa marca de lo real, sino todo lo contrario: la incorpora como metáfora, anulada y perfecta, de todo lo que el cine tiene de documental (aun el de ficción…). Y sabiendo que negar esa marca sería negar el cine mismo.
En cambio, en el cine argentino nadie nada nunca en las páginas de un diario. Al menos desde la década del ’90…
En El amor es una mujer gorda, una de sus buenas películas de los ’80 (esas que le debían mucho al primer Wenders), Agresti hace que su protagonista lea en el diario la noticia de la sanción de la ley de Obediencia Debida o Punto final. Y así como la muerte natural de Lang (antes que la innatural de Fassbinder) marcaba para el cine alemán el fin de su tardía modernidad (como pronto iba a comprobar Wenders en carne propia), la legalización de la impunidad señalaba en Argentina no sólo el fin de la primavera democrática y el preanuncio del menemismo, sino la renuncia al cine político (aunque sin poder evitar lo político del cine).
No es casual, entonces, que esa haya sido la última lectura de un diario en el cine argentino. De ahí en adelante, la realidad es algo que pasa más allá de los personajes, un trasfondo (trágico o banal) del que no se hacen cargo…
Pienso en esto a propósito de algunos films nacionales recientes que de algún modo resumen tardíamente ese repetido estigma noventista (esa necesidad de eludir la referencia directa a la realidad, con la excusa de dejar atrás el declamatorio viejo cine argentino). Pues hacer una película sobre el asesinato de Aramburu sin mencionarlo nunca (como tampoco los nombres interdictos de Perón y Evita), en pos(e) de una falsa “atemporalidad” suena, precisamente, tan extemporáneo como hacer una película sobre el “barrio” (como refugio conservador y neocostumbrista de la juventud perdida, del rock nostálgico a la cultura chabona) y quitarle todo anclaje referencial…
Pero lo epocal (sin subrayados) es tan imprescindible como lo local (sin localismos): son las marcas espacio-temporales del cine. Renunciar a cualquiera de ellas es como renunciar al conflicto: un modo evidente de invisibilizar la Historia…
Lo que, por otra parte, es tan imposible como evitar los peinados de los ’50 en Espartaco o la moda pop en 2001 (y no en vano cito dos ejemplos de Kubrick, que aun en sus films “históricos” –del pasado o el futuro- siempre quiso ser inequívocamente moderno): la época siempre deja marcas, que van a ser una referencia inevitable para los espectadores del porvenir. Así que ocultarlas es no menos vano que remarcarlas: se trata, simplemente, de asumirlas. Eso es lo que diferencia a las buenas películas de las malas. Por eso los clásicos siempre son “actuales”: porque no se preocupan por (dejar de) serlo.
2. EPÍLOGO (AUTO)REFERENCIAL
Hacia el final de mi película M tiene lugar una escena, filmada a fines de 2004, que funciona como uno de sus “epílogos”: se trata de una discusión entre ex militantes de los ’70 a propósito del gobierno de Kirchner, entonces en su apogeo. El entredicho sobre el presente era en realidad un ajuste de cuentas con el pasado: con la bifurcada historia de un militante de clase media y otro de extracción obrera (que coincidieron 30 años atrás en la “tendencia” marcada por la izquierda peronista, para luego disolverse bajo el peso de la dictadura y un proyecto inconcluso o fallido), y eso era lo que la hacía tan pertinente para el presente. (Siempre supe que M debía ser un film sobre el presente más que sobre el pasado: o, para decirlo de otro modo, sobre como el pasado está presente cada vez que se proyecta un futuro posible.)
En el 2004, el kirchnerismo era aun un futuro incierto, y eso debatían los militantes: el de clase media lo defendía como el mejor gobierno posible, el obrero sugería que no se diferenciaba mucho de los pasados. No se que opinarán hoy aquellos contendientes (aunque imagino que ambos habrán matizado sus posiciones: a uno ya no debe parecerle un gobierno tan bueno, y al otro ya no tan malo…). Lo que sí puedo decir es que yo ya no incluiría una de las afirmaciones más fuertes de la película (“Kirchner es la misma mierda que Menem”). Lo hice entonces porque era el clímax de esa discusión (y la discusión era, en sí, el clímax de la película), pero también porque el kirchnerismo no era cuestionado prácticamente por nadie (ni siquiera en fecha tan tardía como el 2007, en que la película se terminó).
Todo lo que cambió tras el llamado “conflicto del campo”: la centroderecha encontró por fin, luego de su debacle post 2001, un punto de anclaje simbólico a través del que pudo resucitar, tras la experiencia del menemismo y la Alianza, gracias a la confluencia del apoyo social de vastos sectores medios reaccionarios con medios monolíticamente opositores… Lo que hace que hoy cualquiera pueda enunciar la citada frase (aunque seguramente sin la referencia a Menem, porque la crítica mayoritaria sería hoy por derecha…): ahora es demasiado común lo que por entonces era un casi solitario gesto político (que muchas sopesé si incluir o no incluir, temiendo por el futuro de la película: pero su elección para competir en el Festival de Mar del Plata demostró que no había lugar para la censura ni para la autocensura). Hoy sería más mesurado quitarlo, pero ahí está –en la falsa eternidad del film- como un testimonio del presente (de aquel y de este…)
Por eso, antes que intentar un análisis político de la coyuntura histórica, es necesario hablar aquí de cómo el contexto modifica la recepción (y como las obras que subsisten son las que sobreviven a ese inevitable cambio): yo era consciente de esto cuando decidí dejar esa discusión (aparentemente “coyuntural” y cuya conclusión podía ser, por tanto, equivocada) en el montaje definitivo. Porque así como esa escena era esencial como asumido clímax del film, también lo era en cuanto apuesta por un cine (in)actual: es decir, por un cine que asume sus marcas epocales sin por eso resignarse a lo perecedero. De hecho, M también puede ser visto (entre otras cosas) como un film sobre el kirchnerismo, sin que eso la haya convertido en un objeto de museo… Y si el film sigue vivo (como lo prueba su revisión, más allá de su formalizado registro en la pequeña historia del cine argentino) es, precisamente, porque se dejó atravesar por su tiempo (no resistiéndose a ser contemporáneo) sin perder nunca la dirección, es decir: el consciente sentido histórico que le permitiera proyectarse a –y en- el futuro.
Esa idea se resume visualmente en la secuencia en la que se queman varios diarios de épocas sucesivas frente al ojo implacable de la cámara: las noticias pasan, la película queda. Que no es sino otro modo de decir: Ars longa, vita brevis.
Nicolás, muy bueno el artículo.
El epilogo de M al que te referís me gusta mucho y me pareció una de las partes más interesantes del film.
Un saludo.
El cine americano más interesante no suele esquivarle a esta cuestión de la marca epocal. Hasta ciudadano Kane tenía una relación íntima con una determinada figura que le era contemporánea, enmascarada bajo otro nombre, con unos cuantos desplazamientos caracterológicos, pero sin embargo plenamente reconocible, una figura con poder que terminó por influir en la excomunión de Welles del sistema hollywoodense, en cambio ¿cuál es el riesgo de meterse, cuarenta años después, con un Aramburu a medias, jugando el juego absurdo de no nombrarlo ni a él ni a sus secuestradores?
En el cine argentino, la ausencia de marcas de época proviene, como decís, de un malentendido acerca del modernismo, una de sus raíces puede ser literaria: la adopción de la estrategia literaria borgeana como la forma por excelencia de lidiar con lo político en el arte, lo político como un afuera que sin embargo no llega a irrumpir del todo en la realidad de unos personajes, el fantasma de lo político nunca conjurado. Quizá tenga que ver también con las condiciones de producción (y distribución), necesidad festivalera de internacionalizar el estilo y por tanto no dejar marcas locales demasiado confusas para el espectador global (han pasado ya casi diez años y aún falta la película que se meta de lleno con los acontecimientos del 2001, o que deje que el 2001 y sus secuelas se metan de lleno con ella).
No entiendo sin embargo por qué hoy en día habrías de eliminar la puteada al kirchnerismo, justamente en tiempos en que el aparato discursivo kirchnerista más sensible se ha hecho a cualquier tipo de señalamiento crítico en pos de fijar los límites de lo políticamente posible por izquierda. Sería también una manera de dejar hablar a tus personajes y en todo caso proponer una mirada sobre las contradicciones de una época, siempre y cuando siguiesen pensando de la misma manera.
Saludos
Muro:
Creo sí, que una de las causas de la ausencia de marcas de época proviene de «un malentendido acerca del modernismo». Pero también se pueden rastrear en el cine previo, bajo esa raiz «literaria» del cine de los ’40 (que tiene que ver con la aspíración de un prestigio letrado para la industria cultural).
Y su persistencia a través del tiempo tiene que ver con la imposibilidad de hacerse cargo de la realidad (en medio de una seguidilla de dictaduras y gobiernos débiles). Aunque hoy esas circunstancias han cambiado, esa herencia permanece. De hecho, el cine solo se dejó atravesar por la referencia directa en el momento más radical de la lucha política (entre el 68 y el 74, digamos: entre «La hora de los hornos» y «Los traidores», los dos grandes films políticos del período). Y también pasó en la poscrisis del 2001 (e incluso antes, si pensamos que «Nueve reinas» es un film que preanuncia la crisis).
No se trata de la «necesidad festivalera de internacionalizar el estilo y por tanto no dejar marcas locales demasiado confusas para el espectador global»: la fórmula festivalera es estilo internacional + problemática local (mirá el cine rumano, por ejemplo).
En cuanto a la «puteada al kirchnerismo», el problema es que ya no es leída por izquierda (como fue formulada en esa discusión) sino por derecha. En ese sentido, ya no señala tanto «las contradicciones de una época» como la rearticulación de las antinomias que en ese momento parecían haberse agotado en la «transversalidad» y que hoy se han extendido a toda la sociedad, luego de la formación de un bloque de derecha que entonces no existía. En ese sentido, si hoy filmara M tendría en cuenta ese nuevo escenario, y la película indudablemente sería más pro que anti: la reaparición del enemigo común abroquelaría posiciones, empezando por las de quienes discutían en la mencionada escena…
tal vez no haya nada mas agradable que encontrarse con objetos «reales» de los 80 o 90 (como cortinas de baño transparentes de plástico, revestimientos berretas, etc) como sucedde en el casi irreal y hasta a veces atemporal cine de Hal hartley, parker posey mediante.
Saludos!
Comunismo ortodoxo
Cíclicamente me veo acechado por la idea de que tanto el capitalismo mas salvaje como el comunismo mas ortodoxo persiguen los mismos fines, comparten la idea de que hay que detener cierto tipo de “progreso”. No el de tipo tecnológico/económico, sino uno de tipo espiritual, que nos liberaría de los lastres de la razón instrumental (o kantiana o dicotómica , marxiana o lo que sea en lo que la Razón se esta constituyendo en este nuevo albor). La superstición que subyace a esta idea “conservativa” (y no conservadora –con todas sus implicancias políticas-) es que no podríamos estar mejor que ahora (o así) y que tan solo algunos arreglos de tipo moral –que impliquen mejoras materiales- alcanzarían para un cierta plenitud. Pero que sin dudas no hay ninguna prisa por “liberarnos” en sentido religioso, y dar un paso mas hacia el fin de esta civilización tan injusta como entretenida, etc etc.
Después de esta Era no vendría otra cosa que un mundo mas oscuro, signado por líderes ya no “racionales”, simples gentiles, burócratas –ladronzuelos de guante blanco, corruptos, alcahuetes de corbata. etc-, sino un nuevo tipo de lider “espiritual”. Digamos por ejemplo que los magos de antaño hoy relegados a ocupar puestos en el mundo del arte, ejerciendo su influencia desde ese económicamente pequeño púlpito, vendrían a representar la clase de líder futuro con todos los riesgos que ello entrañaría. Un mundo gobernado por la “locura contenida”, por sujetos cinco veces mas egoístas o egocéntricos que los hijos de puta tiernos que hoy nos gobiernan.
La primera prueba de esta nueva casta de líderes “evolucionados espiritualmente”, comienza a circular por el ambiente marihuanero. Las chicas de la secta se someten al dictado del fumón, el menos “miedoso”, el mas entregado al culto, el que en su accionar intrépido esta mas cerca de dios que de lo mundano (aparentemente nada le importa sino el sexo, al menos dice eso de manera esquiva públicamente). De ahí no salen otra cosa que las reventaditas: ya las conocemos salen vaciadas de algún tipo de líquido primordial que otrora las hacía rozagantes y cándidas, envueltas en el vaho solemne de la “iniciada”, llevan las carnes blancuzcas y flojas, con una suerte de recetita gestual que implica una mirada astuta y una lengua semi vituperina. Blanda, con sus pelos largos al viento y sus ojotas de cuero en pleno invierno, la Iniciada camina siempre con rumbo, siempre entre amiguetes y con aire cauto a la vez que despreocupado. JIPI. Ella ya no se arrastra por el trabajo horario, ni por formar una familia, no se comunica con sus viejos compañeros de la escuela Primaria, ni se siente mínimamente presionada por algun tipo de mandato familiar (“la vida de mis padres ha sido un desastre, trabajo, trabajo trabajo y mas trabajo” se repite la putita, “que triste, y todo para llegar a ningún lado” concluye la putona).
Esta es la primera prueba de la nueva “humanidad” que proponen estos líderes emergentes. Ya no regirán las mojigatas reglas del esfuerzo, el talento, la belleza o la inteligencia, incluso la robustez física y la bondad, como pruebas merecedoras de algun tipo de premio afectivo o dinerario. No, lo único que importaría es la bicharraquez, la capacidad de contraer riesgos y salir indemne, es decir, la capacidad de sobrevivencia en un medio que todavía no es lo suficientemente hostil. Ellos sí bregan por un mundo hostil y confuso, un bosque de signos plagado de trampas (mentiras) y pequeñas traiciones (las que quitan el ánimo). La fumona admira a este nuevo ser, un mutante moral, inclinado por una oblicua pulsión tanática. La mujer en el fondo de su ser es piadosa y con una fuerte tendencia al sacrificio por los que le dan pena, aunque estos jamas demuestren algún tipo de debilidad. Ellas contienen a su manera –a veces erróneamente- al monstruo naciente. Y ademas esta el misterio de la nueva raza, ellas toman nota de la nueva naturaleza humana, so pena de que se les escape el control supuesto que tienen sobre el mundo hogareño. Desde tiempos inmemoriales que los hombres vienen cantando sus penas, describiendo su ser, a lo cuatro vientos, mientras la doncella escucha y toma nota (luego, una vez elegido su macho, y desde la seguridad del hogar manipula en beneficio de su género debilucho, físicamente hablando).
El egoísmo y la crueldad se terminan aprobando bajo la prueba de que “así somos”, luego de que la marihuana nos ha desnudado, y “no hay nada que hacerle”. Y el “nada importa” se traduce con el tiempo y las prácticas en una suerte de misantropía moral o desinterés existencial, que encuentra su contratara vital en la lujuria sexual. El avance “espiritual” paradójicamente nos conduce a una suerte de clarividencia que indica que este es el principio del final del camino y que entonces de nada sirve querer mejorar el mundo material. A mas espiritualidad mayor escepticismo.
Los nuevos lideres que intentan erigirse, esta nueva intelligentzia no librera (o no racional en los términos hasta ahora conocidos, debatidos, académicos o entronizados –la cultura oficial si se quiere-), comienzan a entreverse como sujetos de mucho mas cuidado que los actuales simplones canosos, bigotudos y progres que nos gobiernan. En caso de que se produzca este paso evolutivo hacia el vacío, empezaríamos a extrañar los bigotes demodé del parlanchin chistoso Anibal Fernandez, la voz monocordemente odiosa de Magdalena Tempranísimo, la desfachatez seria y ridícula del solemne y querido Victor Hugo, lo incisivo de Embón, la gaguez de Larrea y las canchereadas de Sandra Russo en RN. Los esfuerzos de CFK por sonar inteligente serían como volver a casa en semejante escalada terrorífica camino a ninguna parte. Cada día que pasa mas quiero a estos peronchos que nos gobiernan pensando en el improbable futuro oscuro que significan los ex hippies new age en la política. Tipejos que habitan una suerte de escondrijo moral y material, que se las ingeniarían incluso para llegar al poder e invisibilizarce, tal como hicieron las Corporaciones norteamericanas. Una vez arriba enviarían a sus salamines de prensa, abogados y toda la socio-mercadotecnia, para que expresen sus “ideas” o contesten las inquietudes de Nosotros El Pueblo.
A estos bichos que quieren el Poder, los he visto destruir vidas por simple contigüidad, como por ósmosis, infiltrados en familias conflictivas o quebradas, siempre sacando alguna ventaja (desgraciadamente no les interesa tanto el dinero). Hay que ver lo bien que le ha hecho a la humanidad la superstición dineraria que todo lo iguala y cuantos Negros han pasado a mejor vida, con tan solo un fajito de billetes. No nos olvidemos: el mundo material, regido por sus estúpidas normas, es mucho mas vivible que el mundo de los espiritualistas relativizadotes. Ya lo dijo Updike, el hombre mas sabio de los últimos años: cuidado con los tipos astutos, los jugadores de 2º.
Y gracias a dios que estos fumones tienen recaídas en el alcoholismo, lo que los destruye un poco, quitandole a la mayoría de ellos las energías como para salir a pelearla en el mundo del comercio y las instituciones. No es casual que los hippies mas intrépidos hayan sido grandes deportistas en su juventud y que cuenten con una resistencia fuera de lo comun en cuanto a caravanas y juergas se refiere, lo que les suele servir –a pesar de las limitaciones intelectuales- para erigirse, sobre todo porque cuentan con asistencia perfecta y han tenido tiempo de chuparle las bolas a cada uno de los miembros del grupete por separado; y por haber visto, como desde arriba, quienes se juntan con quienes, etc, etc. Mientras que el “creativo” vive ensimismado, cavilando sobre su propio destino – sobre las ruinas de su vida construirá su obra-, el “astuto” se dedica a observar a los otros, para poder manipularlos. Y muy probablemente el astuto ha tenido una infancia infeliz, dando lugar, este temprano dolor, a su maquinadora manera de pensar y obrar.
Entonces si tengo que elegir entre este mundo y el que se avecina, o el que quieren imponernos, me quedo con este. Y si la receta esta entre el capitalismo salvaje que detiene la “evolución” mediante la miseria, y el comunismo ortodoxo que frena la evolución mediante el autoritarismo: creo que me quedo con el comunismo. Calladito la boca y haciendo los deberes.