QUÉ SERÁ DEL CINE ARGENTINO: SOBRE ALGUNAS PELÍCULAS VISTAS EN EL BAFICI 2021
Transcribo algunos breves apuntes sobre un puñado de películas vistas en el Bafici. Es la versión (casi) sin filtro de la primera impresión, porque quiero conservar esa rudeza aunque sea antipática. Para encontrar alguna valoración más positiva el lector deberá retroceder a mis apuntes sobre Mar del Plata 2020. Esto no necesariamente quiere sugerir nada sobre la programación en sí, aunque debo decir que mi selección se guió por recomendaciones. No descarto, por supuesto, que hubiera películas rescatables que se me hayan pasado por alto no solo a mí. Tampoco que estas consideraciones sean demasiado subjetivas, o acaso solo solitarias, aunque creo (o quisiera) que se lea en lo que sigue una mirada crítica sobre cierto estado de situación (sobre todo porque la mayoría de las comentadas son documentales, y estos suelen ser lo más osado en estos casos), más que un desdén hacia las películas mismas, que otros podrán encontrar valiosas por otros motivos.
***
Los visionadores
Sergio Wolf tuiteó que “es casi una película política (quizás, incluso, a pesar suyo)”, lo que demuestra (a pesar suyo) el afán de cierta crítica por convertir en político hasta lo que no tiene vocación de serlo. Ese gesto noventista explica porqué Wolf cree que “viendo a sus personajes mirar el cine argentino de los ´80 y comienzos de los ´90 se termina de despejar cualquier duda de las razones por las que el «nuevo cine argentino» reinventó nuestro cine”. Los visionadores puede sostener esa indiscutida premisa justamente porque no se la toma en serio: este divertimento de Frenkel no pretende ser un compendio, y mucho menos exhaustivo, sobre ese período clave, sino apenas una burla (pero también un socarrón homenaje) al mal llamado “cine bizarro”. Si al director le interesara algo más que ese guiño, acaso hubiera podido explotar muchos de los genuinos descubrimientos que descubre su montaje por contigüidad, pero para eso debería recordar menos a los actores que a los realizadores (como Enrique Carreras, a quien se debe buena parte de la infame selección) y desarmar su propio “visionado”, visto que muchos de los cultores de ese cine idolatraron acríticamente, por ejemplo, las simpáticas películas prodictadura de Emilio Vieyra). Esos límites son también los del cine de Frenkel, siempre al borde de parecer tan desdeñable como su objeto.
Qué será del verano
Al inicio la voz en off del realizador nos informa que el punto de partida de lo que vamos a ver son unas imágenes que encontró en una cámara usada, adquirida durante una estadía en Francia tras los pasos de su novia becaria. Observamos a un hombre, jubilado, que filma momentos de su vida cotidiana, mayormente con sus perros. Hay cierta belleza en algunos planos, que parecen querer prologar cierto misterio, pero rápidamente la película (en un repetido gesto del cine que quiere escapar de su origen documental, incluso cuando se hace gracias a sus premisas y sus fondos, como en este caso) abandona esa búsqueda de lo real para ingresar en el terreno de la ficción, que no por preparado está bien resuelto. Pero el problema no es lo inverosímil de la construcción, sino el modo en que el realizador vampiriza la potencia de esas imágenes documentales en función de un relato intrascendente. La ida a África no compensa ningún intento markeriano: El relato –con que la voz trata de hilvanar un montaje cuya tensión se deshilacha lentamente hasta el final– no tienen más intención que aprovechar esas imágenes heterogéneas para hacer(se de) una película. Hasta Quintín sugiere que “el artificio que encontró para unir el material lo convierte más en un manipulador que en un artista”, aunque luego entre en contradicción al mantener “la impresión de que la película escondida no estaba en la cámara comprada sino en el propio trabajo” del realizador, cuando es todo lo contrario: el “trabajo” no revela una “película escondida” sino que no está a la altura de esas imágenes. Lamentablemente no es el primero ni será el último ejemplo de una larga cadena de artefactos similares, debidos a la facilidad del registro digital, que suponen que el “cine encontrado” no implica otra búsqueda que vaya más allá de hilar, más o menos ingeniosamente, una serie de tomas azarosas conseguidas en unas vacaciones.
Responsabilidad empresarial
La contracara de ese cine casual, aunque no necesariamente tenga el “rigor” que se le suele adjudicar, es el que está más cerca de las instalaciones de museo, pero que los festivales cobijan bajo la amplia categoría del “cine expandido” (no puedo dejar de mirar, con más desazón que sospecha, películas que reclaman ese nombre pero solo parecen la aplicación de un programa completamente predeterminado, cuyos esfuerzos de producción parecen menos hijos del rigor que del facilismo). Perel viene haciendo desde hace muchos años audiovisuales consistentes en una serie de planos fijos, a veces –como en este caso– acompañados de una voz en off, en los que todo es tan mecánico como previsible. No hay nada que no parezca estar prefabricado, empezando por el texto de base (una investigación sobre la complicidad empresaria con la última dictadura), que es –por supuesto– lo que genera en este visionador mayor escozor: como si por el acuerdo absoluto con su literal contenido uno debiera rendirse ante la pereza de la forma, que pareciera querer replicar la burocracia que denuncia. Si la película fuera coherente con su cometido, la voz de Perel (que lee en lo que parece una primera y descuidada toma de sonido) debería acompañar no unas imágenes tomadas hacia el amanecer, que buscan embellecer o volver siniestro cada plano, sino esas fachadas distantes vistas a la hora más transitada y sobreexpuesta del día, en toda su atroz banalidad.
Una casa sin cortinas
Habrá que hacer, alguna vez, una historia del peronismo en el cine. Historia esquiva, pese a la obvia fascinación mutua, evidente sobre todo en las películas que pretenden burlarlo sin suerte. En ese grupo podría inscribirse Una casa sin cortinas, construida alrededor de sus vistosos entrevistados más que de su objeto. Acaso porque no hay un “misterio Isabel Perón” (por mentar el título de una película sobre Evita), y pese a la música ominosa y los acercamientos laterales, la viuda solo se rebela finalmente como lo que es: pura superficie. En el medio, la película acumula testimonios del modo más feo posible, no solo por el descuidismo que practica al filmarlos, sino porque solo parece interesarse en lo anecdótico. Y algunas acotaciones son interesantes, más que reveladoras, pero finalmente queda poco para rescatar. Quien quiera entender el patético lugar de Isabel Perón deberá volver al buen libro de María Sáenz Quesada, que no descuida el contexto y hace de Isabel lo que es: un personaje gris, secundario, en una trama siniestra (esa que la película nunca logra tocar, en su mero afecto por lo grotesco).
La vida dormida
Otra película que podría ingresar en esa historia de cómo el cine vio al peronismo (la de qué hizo el peronismo con el cine ya está escrita, aunque no saldada), esta vez bajo el formato del documental familiar. Natalia Labaké utiliza grabaciones caseras de su abuelo, o de su abuela sobre su abuelo, para ser fieles al eje que la película quiere construir al contraponerlas con sus propias imágenes despiertas. La vida dormida sería la de las mujeres de la familia, pero lo que queda menos claro es si ese destino de sumisión tiene que ver solo con ese cenagoso mundo patriarcal, o si este se relacionaría directamente con el peronismo… Como en Una casa sin cortinas, el retrato es impiadoso y deja ver lo que puede ser cualquier viejo partido cuando no hay renovación: una galería de imágenes viejas, donde los tiempos se confunden. Es curioso, entonces, que ambos films no hagan referencia alguna a la otra figura femenina que vino a inquietar (evidentemente no solo desde afuera de su propio partido) ese mundo de mujeres condenadas al segundo plano por un orden vetusto. Incluso podría decirse que estas películas muestran lo que podría haber sido (o lo que sus adversarios quisieran que fuera) el peronismo sin ese recambio, no solo de género. [Aquí el cronista debe insertar la inútil aclaración de que no es “kirchnerista”, y mucho menos peronista: no inútil porque sea ya obvio para cualquiera que le lea algo más que estas entradas, sino porque por mucho menos se le ha dado el mote de K a gente insospechada de tal ignominia…]
No va más
Aquí no hay sospecha posible. Los títulos de la película dejan ver todos los nombres habitualmente asociados a su director: Sarlo, Oubiña, Llinás, Moreno, Villegas y otro largo etcétera. Lo notable es que tamaña galería de acompañantes no haya podido sugerirle a Filippelli que estaba para algo más que para probarse corbatas, hablar solo frente al espejo, y escuchar música nocturna. Lo que evidencia no solo el inevitable efecto del paso del tiempo, que la película quiere registrar y acaso exorcizar, sino los riesgos de la endogamia o el mero seguidismo de una figura tutelar, cuyo resultado es la falta de discusión interna disfrazada de respeto al maestro (algo parecido le debe pasar ya a Llinás con los jóvenes que lo rodean). A los maestros se los cuestiona, porque es el mejor modo de honrarlos. Lo demás es condescendencia, y eso da lugar a una película que si no lo tuviera de protagonista (y no contara con los esmerados planos de Agustín Mendilaharzu) sería de una trivialidad aplastante, por más que se lea a Sartre. Los viejos van más lento, los viejos olvidan… La cuestión es que se hace con ese adiós a la memoria. Esta breve película (de una hora reglamentaria, como muchas habilitadas en este y cualquier festival) podría ser graficada como Umberto D filmada por Matias Piñeiro, si esa descripción no la hiciera aparecer como un objeto al menos curioso. Esperemos que no sea el No va más de Filipelli, pero dejar que ese título cierre este Bafici parece una involuntaria ironía.
Nicolás Prividera / Copyleft 2021
A los críticos y/o simpatizantes de alguna de las películas mencionadas, que escriben giladas por ahí sobre el autor de esta nota en vez de rebatir lo que dice (incluso cambiando alguna letra de su apellido para que no le llegue su cobardía): Leeré con gusto sus argumentos (incluso en tuiter), si tienen alguno.
Hola, Nicolás
No vi todas las películas de las que hablas, así que me gustaría atenerme a decir un par de cosas sobre lo que señalás acerca de “Responsabilidad empresarial”.
Ayer hablaba con un amigo sobre lo interesante que sería que algún día escribas in extenso o de manera más enfocada sobre este cine que encontrás más cercano a la instalación museística que al cine mismo ¿”Cine instalativo” podríamos decirle? No es que no quede claro tu disgusto frente a esta tendencia (si mal no recuerdo, etiquetabas de manera similar a “El año del descubrimiento”), sino que no termino de entender el enfoque o la raíz de este, el lugar de dónde partís para achacar a este cine. Por un lado señalás como algo negativo de estas películas “la aplicación de un programa completamente predeterminado”, cuando muchas veces dijiste que la aplicación de un programa no necesariamente conduce a malas o perezosas películas. En la famosa charla con Llinás mencionas que lo programático “significa tener un rumbo, tener un marco, tener una idea, y seguirla hasta el fondo” algo que me parece que sucede en la nueva película de Perel. En “Responsabilidad empresarial” veo el programa, veo lo simple del registro, pero no así lo facilista o superficial. Otra cosa que también encuentro es eso que mencionas de la película como “tan mecánica como previsible”, un aspecto que en el contexto de lo que se narra y de la premisa no me parece necesariamente negativo; seguramente existan muchas maneras de señalar un continuum histórico de impunidad, por eso, a partir de este campo de lo posible, la reiteración (mecánica y previsible) a la que apela Perel me parece una estrategia discursiva más, tan válida como otras.
Recuerdo un texto tuyo muy elogioso al respecto de una película de James Benning, cineasta reiterativo y programático (y hasta «instalativo») si los hay, el cual, claramente, tiene grandes distancias —políticas, sociales, geográficas, y un largo etcétera— con Perel, pero con quien comparte, creo yo, varios rasgos en su poética. No traigo esto a colación para chicanear o buscar contradicciones inconducentes, sino porque verdaderamente creo que hay algo interesante en lo que señalas acerca de esta tendencia estética tan aceptada en los festivales, hay un síntoma ¿De qué? Aún no sé. Siento que falta profundizar en algunas categorías para desentrañar la incógnita.
Abrazo,
Hola Tomás,
No sé si podría escribir más en extenso, porque tiendo a hacerlo a medida que encuentro obras que siento me obligan a aclarar(me) mis ideas. Así que te agradezco que me des la oportunidad hacerlo en torno a lo que mencionas. Y que demuestra que mi propio pensamiento no es tan programático como muchos creen, y puede variar acompañado los cambios de todo devenir histórico, político, etc. Pero tratando de guardar cierta coherencia que aquí voy a reponer, porque no hay contradicción en lo que señalas.
No creo que haya que buscarle otro neologismo (como ”cine instalativo”) a lo que ya hace décadas se prestigió como «cine expandido». Tampoco tiene sentido discutir si es cine o no, ya que en muchos casos (empezando por Warhol) parecen querer formularse esa pregunta desde el vamos. La cuestión, en todo caso, es si debemos llamar «cine» a todo (iba a escribir «cualquier cosa», pero no quiero que suene peyorativo). Por eso digo que hay que separar la paja del trigo, algo muy difícil desde que Duchamp firmó un urinario (para remontar la cuestión a sus orígenes).
Desde ya, no me parece lo mismo “El año del descubrimiento” que «Responsabilidad empresarial», aunque no puedo dejar de ver en ambos casos la preminencia del dispositivo, aunque la de López Carrasco respire más.
A ver si nos entendemos: Cuando hablo de “la aplicación de un programa completamente predeterminado” me refiero a que no deja mucho lugara la sorpresa de lo real (si es que consideramos a esas películas documentales, además). «Tierra de los padres» también fue criticada por programática, cuando en verdad su programa era la tensión entre formas antagónicas (los modelos de Straub versus Wiseman, por decirlo brutalmente para que se entienda el punto). En ese sentido decía que «tener un rumbo, un marco, una idea, y seguirla hasta el fondo” no es incompatible con el riesgo (en ese caso literal, de no poder seguir filmando ahí). Pero de ningún modo hubiera repetido ese esquema ad infinitum: creo que cada película debe encontrar su propia forma.
Ciertamente, tal vez “Responsabilidad empresarial” sea lo mejor de Perel, simplemente porque uno intuye un mínimo riesgo. Pero la reiteración del mismo método de una película a la otra me parece cansino. Más cuando además todas tocan el mismo tema…
(Aquí entra la subjetividad, claro, porque ese tema me toca de cerca… Y porque vengo de estar meses editando una película -a la que sigo retocando-, y antes de estar años antes de encontrarle la forma que finalmente tuvo.)
En ese sentido, James Benning puede tener mejores y peores películas, pero uno percibe distintas búsquedas. No todas son iguales ni son sobre lo mismo, aunque evidentemente seguimos dentro de la órbita de un cine que termina siendo parecido a una instalación, y que en muchos casos seria mas consistente (no mejor apreciado, visto que mal no les va en los festivales) en un museo.
Buenas,Me sumo un poco a la intervención de Tomás sobre lo último de Perel (que es la única película que pesquéde las que se habla aquí) dado que no comparto en general la apreciación. Veo dos problemas con esta lectura, trato de desgranarlos por separado. Uno, más general, es que percibo una negación o una desestimación un tanto a priorística de lo que se llama «cine expandido», como si en el movimiento mismo de salir del cine hacia lo instalativo, lo multimedial o hacia formas de exhibición que no pasen por la sala hubiese en sí mismo un gesto conservador o de distinción elitista, algo que no comparto. El «cine expandido» existe al menos desde los ’60 bajo formas heterogéneas, a veces más desbordantes y contestatarias, a veces más pulcras e institucionales. No me parece válido considerarlo como un bloque homogéneo y monolítico. Entiendo que una cosa es la discusión de si todo es «cine» o no, pero incluso si queremos marcar ahí una separación no se sigue de ello una mirada intrínsecamente negativa. Sí reconozco que así como existe un «international style» del cine «independiente» o producido por y legitimado dentro del circuito de festivales fuertemente codificado (doy esto por descontado, como beneficio de inventario), lo mismo sucede en las zonas más cercanas a «lo experimental» y ahí hay un problema. Por otro lado, creo que también es una tendencia en crecimiento del audiovisual contemporáneo que muchxs directores recorren o recorrieron (Kiarostami, Akerman, Benning, Godard, Farocki, Tsai Ming-Liang, etc.) y acá se me ocurre que una referencia interesante para esta discusión es el último número (hasta la fecha) de Kilómetro 111 que trata de cartografiar ese proceso.La otra cuestión atañe más específicamente a la mirada sobre Responsabilidad empresarial, donde veo que a través de expresiones tales como «facilismo», «pereza de la forma» o «mecánico» hay una impugnación de cierto tipo de procedimientos, ideas, estructuras y decisiones formales como tales. O sea, sí, el dispositivo de la película es simple, la película entera responde a una única idea precisa que se repite de un plano al otro y hace de esa recurrencia su principio mismo, algo que tiene digamos sus antecedentes dentro de cierta corriente de cine experimental contemplativa (las conexiones más claras que veo son con Benning, Emigholz o Profit motive… de Gianvito). En esta película en particular, creo que esta repetición además se conecta con la lógica sistémica del plan de represión operando de conjunto, o sea, con el hecho de que los procedimientos para identificar, aislar y desaparecer militantes y/o sospechosxs eran los mismos en cada empresa. Por otro lado, que yo sepa las películas de Perel siempre se dieron en el cine, no en otro ámbito, no me parece que se trate de «cine expandido», y no aceptaría tan linealmente la idea de que si una película está hecha en base a una serie de planos fijos largos, entonces es algo «instalativo». Muchas veces lo instalativo tiene que ver con las múltiples pantallas u otro tipo de recursos que hacen intervenir lo aleatorio, el loop o la visión ocasional, pero ese no es el caso acá. De hecho, creo que verla en sala tiene un plus importante frente a hacerlo vía streaming.
Migo, mas bien yo creo que la película debería desconectarse de la «lógica sistemática del plan de represión» e incluso debería acercarse mas a un cuidado de la imagen(por ejemplo en cosas, las cuales marca Prividera, como la voz en off). Para amigarlo con la corriente del «cine experimental contemplativo» hay que hablar menos y contemplar mas, o usar la imagen de tal manera que por lo menos, y ya habiéndose agotado el recurso del atardecer, le pueda pelear a los datos (esos datos que vos ves tan parecidos pero en los que yo encuentro distintas responsabilidades) un ápice de atención, alguna mirada que se detenga en esa moto que ya dio dos vueltas a la manzana o en un camión averiado. Esto solamente aparece, sobre todo en un plano, en el que se ve como edificaron, por encima de aquella empresa olvidada, un complejo nuevo para la gente de Tigre (y que la causa complejos a todas las demás personas que no son capaces de acceder a él). Ahí se puede ver un intento de complejidad, una plano que entiende la continuidad (temporal histórica y narrativamente) con sus diversas ramas y aristas: el primer plano que deja de ser una cargada al espectador de índole moralista e iluminadora y que lo deja trazar sus caminos dentro de claramente, como dice Prividera, un contenido con el que todos (va, todos no se…) podemos estar de acuerdo y compartir. Me parece una tirada de pelos decir que la película adquiere la forma de la ejecución repetitiva por parte de las empresas, las películas no adquieren formas, las películas tienen formas y estas se escapan por fuera de lo que cualquiera haya querido programar. Lo que cuenta es lo que esta en la imagen, los cortes entre ellas y lo que se escucha. Y lo que en la imagen hay es(siguiendo el mismo rigor): fabricas al atardecer, entradas, empresas al atardecer y edificios filmados de lejos (por que, de esa misma manera, uno podría decir que la distancia que toma se refiere a una cosa que ya paso, que las pocas cuadras o metros entre el auto y la fabrica da un índice de algo superado; o se podría decir tambien que la voz descuidada se refiere al descuido que hubo para con el libro que refiere por parte del gobierno o la población, y muchas otras pavadas) Y si la imagen esta tan pensada, y de ese razonamiento se deriva que además hay un peligro mayor que en las anteriores de Perel por su cercanía, entonces yo me pregunto ¿Tan peligroso es entrar a unos departamentos en Nordelta o a un astillero abandonado? No se, deber ser igual de peligroso que pensar como lograr que una forma se haga cargo de un texto por otra parte inédito.
Igualmente estoy de acuerdo con el desprecio al cine expandido sin motivo aparente.
Saludos.
Amigo Migo,
No hay una “negación o una desestimación un tanto a priorística de lo que se llama «cine expandido»”, porque como dice Tomás he alabado aquí mismo una película de Benning. Tampoco se trata de que “en el movimiento mismo de salir del cine hacia lo instalativo, lo multimedial o hacia formas de exhibición que no pasen por la sala hubiese en sí mismo un gesto conservador o de distinción elitista”. El problema en todo caso es ese “salir del cine”. Pero para no llevar esta discusión (solo) a lo institucional, digamos que, efectivamente, el «cine expandido» va de las formas “más desbordantes y contestatarias” a las “a “más pulcras e institucionales”. Pues bien, yo no veo nada “desbordante y contestatario” en este caso. Puedo? Porque en general más bien parece haber una defensa “aprioristica”, parece. Fijate que nadie entró a discutir las otras películas, pero con esta(s) parece que uno no puede meterse, acaso por su tema…
Que estos objetos se den en cine no los convierten por sí en cine, a menos que creamos que no hay que dar esa discusión después de Duchamp. A mí no me preocupa el soporte o el lugar de proyección, sino eso que solemos llamar lenguaje, tradición, etc. También en el cine puede “intervenir lo aleatorio o la visión ocasional”, pero no es esa la cuestión de fondo.
Si se reconoce que hay objetos “producidos por y legitimados dentro del circuito”, me pregunto por qué nadie señala alguno. Se dirá que no es fácil, no solo por temer quedar como reaccionario, sino porque “es una tendencia en crecimiento del audiovisual contemporáneo”. Pero por eso mismo hay que problematizarlo, en vez de saltar defensivamente. No son lo mismo Kiarostami, Akerman, Benning, Godard, Farocki, Tsai Ming-Liang, etc., ni siquiera en este plano. El problema no son “cierto tipo de procedimientos, ideas, estructuras y decisiones formales como tales”, sino la obra que componen. Y cuando digo obra no me refiero solo a cada objeto solitario. Si todos responden “a una única idea que se repite de un plano al otro y hace de esa recurrencia su principio mismo”, tal vez haya que empezar a sospechar. Yo no podría describir así todas las películas de Benning, y menos las de Gianvito.
En fin: esa idea de que “en esta película esta repetición además se conecta con la lógica sistémica del plan de represión” es justamente lo que me parece más enojoso…
Valoro tu intervención crítica sobre la película aunque no comparta la mirada sobre todo por eso de complejizar las lecturas y evitar -dicho rápidamente- que por tratarse de un «tema» o «contenido» con el cual en principio más o menos todxs estaríamos de acuerdo políticamente, la cuestión estética quede saldada sin más. Por supuesto que podemos meternos con cualquier película, sin importar su tema (si no te discutí otras en mi caso al menos es porque no las vi y mi olfato me indica que probablemente allí no habría tanta riña…). El punto mío justamente intentaba por eso al menos en parte plantear el desacuerdo al nivel de lo formal. Acuerdo incluso con que RE no es una película «desbordante o contestataria», pero la rigidez del dispositivo para mí es parte de una propuesta formal que dialoga con una tradición documental que me resulta estimulante y rescatable y que no dudaría en calificar como «cinematográfica». Stemple Pass por ejemplo -que también vi en el Bafici en su momento y me gusta mucho- tiene igualmente esa rigidez formal (dos planos de una hora con el mismo encuadre en dos estaciones opuestas del año con lecturas en off), e incluso Benning tiene películas en las que hace cálculos matemáticos para determinar la duración de los planos y cosas por el estilo más férreamente «estructuralistas». Si bien como mencioné acuerdo con el problema del formateo sobrecodificado, no se desprende para mí de ahí una lectura puntual sobre el caso en cuestión, como si simplemente pudiéramos decir: «ahh, pero esto ya se hizo», no hay nada nuevo, no vale la pena (tampoco creo que toda película tenga que ser radicalmente rupturista u original). Y en cuanto a poner el foco en el largo alcance de la obra, comparto, en el caso de Perel sólo vi esta y Toponimia (que incluso me gusta más, con ese epílogo que cierra resignificando toda la espacialidad que la película registra), así que mi espectro es limitado, pero creo que nadie en Argentina -hasta donde sé- abordó de esta manera la memoria histórica de la dictadura, detuvo su mirada en su dimensión arquitectónica o problematizó la cuestión de la responsabilidad empresarial tensionando el ideario más difundido de una complicidad más pasiva.
Entiendo que hay un punto en que la discusión no puede avanzar mucho más -a riesgo de caer en la circularidad- porque vemos distintas las cosas y ya desplegamos más o menos por cada lado ciertas razones, de todos modos me parecía oportuno y franco consignar mínimamente acá el debate y me alegra en todo caso despejar ciertos fantasmas sobre la cuestión más general del «cine expandido» que mencionaba también Tomás.
Migo querido,
Todo puede “dialogar con una tradición”, en todo caso el tema es si es fructífero ese diálogo, o una mera repetición. Porque el problema no es “la rigidez del dispositivo”, sino al servicio de qué está. Digo: usar largos planos fijos no hace mejor o peor una película.
No tiene nada que ver con “Stemple Pass”, que es justamente la película de Benning sobre la que escribí. Ahí no es solo el plano sino la construcción del plano y en el plano (literal en este caso, en tanto Benning construyó una cabaña). Y en ese casi si se puede decir que hay algo «desbordante o contestatario« en su relectura de una tradición.
No se trata solo de decir “esto ya se hizo” sino “esto ya LO hizo”, pero no voy a meterme en una discusión sobre la diferencia entre cineastas que varían todo el tiempo (hasta en la aparente repetición) o los que se repiten (hasta en la aparente variación). Solo diré que “tampoco creo que toda película tenga que ser radicalmente rupturista u original”, pero sí que un realizador tiene que buscar nuevos desafíos. Reinventarse continuamente.
En fin: decir que “nadie en Argentina abordó de esta manera la memoria histórica de la dictadura” puede ser cierto y a la vez no decir nada sobre la bondad del abordaje. Podría decir lo mismo de Malvineitor, una película que al lado de esta solo provocará gestos de desprecio (porque está en las antípodas absolutas y en cualquier sentido), pero donde si encuentro algo «desbordante o contestatario», incluso a su pesar…
La menciono solo para no “caer en la circularidad” a la que nos lleva tener que rendirnos a un cine que viene aprobado aún antes de ser visto, del mismo modo en que podés juzgar la obra de Perel solo habiendo visto un par de sus cosas… (Y tal vez podría decirse lo mismo solo viendo esta, o incluso no viendo ninguna. Porque muchas veces estamos en presencia de objetos cuyo concepto parece más importante que su realización: ahí es donde para mí se acaba el cine y empieza otra cosa).
Por algún motivo interno de la página no puedo responder en el último comentario. En fin, diferencia y repetición, ahí se cifra parte el debate. Tengo pendiente Malvineitor, por cierto, que se me hubiera pasado del radar sin tus observaciones.
Sigala donde pueda, Migo. Puede escribir en otra parte y lo leeré con gusto. Pero no creo que todo se cifre entre diferencia y repetición, insisto. Hay formas virtuosas o detestables de ambas.
Por otra parte, lo de Malvineitor también es una provocación de mi parte, porque es de esas películas que, a diferencia de esta, no va a tener defensores y ni siquiera comentaristas.
Aprovecho la intervención de otro de los que prefieren vociferar solos en tuiter para despejar lo siguiente: dice que no entiende «la obsesión de Prividera de aclarar «por las dudas» que no es peronista ni kirchnerista», y se pregunta «cómo se imagina que se logra una construcción colectiva de la historia», que no sería «buscando el término medio» o «apelando a un universalismo abstracto». Ciertamente aquí no hago nada de eso, pero es mejor preguntar o injuriar en tuiter que esperar una respuesta. Por eso va esta: la construcción colectiva de la historia, como si nombre lo indica, incluye algo más que hablar a los convencidos o la propia clase. De hecho por eso la derecha puede triunfar repetidamente, como entendió ya Gramsci hace casi 100 años, y por eso empezó a hablar de «hegemonía». Yo no necesito aclarar «por las dudas», sino porque los malos entendedores prefieren mirar a quien adhiere el que habla en vez de tratar de pensar lo que dice. Y no hay construcción colectiva sin sumar voluntades. Para lo demás está el club La Nación, el Jockey, o la derecha peronista.
El tuitero sigue hablando solo en tuiter, aunque me nombra como si estuviera debatiendo conmigo. Esa es su idea de “construcción colectiva”, supongo: hablarle a su silenciosa claque en tuiter.
Yo en cambio no escribo “para la propia clase que está convencida de lo contrario”, sino incluso para los compañeros que quieren dar clases de construcción política desde tuiter… Justamente porque no me interesa ser “aceptado”, cosa que parece desvelar al tuitero que prefiere hablar solo para la hinchada.
Las construcciones colectivas NO se hacen solo “entre los que asumen ser algo con otros”. Eso es en el mejor y más ambicioso caso un partido. Lo que no es poco, y puede servir para ganar elecciones… Pero no para gobernar. Salvo desde tuiter.
Dejo estos comentarios en esta nota porque por sí misma demuele lo de «querer ser aceptado»… Hasta alguno que me conoce cree que es «mezquina con los colegas», como si por ser cineasta debiera ser yo también condescendiente como (tanto) crítico… Y no. Que el colega recomiende mejor la próxima vez, porque debe haber otros que hayan hecho películas que merezcan un aplauso cerrado. Pero que no sea el del corporativismo.
Hola, ¿Cómo les va?
Para mí la clave es esto último que dijo Nicolás: «Muchas veces estamos en presencia de objetos cuyo concepto parece más importante que su realización: ahí es donde para mí se acaba el cine y empieza otra cosa». Y me animo a agregar algo: lo que hay que pensar es el tipo de relaciones que se establecen en estas películas entre el director, su material (si habláramos de ficción y/o documental más clásico diría sus “personajes”) y el espectador. Para mí, lo problemático de este «cine-expandido» es que tiende al autismo, está tomando un camino en el que se pierde de vista el lugar del espectador dentro de las películas. Los directores se muestran demasiado preocupados por el “dispositivo” y su aplicación a un fragmento de realidad y en ese procedimiento pareciera que el único lugar para el espectador, su único margen de acción es entender/no-entender el dispositivo, es decir la propuesta del cineasta. Lo que se pierde es la posibilidad de, a través de la puesta en escena (como se le decía antes al “dispositivo”) discutir con la materia prima del film, discutir con la visión del realizador, y discutir con los propios prejuicios. En definitiva, el dispositivo, es decir lo que hace que el cineasta sea un “artista” se convierte en el objetivo de la película.
Hola Ramiro,
Poco que agregar por mi parte, creo efectivamente que todo se cifra en que cuando el concepto parece más importante que su realización se acaba el cine, o al menos su tradición verdaderamente moderna.
Pero no es que este «cine conceptual» pierda de vista al espectador, sino que presupone
uno que solo puede acercarse a él en tanto que puro dispositivo «artístico». Por eso digo que se acerca a las instalaciones y su lugar debería ser el museo, en todo caso, visto que las artes plásticas hace rato se han entregado a esa tendencia.
El problema es que los programadores de ciertos festivales actúan mas bien como «curadores», si no lo son en muchos casos…
Hola Nicolás,
¿Por qué El año del descubrimiento estaría más cerca de la instalación que una película como Tierra de los Padres, por ejemplo?
En lo personal, veo más complicado instrumentar la puesta en escena en la sala de un museo el diálogo con toda una generación de sindicalistas, obreros y jóvenes ingresando al mercado de trabajo que la lectura de textos del siglo XIX frente a tumbas.
Hernán,
Me llevás al barroso terreno de las comparaciones personales. Te preguntaría en que se diferenció el montaje de “Adiós a la memoria” del de “Qué será del verano”, pero te parece que tiene sentido esa discusión en los últimos comments de esta nota? La podemos dar mejor, si querés y no llegás tarde, incluso hablando de ejemplos no propios…
Ahora, en vez de lo que estamos discutiendo salís con El año del descubrimiento. Yo no sé cual habrá sido lo complicado de “poner gente a hablar en una sala”, por decirlo con la displicencia con que decís lo de “la lectura de textos del siglo XIX frente a tumbas”. (No son solo del siglo XIX, pero descarto que la viste con más atención.)
Te cuento: por un lado, tuve que llevar 50 personas ahí (no todas juntas, sino a lo largo de un mes), y ese “cementerio” es más que un “museo” aunque también lo es: no solo porque es un espascio público sujeto a las dificultades usuales en estos casos, sino porque el permiso de filmación era muy frágil, y cualquier paso en falso hubiera significado que no pudiéramos entrar más, y por tanto la interrupción de la película. Ese era el riesgo “real”, después está el “artístico” que tiene que ver con mezclar tradiciones diferentes (lo que podía o no funcionar), pero para qué abundar. Creo que la pregunta era más una chicana que otra cosa…
Te fuiste por las ramas más que al barro, amigo. Y no respondiste mi pregunta.
Adiós a la memoria se montó enteramente en el 2019 y Qué será del verano se realizó enteramente en el 2020, a vos que tanto te gusta el contexto debería bastarte como respuesta.
Pero no, no es una chicana, es simplemente una prueba de lo arbitrarios que son algunos de los conceptos depredadores que utilizás para despachar en pocas líneas a las películas de tus colegas, en una lista que excluye películas de registro muy diferente como Mi última aventura, Implosión o Bandido solo para abonar, una vez más, la teoría de que Quintín y Noriega y no se quién más castraron al cine argentino, llevándote puesto cualquier matiz, observación formal y contexto político.
Y cité El año del Descubrimiento porque la trajeron a cuento en los comentarios y vos mismo hacés referencia en tu nota al balance «más optimista» de Mar del Plata. Pero podría compararla con la de Perel, más purista quizás, pero más sintética también.
Es un año complicado para el cine argentino, claro. Hasta el temerario Llinás tuvo que contentarse con un concierto de cámara. Ahora, cualquier discusión que incluya un balance del cine argentino y no hable de la pandemia, del recorte del BAFICI, Mar del Plata, el INCAA o la CINAIN, y no nombre como responsables políticos a Cantoni, Avogadro, Hayek y a Puenzo es más voluntarista que una campaña armada por Duran Barba.
No te olvides que sin cinemateca hasta el autor de Una tendencia en el cine francés hubiese terminado más estrellado que Polín.
Pero sin duda también es responsabilidad de los cineastas independientes. Y hablando de Lopez Carrasco me viene a la cabeza una frase que escribió hace unos años:
“¿Era posible que un gesto, anhelado y voluntario, de rebeldía y emancipación fortaleciera una sistema que detestábamos?”
La seguimos.
A las ramas nos lleva tu tardía intervención… Pero vamos a lo de fondo al final.
No veo como la pandemia pudo afectar el montaje de una película, más allá de las demoras…
Lo de “conceptos depredadores” no lo había escuchado nunca aplicado a nadie, pero supongo le iría más a otras voces y otros ámbitos…
Yo no “despacho” películas, hago una reseña de pocas líneas de algunas películas vistas en el festival. Pero aunque les dedique mucho más igual van a decir que hablo mal de los “colegas”: lo vengo escuchando desde que hice mi primera película, aunque vengo escribiendo desde antes y no pienso dejar de hacerlo. Para callar y hablar por atrás están algunos “colegas”. Yo no tengo “colegas”: eso queda para alguna profesión que requiera esas formalidades, aunque el corporativismo me molesta en cualquier ámbito.
También en esta lista hay películas “de registro muy diferente”. Lamentablemente no llegué a ver Mi última aventura, Implosión o Bandido. Vos tampoco me recomendaste ninguna de ellas…
No sé qué tiene que ver esto con alguna teoría de que Quintín y Noriega, que si algo no tienen son teorías. Si castraron al cine argentino son por eludir varias cosas, efectivamente. Lo mismo los “colegas” que reclaman no discutir nada, y sobarse el lomo mutuamente…
Yo creo en el pensamiento crítico y en la discusión pública. Y mis compañeros (no “colegas”) son los que la dan. Los que se guardan no me importa si son mejores o peores cineastas, ni si votan a tal o cual. Me parecen igualmente cobardes…
Siempre es “un año complicado para el cine argentino”: no hace falta una pandemia para pedir la escupidera. Pero las puertas están abiertas para decir lo que cada uno quiera: escribí vos sobre el recorte del BAFICI, Mar del Plata, el INCAA, etc (pero no nombres la CINAIN porque a pocos “colegas” les interesa). Seguramente acá o en otroscines te van a dar espacio. Y si no que los “colegas” funden alguno, pero que sea para algo más que para llorar por fondos…
Tal vez la frase de Lopez Carrasco era una excusa previa. Pero las excusas no se filman.
No se entiende tu comentario, Nicolás. Debo ser de los pocos que no tienen problemas en discutir lo que sea.
Utilizo la expresión «colegas» y te rasgas las vestiduras a un paso de invocar El Alma y La Rosa.
La pregunta que hice fue muy simple y parte de la misma curiosidad de Guarnaccia. ¿Por qué El año del descubrimiento estaría más cerca de la instalación que una película como Tierra de los Padres? ¿La película de Perel no es igual de programática y sujeta a un dispositivo que Tierra de los padres? ¿Los planos de Tierra de los Padres no intentan también ser Bellos?
No tengo ningún problema con el pensamiento crítico ni con la crítica. Mi problema es con la reseña, en todo caso.
Hernán, acá no entiende el que no quiere… Respondí largamente tu comentario aunque tira puntas (o patadas) para todos lados. Si sos de los pocos “colegas” que no tienen problemas en discutir lo que sea, podés hacerlo mejor. Empezando por no usar esa palabra, como si no se pudiera hablar de las películas de los otros más que para alabarlas. Para eso están las redes sociales…
Si tu pregunta parte de la misma curiosidad de Guarnaccia, ya la contesté más arriba. Pero lo que me agota es el cuestionario insistente a lo fiscal, como si quisieras encontrarme alguna contradicción. Ya dije antes lo que considero cine y lo que no (porque “expande” el concepto hasta hacerlo inútil).
Si, creo que El año del descubrimiento estaría más cerca de la instalación que una película como Tierra de los Padres (y sin el dispositivo de la pantalla dividida sería aún más evidente su debilidad, cinematográficamente hablando). No, Tierra de los padres no es igual de programática y sujeta a un dispositivo que la de Perel (el problema no es la belleza o no de los planos per se: si lees lo que dije verás que me refería a otra cosa… porque nunca impugnaría ningún recurso o idea por si mismo, le dejo eso a los puristas).
En fin: si tu problema es la reseña ajena, intentá la crítica propia. No vengas acá a buscarme el punto. Si te dignas a escribir, en algún lado donde se pueda dejar comentario, con gusto lo haré. Para discutir lo que dice tu nota, no para ver cómo puedo meter alguna película tuya en el asunto sobre el que estés escribiendo…
Pero para despejar tu presunción te diré: Tierra de los padres no tiene un programa repetible, porque se basa en un espacio único como La Recoleta. Y aun si hubiera aplicado una “fórmula” (que es lo contrario de un experimento, como creo es el caso), no la repetiría de película en película. Al menos trataría de encontrar otra… Lo que tampoco es muy difícil si solo se trata de plantear un concepto. En todo caso pueden ser mejores o peores, pero se puede esbozar una decena de una sentada.
Esa es finalmente la única cuestión que debería importarle a los “colegas”: cada película debe encontrar su propia forma. Algo que sucede cada vez menos.
Nicolás,
Vos podés escribir lo que quieras. Lo único que te estoy pidiendo es, justamente, un grado mínimo de pensamiento (auto) crítico para poder organizar el debate.
Pero me decís: “Si, creo que El año del descubrimiento estaría más cerca de la instalación que una película como Tierra de los Padres (y sin el dispositivo de la pantalla dividida sería aún más evidente su debilidad, cinematográficamente hablando).”
Y ya no me dan ganas de seguir discutiendo ni leyendo.
¿Sos consciente que sin ese grado mínimo de ecuanimidad es muy difícil debatir cualquier cosa?
La diferencia principal es que El Año del Descubrimiento se sostiene en la escucha atenta de los otros, un ejercicio que te recomiendo.
Ahora. En cuanto a mi opinión sobre tu reseña de la película de Ceroi que tanto te inquieta, no tengo mucho para decir, la verdad… Suelo responder por las películas de mi autoría. No tengo ningún problema en defenderla- me parece una gran película- pero tu reseña es bastante pobre como para empezar a discutir.
No sé cuál es tu idea de un relato trascendente y prefiero, por decoro, que siga siendo así.
Al menos Quintín reconoce sus virtudes formales y problematiza el problema de la verdad y la mentira en el cine. Esa es una discusión interesante.
Vos te limitaste a utilizar la expresión “vampirizar” peyorativamente, algo que por honestidad intelectual debería evitar cualquier persona que haya estado alguna vez detrás de una cámara.
Hernán,
Yo no leo (y te diría que ni escribo) desde las «ganas»: si no las hay no le echemos la culpa a las formas…
De hecho no entiendo de qué ecuanimidad me hablas: sos vos el que tiraste lo de «conceptos depredadores», «despachar» (a los «colegas»), etc… Obviamente así es muy difícil debatir cualquier cosa.
Yo te contesto largamente, en una nota de mi autoría sobre temas que vengo siguiendo hace mucho solitariamente, pero vos apareces tarde a decir que dije lo que no dije y encima después a recomendarme la «escucha atenta de los otros» (entre paréntesis, esa película no tiene nada de escucha: hay mucho monólogo, como en tu caso).
¿Cuál sería entonces el «mínimo pensamiento (auto) crítico para poder organizar el debate»? Por empezar debería haber algún debate, pero en general los cineastas no lo dan. Solo reaccionan…
Lo único que venís a hacer es a decir que la película que montaste te parece una gran película. Si lo dijeras de la mía también pensaría que alguien tan involucrado no tiene la objetividad para juzgar eso. Ni la necesidad de defenderla aqui. Eso sería decoro.
Quintín no reconoce nada, solo entra en una de sus habituales contradicciones. Tampoco problematiza el problema de la verdad y la mentira en el cine… Pero ya mencioné eso en mi breve comentario, que no te interesa discutir. Solo venís a reclamar la «honestidad intelectual» supuestamente no aplicada. Pero «cualquier persona que haya estado alguna vez detrás de una cámara» entenderá que escribo también desde ese lugar. Y
“vampirizar” me parece una metáfora adecuada para ciertos usos y/o procedimientos. Puede molestarte, pero de deshonesta no tiene nada: más bien hace referencia a esa deshonestidad intelectual que tanto te preocupa.
Nicolás, no tengo ningún problema con la metáfora «vampirizar». Tiene algo de paso a la inmortalidad que me gusta. Lo que no me gusta es la connotación moral que se le impone, como si se tratara del sinónimo de una explotación monstruosa, que atribuyo no a la reflexión de un cineasta crítico sino al idealismo y al candor del escriba.
Es algo que se dijo en su momento de Adiós a la memoria, por ejemplo, que sin objetividad ni decoro puedo decir también que me parece excelente.
¿Y qué significaría eso? ¿caería un velo de oscuridad sobre el procedimiento, sobre su forma? ¿te convertiría automáticamente en irresponsable, abyecto?
Lo considero, una vez más, un concepto depredador disfrazado de problema ético. No hay nada ahí.
Me parece que va siendo hora que te planteés el desafío de hablar bien de alguna película (argentina o no, a esta altura me da lo mismo) que no sea tuya o de algún cineasta que no esté muerto (y canonizado) y por lo tanto cargado de significado, valor en sí que tanto te inquieta.
Me retiro. Y te mando un abrazo.
Hernán,
Volvés a contradecirte, antes de retirarte dejando preguntas sin respuesta (como que tiene que ver la pandemia con el montaje): Ahora no tenés ningún problema con lo de «vampirizar», que un comentario atrás era «peyorativo»… Habrá que ver si el sujeto de la acción logra una módica inmortalidad o pasa al olvido, lo cierto es que no hay ninguna «connotación moral» en la metáfora, ni Implica una «explotación monstruosa» salvo para quien quiera escandalizarse en vez de entenderla. Pero no veo candor en eso.
No sé a qué te referís con que se dijo lo mismo de Adiós a la memoria, o no voy a tratar de adivinar si no lo citas. Pero en cualquier caso no tiene nada que ver, del mismo modo en que las películas tampoco se parecen aunque compartan montajista… Y eso no significa que me parezca excelente.
Pero no se cuál sería el «velo de oscuridad sobre el procedimiento, sobre su forma». Ni dónde estaría la irresponsabilidad ni la abyección (palabra que además no usé en este caso…)
Lo «depredador» es decir vaguedades disfrazadas de discusión, solo para defender una película. Su problema ético es también estético (y viceversa, porque ambas cosas van ligadas).
En fin: he hablado bien de muchas películas, sobre todo argentinas. Y como acá discutido otras. De eso se trata. Para lo demás están los gacetilleros, Facebook, y los amigos… Y acaso los «colegas», si esa condición implica no discutir entre ellos. Si algo falta en el cine argentino actual es discusión. De eso va esta nota.
Nicolás,
No entiendo la pregunta del montaje. Yo no dije que la pandemia había afectado al montaje de la película. Dije que había afectado al cine y la vida en general. Por razones evidentes. Sobre todo económicas. Aunque algunos estemos acostumbrados a filmar con poco.
Y no, no escribiste sobre las películas. Escribiste una gacetilla bastante mezquina al servicio de una tesis a priori. De ahí el malestar. No se trata de las películas que edito yo o de cineastas que considere mis compañeros o compañeras. Es algo más general. El concepto no te deja ver el bosque (de la forma). Y hoy lo conceptual y lo temático son hegemonía.
Utilizaste apelativos como «instalativo» y no explicaste porque El año de descubrimiento es más programática que Tierra de los padres. No hace falta tener una licenciatura en filosofía para darse cuenta que no es así y lo seguís negando. Esa negación es un problema de fondo.
Al menos en el camino aprendiste que es un concepto depredador.
Shalom.
Hernán,
Si no vas a responder mejor haberse quedado en el retiro. Yo contesto todo, pero vos lo único que haces es «no entender la pregunta» sobre lo que acabas de afirmar, o repetir que te parece «mezquino» lo aquí escrito (que tendrá los problemas de la brevedad pero no es precisamente una gacetilla) sin dar un solo argumento vos cuando te toca desarrollarlo.
Acá la única tesis a priori es la tuya, con unos modales de peleador callejero que justificas con ese «malestar» incomprensible, salvo por la dificultad que hay en nuestro medio para discutir una crítica (lo que incluye a los críticos, por supuesto).
Y si, se trata de la película que editaste vos, no hablaste de ninguna otra de la lista…
Veo perfectamente que actúas como mensajero aunque no te mandé nadie, y no se que es peor. Porque vos sabes perfectamente lo que pienso, y compartís muchos de mis puntos de vista.
Y acá no hay ningún «concepto» sino más bien una crítica a cierto cine conceptual. Y de lo que estoy hablando es precisamente de la «forma». Lo que hoy es hegemonía es la defensa a ultranza del derecho del cineasta a no hacerse cargo de la ética que presuponen sus decisiones estéticas, como lo demuestra tu «malestar» ante una simple nota.
Te respondí punto por punto pero vos dejaste todas mis cuestiones sin responder. Esa es la única negación que hay acá. Pero yo voy a seguir escribiendo, y discutiendo con los que tengan ganas de hacerlo con la honestidad que declaman.
Si, si querías dejar claro eso de «concepto depredador» diste un buen ejemplo. Pero espero leer en algún lado todas tus reflexiones sobre todo eso que demandabas en tu primer comentario, aunque no te veo a vos ni a tus «colegas» escribiendo sobre cine argentino (salvo para alabarse mutuamente, claro). Pero parece que eso no genera ningún «malestar»…
Nicolas,
Insólito, primero me reclamás que llegue temprano y ahora modales de salón.
No tengo ningún problema en escribir sobre cine argentino. Lo hice puntualmente sobre Zama, por ejemplo, para Revista de Cine. Y no fue un texto precisamente elogioso, aunque considere a su autora de los mejores cineastas de nuestro tiempo. Hasta cuando escribo sobre Renoir o Chaplin escribo sobre cine argentino.
Tu juego es quedarte siempre con el suspenso de la última palabra. Y hay que reconocerte que sos incansable.
Querés saber qué pienso sobre el montaje de Qué será el verano y Adiós a la memoria. A ver…
1.
Y en principio, como es evidente, se trata de dos películas muy diferentes. Y de cineastas muy diferentes, de generaciones diferentes. En el caso de tu película no se trató solo del montaje, sino del rodaje que compartimos años antes y una discusión que mantuvimos a lo largo del tiempo. Años más tarde, llegaste a la isla de edición con guion, casi de hierro, del que nos apartamos poco. (Escribí sobre esto más en detalle en una nota que publicó SAE) El gran desafío fue darle forma a los pasajes entre material tan heterogéneo. Eso nos llevó en total unos 4 meses de trabajo intenso a la par.
Es decir se trata de una película con vocación moderna pero cuya epistemología está todavía vinculada al cine industrial. Supongo que eso tiene que ver con una deuda simbólica con tu formación como guionista en la escuela del Instituto Nacional de Cine. La división del trabajo, la producción lineal, la necesidad de prever gastos, etc.
Pero ese es un lastre muy común en el cine de ensayo argentino. Cineastas más vinculados a la escritura que al cine. Ahí hay un problema interesante para discutir en algún momento. Porque ni Godard ni Marker-que también escribían y cómo- acumulaban en sus garages videocaseteras, computadores y monitores por una especie de manía por los cacharros. Sino porque entendían que el desafío del ensayo estaba justamente en “pensar con las manos”, como se llama la productora de unos amigos en común.
El cine de ficción de Alejo Moguillansky, por ejemplo, parte de esa certeza.
Y cineastas más jóvenes como Tatiana Mazú, con otra relación con la tecnología digital y las redes sociales, vienen a romper con ese legado en el cine de ensayo.
Por supuesto lo ideal sería la combinación de un cineasta artesanal con tu vocación intelectual, por ejemplo. Pero, bueno, en una de esas, en 20 años, cuando tengamos Cinemateca…
Claro que Adiós a la Memoria parte de una experiencia personal y colectiva indeleble y dolorosa de la que es muy difícil tomar distancia como vos lo hiciste. No deja de asombrarme ese ejercicio. Mis respetos.
2.
Qué será del verano de Ignacio Ceroi es en cambio una película más liviana y urgente atravesada por la pandemia, por la necesidad de viajar con el cine y que partió del hecho fortuito que se cuenta al inicio de la película. Pero rápidamente se abre a la fantasía y la aventura con una división formal muy clara (aunque patalees y patalees). Fue pergeñada por su director y su productor en la noche más oscura de la cuarentena.
Vi un primer armado de unos 30 minutos de Qué será del verano en mayo o junio del 2020.
Muy entusiasmado, porque pude reconocer en ese armado los mejores atributos y temas de la ópera prima de Ceroi, potenciados. El género epistolar, que se le da muy bien, la amistad, la aventura.
Cero editó solo a lo largo del año, y yo recién tomé contacto con el material en octubre del 2020, donde edité algunas semanas a distancia.
Durante ese tiempo se dieron algunas discusiones interesantes sobre el uso de la voz en off. Al contrario de Adiós la memoria, Ignacio quería en la voz en off ese estilo presentativo de la lectura, sin mucha manipulación del ritmo, sin pausas reflexivas. Sus referencias eran Akerman y Mekas. Es decir, Ceroi quería reproducir las limitaciones técnicas de la grabación y edición en grandes párrafos de la cinta magnética. En un registro que funciona muy bien y le da un ritmo y una poética muy particular a la película. Donde el narrador se expone en forma tan evidente que termina por desdibujarse. Alvaro Arroba dijo en la presentación de la película algo parecido a la impresión que tuve cuando vi ese armado primer por primera vez.
Perdí contacto con el corte final de la película porque tuve que filmar como 4 semanas entre diciembre, enero y febrero apenas se pudo salir a la calle. Pero seguí su deriva en la mezcla de sonido y me puso muy contento su recepción en un contexto tan adverso.
3.
Algo parecido me pasa con la utilización de la voz en off en la nueva película de Perel, que también te cargás sin miramientos formales en tu reseña, mofándose de la fotografía.
Te soy sincero. A mi también el cine de Perel me resulta algo antipático. Y sin duda la influencia del “cine expandido” en el cine contemporáneo es una tendencia problemática, más relacionado con la curaduría como arte que con la voluntad de los cineastas. Hace poco hubo una muestra de cortos experimental en el MAMBA que se llamó “El cine es otra cosa”. Me resulta insoportable esa combinación de soberbia e ignorancia. Sobre todo esa manía tan boluda de indicar los materiales y formatos que se utilizaron en ese tipo de obras como si ese ejercicio ínfimo inmediatamente dotara a la obra de cualidades auráticas para el mercado del arte.
Pero hace 50 años que tenemos claro que el cine es un arte impuro y la crítica hay que practicarla película a película. Incluso entre esos programas tan antipáticos o, quizás por el gesto parricida al que aspiran o el clima de pretendida libertad, encontré cineastas muy interesantes, como es el caso de Benjamin Ellenberger. Por supuesto hay muchos otros.
Pero no nos vayamos por las ramas. Proyecté Responsabilidad Empresarial en mi casa sin muchas expectativas y con la mochila cargada de prejuicios y resentimiento de clase. Y tengo que reconocer que me gustó la síntesis que encontró para el informe responsabilidad empresarial en delitos de lesa humanidad del CELS, que como su palabra indica, carece de forma.
El dispositivo es minimalista pero no moroso. El diseño gráfico está completamente profanado. Los planos furtivos dentro del auto, la lectura en off casi cruda dota al dispositivo tan frío de insólita humanidad.
Y sobre el final con los nombres, se abre paso, insospechada, entre tanta información dura, la emoción.
Mis respetos.
No me parece casual la recepción que tuvo. Chicanas de lado y más allá del grave error del BAFICI de no programarla en su momento, Tierra de los padres trabaja sobre un material mucho más ambicioso- algo en sí loable- pero su dispositivo no es tan sintético. Los fundidos encadenados y las lecturas la vuelven farragosa. Fijate que incluso una película como Profit Motive and the Whispering Wind, está sostenida en el salto elíptico que, junto al impresionismo del sonido, renuevan constantemente el interés.
En el caso de Lopez Carrasco, tampoco me interesa lo que hizo con el colectivo Los Hijos ni El Futuro. En cambio, su última película, El año del descubrimiento, es excelente. Exhaustiva, humanista. Se aparta completamente de cualquier tendencia del arte contemporáneo. Se sienta a escuchar.
Ahí también hay un problema interesante. El mercado de festivales y la crítica premia los descubrimientos y no el desarrollo de los cineastas, algo que encuentro mucho interesante.
Fijate que entre 1908 y 1915, fecha de el estreno de El Nacimiento de una Nación, Griffith filmó 400 películas, a razón de dos rollos por semana.
EL TALENTO NO ES MAS QUE UNA LARGA PACIENCIA
En fin.
No tengo más tiempo para dedicarle a estas artes, amigo.
Pero otro tanto podría decir de la bella y oscura película de Labaké, y la elocuencia con que se apropia del archivo familiar sin recurrir a la voz en off. El Maravilloso corto de Sonzini, en la mejor tradición del realismo poético, el de Federico Tachella, o Implosión de Van de Couter, cuya película anterior no me había gustado, pero esta me parece muy buena, del mismo modo que no me gusta Música Nocturna pero si la última de Filipelli, su negativo perverso, que no se trata de qué hacer con su Adiós a la memoria, tu objeto, y de “sus esmerados planos”, sino justamente sobre la desesperación en la falta de distancia. Son dos experiencias muy diferentes. Pero bueno, hasta eso hay que explicarte porque mirás las películas tomándote como referencia, por no decir otra cosa…
Y ese es el motivo de mi intervención, querido Nicolás. No quise entrometerme en tu tertulia de caballeros. No se sí es una cosecha como para saltar en una pata y vos podés escribir lo que quieras. Solo que este tipo de reseñas, mezquinas con lo que no te gusta, elusivas con los motivos formales y las películas que escapan a la tesis de que el cine argentino está castrado y es todo igual que supongo abonarán un nuevo y grueso tomo de El País del Cine, se leen, más no sea por una cuestión probabilística y al contrario de lo que entiendo que creés y aspiras, algo deshonestas y también un poco megalómanas.
Espero tu texto sobre películas (argentinas o no) que sí te gusten.
Ahora sí, me despido con un abrazo,
H.
Hernán,
Lo insólito es que al final no dejás de repetir lo mismo y del mismo modo, entre patoteril y displicente. No se trata de tener “modales de salón”, sino simplemente modales. Y esa honestidad intelectual que declamás pero que poco se deja ver en público…
Escribir “puntualmente sobre Zama para Revista de Cine” no es escribir sobre cine argentino. Y que el texto no iba a ser “precisamente elogioso” era evidente, visto que varios ahí detestan a Martel. Tan Revista de cine como decir “hasta cuando escribo sobre Renoir o Chaplin escribo sobre cine argentino”. Pero sobre cine argentino escriben poco y nada.
Yo no juego, y acá no hay suspenso. Incansable tampoco soy, y estar contestándote un domingo no me hace gracia…
No quería saber qué pensás sobre el montaje de Qué será el verano y Adiós a la memoria. Justamente te decía que era algo fuera de lugar aquí, y daba en todo caso para su propio espacio. Pero parece que te gusta terminar en los comments. O será que el blog de Revista de cine está muerto, avisen al menos.
Y si, es evidente que se trata de dos películas muy diferentes. Como vos decís, pasaron años. Por eso llegué con ese guión “de hierro”, aunque en verdad hubo prácticamente que encontrarle todo el tiempo la vuelta, porque estaba abierto a un montaje de búsqueda en ese material fílmico visto y revisto pero nunca cerrado. Decir que su “epistemología está todavía vinculada al cine industrial” es una pavada. Por empezar, no sé qué tiene que ver la epistemología. En cuanto a lo demás, no es una “deuda simbólica” con mi formación como guionista (la deuda es real, pero yo no soy un guionista profesional), ni ese guión estaba planteado sobre “la necesidad de prever” más que una película en la que llevaba años pensando. Ese guión se amasó largamente a lo largo de esos años, con cambios radicales en el medio. Y no determinó más que una idea general sobre como enhebrar temas diversos, no el modo concreto del montaje final. Si no, podría decir que el premio que te dieron al montaje es subsidiario de mi premio al guión, pero cada momento tuvo sus propias decisiones. De lo contrario no hubiera llevado tantos meses…
La discusión sobre el “cine de ensayo” (no solo argentino) no la voy a dar aquí y ahora porque es para largo y excede, como todo esto, unos comments apresurados. No tiene que ver con estar “más vinculado a la escritura que al cine” sino a pensar el cine como escritura (la camera-stylo). Por eso el guión y el montaje son instancias hermanas, donde el montaje termina de definir el trabajo previo. Pero las películas tienen un director, aunque comparta la “escritura” con el montajista. A menos que las monte literalmente él solo, cosa que no creo que hayan hecho ni Godard ni Marker, aunque parece ser el ideal de los que no les gusta discutir sus ideas.
No sé que tiene que ver con todo esto el cine de ficción de Alejo Moguillansky, cuya certeza en todo caso es la de no renunciar a la ficción. Y al menos en eso es honesto, no busca la ambigüedad de la hibridez como coartada.
Sea como sea, el tema no es pensar que “lo ideal sería la combinación de un cineasta artesanal con tu vocación intelectual”, como si dependiéramos de Frankenstein para lograrlo. La cuestión es que la vocación intelectual puede darle aire a cualquier tipo de cine, sea o no “artesanal” (y tampoco me pongo ahora a discutir esa categoría porque daría para otro hilo…)
Me pregunto entonces cual es la vocación de la película de Ceroi, a la que llamás “liviana y urgente”, y encima excusas con la pandemia como si pudiera haberla afectado en algo. Salvo si la “necesidad de viajar con el cine” es ir a festivales y armar un objeto para tal fin. Sus decisiones formales son muy claras, si (nadie patalea acá salvo vos), pero no veo que tiene que ver con “la noche oscura de la cuarentena”: efectivamente la película anuncia al inicio su voluntad de jugar, pero luego (no solo en la película misma sino en las palabras del cirector, tal como dice Quintin) no deja claro qué es lo manipulado. Todo lo contrario de lo que hacía Welles en Fake, por poner un ejemplo canónico. Desde ya, Ceroi no será el primero en buscar así ingresar a los espacios destinados al documental (empezando por sus fondos), pero me parece muy discutible. Incluso si la película fuera consistente…
“El género epistolar, la amistad, la aventura”, suena a una más de El Pampero. No sé qué tiene que ver con Akerman y Mekas. Y no es que “el narrador se expone en forma tan evidente que termina por desdibujarse”, sino que se desdibuja porque nunca se expone. Oculta precisamente su manipulación, pese a que es evidente para quien sepa verlos en los distintos registros de cámara, etc.
Si ves “algo parecido” con la utilización de la voz en off en la nueva película de Perel, es más evidente entonces que hay un problema. Yo no me mofo de su fotografía, todo lo contrario: digo que ese cuidado parece extraño en relación al resto. La cuestión no es que “el cine es un arte impuro”, sino como trabaja sobre esa impureza. ¿Tengo que repetir otra vez lo dicho sobre Benning?
A vos te gustó Responsabilidad Empresarial. Como a mucha gente. Bueno. Yo no tenía “la mochila cargada de prejuicios” porque he visto ya lo que ha hecho Perel antes. Decir que el informe en que se basó “carece de forma” es absurdo. En todo caso, se trató de darle alguna forma audiovisual. Para lo que hizo un guión, aunque más no fuera hecho de recortes de ese informe. Pero como montajista no sé qué hubieras hecho en este caso…
“El dispositivo es minimalista pero no moroso”. Ajá. Y? El problema es justamente que se puede decir cualquier cosa de un dispositivo como ese. Para vos “los planos furtivos dentro del auto, la lectura en off casi cruda dota al dispositivo tan frío de insólita humanidad”. En otro lado (aunque el tuitero lo borró, tal vez porque pensó que era una interpretación desafortunada) se sugirió que ese era más bien el inhumano punto de vista de los represores esperando a su presa… En fin. Me recuerda las discusiones sobre el último plano de El predio, con su falsa ambigüedad.
Lo sintético de Tierra de los padres pasa por otro lado (y no me refiero a tratar de dar cuenta de la historia argentina toda), y tiene que ver con la presencia de materiales diversos. Algo que no tienen los ejemplos que das, incluyendo Profit Motive and the Whispering Wind. Lamento que pese a todo eso no haya renovado tu interés. Qué se le va a hacer.
No veo la relación del talento con la paciencia. El talento no necesita de paciencia. La necesitamos los que no tenemos talento pero no nos contentamos con repetir fórmulas.
En fin. Como no podes con tu falta de tino terminas diciendo “hasta eso hay que explicarte porque mirás las películas tomándote como referencia”, cuando ni mis propias películas tienen todas la misma referencia!!! Pero entiendo que estés preparando el terreno para tus propias repeticiones…
Entiendo que no te guste lo que aquí se dijo, pero “mezquinas” son tus intervenciones que reducen todo a un adjetivo, o a ensalzar las películas que te gustan más que a ponerlas en cuestión. Yo nunca dije que “el cine argentino está castrado y es todo igual”: no sé cómo podría llenar con eso el tiempo que le dedico, mis clases, y el nuevo pero no tan grueso tomo de El País del Cine, que suelen criticar hasta los que ni lo leyeron…
Megalómanos, narcisistas, etc, son los que solo se dedican a hablar bien de sus “colegas” o entre ellos, porque les interesa más ser aceptados (en esos pequeños círculos tanto como en las grandes ligas) que ser fieles a sus convicciones o sus ideas, si es que las tienen.
Yo no quiero hacer carrera, Rosselli. Ni siquiera me considero un director de cine. A penas si puedo sentirme un cineasta cuando logro terminar alguna película de la que no me sienta avergonzado. Porque me interesa mucho más el destino del cine argentino que el de mi propia obra.
Debatiré el problema de la relación ficción – documental en otra nota sobre El agente topo. Pero permítanme, ya que Rosselli trajo a cuento Tierra de los padres, dar un solo ejemplo de porque no es una película «conceptual’, además de no poder resumirse como «gente leyendo»…
En el final hay un plano secuencia aéreo de unos 6 minutos. Aclaro además que no está hecho con un dron. En ese momento no los había, y tampoco se si tienen la ductilidad que hacía falta. Como pueden ver, el plano era complejo: debía «descubrir» el cementerio, acercarse, dar toda la vuelta para rodearlo, y luego retroceder hasta el río, cruzando siempre un espacio preciso. De hecho el helicóptero desde el que se terminó filmando tenía que estar pendiente del permiso de aeroparque, porque atravesaba su espacio aéreo. Por eso solo fue posible hacer cuatro tomas en total, en las dos horas de vuelo que pudimos pagar (usando la tercera parte del presupuesto total de la película). La toma que quedó fue la última, la única que no tuvo algún percance. Cómo imaginarán, hay mucho viento a esa altura. El cámara estaba en un arnés con la puerta abierta (tampoco había esas cámaras remotas adosadas), un miembro del equipo vómito en pleno vuelo, y yo mismo me prometí nunca más subir a un helicóptero… Pero ese plano (conseguir ese plano) le daba a la película su razón de ser, es decir, que valiera la pena. En todo sentido.
¿cómo era eso de que las excusas no se filman?
¿Las estás filmando, además de pre-escribirlas?
Si te interesa el destino del cine argentino yo que vos empezaría a abonarlo señalando algún acierto de vez en cuando…
Ese es otro de los prejuicios que repetís sin leer. Acá mismo cité al pasar Malvineitor, por ejemplo, una película con la que te vas a atragantar… Pero no la vas a (terminar de) ver. Como tampoco vas (van?) a ver o pensar el cine argentino previo a los 90, como si los «colegas» recién hubieran inventado el agua caliente.
Ok. F for Fake y Malvineitor. Anotadas. Interesante… Del parnaso a youtube. No sea cosa de andar repartiendo elogios de más.
Algo más? Dale, vos podés. Mirá que el intangible del crítico es la honestidad…
Yo no hago distinciones según amigos o enemigos, altos o bajos: veo de todo. Del parnaso a los “rechazados”. Porque también hay que mirar por fuera del canon y los festivales. O de las recomendaciones, que como viste no siempre funcionan. Así que busca por tu cuenta.
En cuanto a Youtube, si la calidad de reproducción es la nueva excusa para desconocer la historia del cine argentino… Bueno. Esperen la Cinemateca. Pero tampoco veo a los “colegas” haciendo mucho por eso. La (des)honestidad es bastante tangible por acá.
Recién veo esto (perdí el eje porque la discusión se puso demasiado álgida e intensa) y solamente venía a decir que ese plano es uno de los más poderosos e importantes de los últimos 20 años del cine argentino, y que venir a enterarse ahora de ese «detrás de escena» resulta bastante revelador. Así que como dijo Hernán sobre otras películas, mis respetos.
No ves nada. Vigilás a tus contemporáneos, que es otra cosa muy diferente.
Ahora son mis «contemporáneos» y no mis «colegas». Bueno. Un avance en tu expresión, pero por lo demás siempre terminás en el patoterismo de tuiter. Hablando de vigilantear y no ver nada, no sé porque no desarrollas ahí ese estilo módico, tan apto para el ataque en (defensa del) grupo. Entiendo que no te gusta exponerte tanto, pero entonces no lo hagas tampoco acá. Se nota mucho.
Cada vez que entrecomillás la palabra colega un alumno tuyo vuelve a creer en las musas y los duendes. Pero qué importa. Será carne de cañón de tu tesina, nomás.
Notable que te cuestionen un poco y te reveles como un individualista que cree en el talento innato. Con razón le va tan mal a la izquierda en este país.
Estás derrapando mal, Hernán, pero ya no por lo modales sino por decir cosas sin sentido: ¿musas y duendes? Entrecomillo la palabra “colega” porque la escuché toda la vida entre doctores, pero tirada acá para reconvenirme por críticar películas argentinas suena todavía peor, porque ya no es solo un signo de distinción o pertenencia sino de apriete.
Es absurdo por otra parte lo de que me “cuestionen un poco”, como si fuera la primera vez. Sin ir más lejos, ya te dije que desde que hice mi primera película escuché eso de que no se habla de los “colegas” (lo mismo dicen los periodistas, etc). Parecía que como pasé a ser uno ya no podía escribir sobre cine argentino… Pero acá me ves. Y aunque pasaron casi 15 años me siguen diciendo lo mismo.
Finalmente (espero): lo de “un individualista que cree en el talento innato” es una imbecilidad más que una injuria. Te acabo de decir que el talento es algo excepcional, y aun así, como para la mayoría de los mortales, siempre requiere trabajo (justamente eso es lo que estoy discutiendo desde el principio).
Creo, precisamente, que el cine argentino es un tejido vivo de la que participamos todos: los “colegas” (vivos y muertos: a eso se le llama tradición), pero también los críticos, los investigadores, los estudiantes, los espectadores… Y todos tienen derecho a hablar.
No sé cual es la razón por la que a la izquierda le va tan mal (y menos que tiene que ver con todo esto), pero seguramente se relaciona con la misma imposibilidad de saber discutir, o al menos de saber escuchar. Eso que tanto te preocupa, y lo bien que hacés.
Hola Nicolás!
Nosotros hicimos una película que se estrenó en el comienzo del Bafici, esta es la data:
https://vivamoscultura.buenosaires.gob.ar/contenido/3641-washington-en-su-paraiso
Te podríamos pasar el link si te interesa verla.
Saludos,
Guido