PRIMERA SEMANA DE CINE PORTUGUÉS (01): NE CHANGE RIEN
Por Roger Koza
Tengo algunos amigos que tienen grandes ideas y son muy estimados, pero están fascinados por esta luz, por esta vida que recuerda a las estrellas de rock de antes. Los más cercanos a mí son Vincent Gallo y Claire Denis: intento convencerlos de que el cine no consiste en esto. El hecho de pasar un año en festivales, en cenas, filmando en ocho semanas con todos los lujos, con chofer y con asistentes, sólo produce momentos de decepción una vez que ha terminado todo. El cine no puede ser una decepción para quien lo hace, y para evitarlo hay que trabajar todos los días. Hay que tomárselo como un puesto de funcionario, así lo hacían Vertov y Chaplin (Pedro Costa)
Ne change rien es un documental de 45 planos fijos (o 47, si se tienen en cuenta los créditos) sobre el costado musical de la conocida actriz Jeanne Balibar (La comedia de la inocencia, Clean). Se trata de un cortometraje de 12 minutos realizado en el 2005 que ahora, felizmente, se convierte en un largometraje de 100 minutos. Ne change rien honra la amistad y admiración mutua que se profesan la actriz y el director. Pero esta nueva obra maestra del director portugués importa por otros motivos, que van más allá de un vínculo entre dos artistas.
En primer lugar, Ne change rien presenta un desafío estético: ¿cómo filmar la música en una época en la que el videoclip disciplina la mirada y el oído? Costa elige extensos planos fijos para mostrar el trabajo de los artistas sobre la materia musical. A diferencia del videoclip, en donde predomina una idea de producto y lo musical se reduce a una mímica en función del espectáculo, Costa se limita a registrar ensayos, algunas presentaciones y grabaciones; la música es una labor colectiva.
Es por eso que el montaje no puede ser analítico. A menudo Costa construye el espacio a través de planos en profundidad de campo que permiten ver al conjunto en su contienda orientada a pulir los arreglos y la composición, en tiempo real. Nada ni nadie puede sobresalir porque la materia musical desconoce al intérprete, al solista como tal. Costa privilegia la interacción de los intérpretes subordinados a la canción, y es pertinente, entonces, elegir un tipo de plano que lo demuestre (indirectamente, Ne change rien es también una imputación contra el narcisismo vulgar que rodea la escena musical, algo que Costa también detecta en la comunidad cinematográfica).
Como ocurría en ¿Dónde yace tu sonrisa escondida?, la gran película sobre los Straub trabajando en el montaje de Sicilia, Costa insiste en pensar el arte como un trabajo entre otros. El zapatero, el sastre, el cineasta, el músico en un pie de igualdad. En efecto, hacer una película implica un trabajo minucioso. Hacer música requiere de un meticuloso ejercicio constante para entender las formas musicales. Si los Straub se preocupaban por el movimiento de una palmera en la parte superior de un plano en el que un afilador dialogaba con un transeúnte, aquí Balibar se preocupa por entender el momento exacto en donde debe ingresar a la canción con su voz. La repetición es una regla. Repetir una y otra vez, mirar y escuchar cuantas veces sea necesario, hasta sustraer lo diferente. Se repite porque eso garantiza una variación novedosa que el artista habrá de elegir como su mejor posibilidad para formar una imagen o un sonido. Este procedimiento alcanza su máxima expresión en el plano 23, en donde Balibar está ensayando una obra de Jacques Offenbach con una maestra que permanecerá en un absoluto fuera de campo, pero que dominará la escena, pues sus correcciones, de un refinamiento cercano al ridículo, son la esencia de la disciplina ineludible que un artista debe asumir. El arte es un trabajo exigente; hacer sonar una r en una opereta es tan complicado como dominar cualquier oficio.
La música de Balibar es singular. ¿A qué género pertenece? Hay indicios sonoros que remiten al punk, aunque en las canciones prevalece una dulzura heterodoxa. La guitarra es omnipresente; suena como si fuera una mixtura de Bill Frisell y Neil Young. Generalmente, los temas musicales repiten una célula melódica, a veces en contrapunto con los fraseos de Balibar, aunque en ocasiones la guitarra dobla la voz de la actriz.
El minimalismo sofisticado de la música de Balibar no es ajeno al espíritu artístico de Costa. En ese sentido, Costa también es un cineasta inclasificable. La cámara de Costa, admirador de Los Ramones, posee un sentido salvaje y vital. Su exquisitez estética ordena sus fuerzas espirituales, que no conocen condescendencia alguna. Trabajando sobre el plano una y otra vez conquista una forma para expresar un sentimiento desprovisto de accidentes. Es ejemplar el plano 15: como en muchos de sus planos contrapicados, el rostro de Balibar se difumina en la oscuridad dominante del plano. La belleza de la actriz y cantante es casi fantasmal. Como Costa en la película, ella desaparece en escena. En ese ritual de desaparición, la música y el cine surgen como entes autónomos.
No son muchas las películas o las canciones que patentizan su dramático sentido de existir. La grandeza de un artista está en filmar lo que necesita. Y sólo pueden hacerlo aquellos que reconocen la necesidad de un plano y una melodía, aquellos que tienen necesidad de entonar y enfocar, porque hay un imperativo ontológico que debe traducirse en expresión artística (es el contrapunto del hambre, del inevitable imperativo fisiológico). Los que saben, como dice una de las canciones que interpreta Balibar, que la felicidad es imposible si el estómago está vacío.
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Ne change rien, Pedro Costa, Portugal-Francia, 2009
Sábado 31, a las 22.oohs, en el MALBA
Roger Koza / Copyleft 2013
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