RELATOS SALVAJES: CON BROCHA GORDA
Por Jorge García
No he visto los trabajos anteriores de Damián Szifron, algo que –a la luz de lo expuesto en esta película- no lamento demasiado. Sí había leído algunas controversias que había provocado esta película entre los críticos argentinos con motivo de la exhibición del film en Cannes que oscilaban desde el tono celebratorio de algunos (los mismos que si el film fuera de otra nacionalidad, lo denostarían) hasta el lúcido cuestionamiento de otros; me apresuro a decir que me coloco del lado de estos últimos.
Uno de las temas que se discuten cuando se habla de las diferentes variables del cine nacional es la de cómo amalgamar un tratamiento estético riguroso con una respuesta masiva del público. En los últimos tiempos se encuadró dentro de esta tendencia, sin demasiadas justificaciones, a films de Campanella y Trapero: por mi parte sigo creyendo que el único realizador que en las últimas décadas en algunas ocasiones logró fusionar ambos elementos fue el largamente ausente de nuestras pantallas Adolfo Aristarain. Szifron parecería ser (repito que no he visto sus obras anteriores, ya sean fílmicas o televisivas) el nuevo representante de esta vertiente, a partir de su innegable dominio de los recursos técnicos y, al menos en esta ocasión, contar con un elevado presupuesto y un elenco de estrellas de la pantalla nacional. Y de acuerdo a la recepción del film en Cannes por parte de los medios que mejor representan la crítica “festivalera” y buena parte del público y la inmediata compra del film para varios países parecería estar en vías de lograrlo.
Pero pasemos a Relatos salvajes. Estructurado con un prólogo (antes de los títulos) que ya muestra el tono general del film y cinco episodios, la película recorre diferentes historias a las que las une un hilo temático conductor, que no es la venganza como se ha dicho en varias críticas, sino la justificación de la justicia por mano propia. Apropiándose de diversos elementos genéricos (comedia negra, thriller, melodrama), Szifron ofrece un abundante muestrario de los peores rasgos de una sociedad y los individuos que la componen (no hay un solo personaje en el que se pueda atisbar un atisbo de nobleza), eso sí con un trazado que, siendo benévolos se puede caracterizar como grosero. Por cierto que una mirada misántropa sobre el mundo no es una novedad (vg, Robert Altman la utiliza en sus peores momentos) y el film también muestra diversas influencias -de Spielberg en el episodio protagonizado por Sbaraglia, de Un día de furia en el que trabaja Darin, entre otras, pero lo que llama la atención es la permanente búsqueda de empatía con personajes que, como se dijo, como reacción ante diversas situaciones, buscan ejercer la justicia por propia mano. Estableciendo un paralelo con el trazo grueso propuesto, es como si estuviéramos frente a una suerte de personajes “discepolianos” con sus rasgos más facilistas (sí, los de Cambalache) exacerbados hasta el paroxismo, sean estos la cocinera de una fonda, un ingeniero experto en explosivos irritado por el doble secuestro de su auto por la grúa o la rica heredera de una familia judía que descubre una inesperada infidelidad la noche de su boda. Por cierto que los rasgos señalados pueden aparecer, como para que no se acuse al director de parcialidad, tanto en una atildado burgués como en un muchachón con look de lumpen y hay momento tan sutiles como el plano de un culo cagando sobre un parabrisas (escena ruidosamente festejada por gran parte de los críticos presentes en la protección privada del film). Hay por cierto algunos aciertos en la película, vg, el fuera de campo del piloto del avión en el prólogo, alguna vuelta de tuerca ingeniosa en el guion del episodio protagonizado por Oscar Martínez, un buen trabajo de puesta en escena en el último tramo y varias ajustadas interpretaciones (Martínez, César Bordón, María Onetto). El film será seguramente un gran éxito de taquilla pero esos méritos no logran disimular su facilismo conceptual y su ideología reaccionaria y fascistoide.
Jorge García / Copyleft 2014
*Aquí se puede leer otra crítica en este blog
No comprendo la critica ni los argumentos esbozados sobre la empatia buscada por Szifron ni de la cuestion de la justicia por mano propia. ¿»Fascistoide»? Vamos, ¿de que estan hablando? Entonces los films de los hermanos Coen son la peor escoria de la humanidad.
Estimado EV: los argumentos son de Jorge (y en mi nota se pueden leer los mío que sí están en consonancia con los de Jorge), por lo que no voy a responder.
Pero sí quiero decirle que si hay algo por lo que no se caracteriza el cine de los Coen es justamente por su amabilidad respecto de sus personajes y por su visión amable del mundo. En este sentido, usted hace una conexión precisa: la película de Szifrón está en consonancia con el universo de los Coen. El desprecio, la crueldad y la misantropía son la regla para los tres directores
Se puede filmar la misantropía, el tema es cómo. Filmarla no significa por ende asumirla.
Saludos.
RK
Damián Szifron expresando ideas ”Fascistoides”? muy mala interpretación. Estoy de acuerdo con vos.
quizás todo el cine d e szifron sea facilista y facho
como dijo una vez Bertolucci, hacer una pelicula sobre la mafia no significa volverse mafioso.
«No he visto los trabajos anteriores de Damián Szifron» ya está, leí eso y me indigné. ¿Como podes decir que te gusta el arte audiovisual y no haber visto NADA de lo que hizo Szifrón?. ¿En donde vive García en una sanguchera de vidrio?
Las excelentes miniseries («Los simuladores» y «Hermanos y Detectives» ) han sido repetidas hasta el hartazgo en la TV de aires. Y sus largometrajes otro tanto en el cable.
«Por favor muchachos si metemos la mano en la lata que no se note», como dijo un real fascistoide en la tele hace unos años.
Estoy podrido de éstos seudocríticos que si no te dormís en el cine o frente al tele la película no tiene valor.
No sea tan duro que seguramente usted, como todos, tampoco se conoce la obra completa de muchos cineastas relevantes.
Pero yo no me hago el crítico.
Rodrigo, he visto algo de lo de este director, la verdad es que no me parecen trabajos imprescindibles, el hecho de que sean masivos, no quiere decir que sean buenos. Por mi parte, opino que sus trabajos son mediocres. No me gusto relatos salvajes. Me apena que, teniendo tanto presupuesto, se haya hecho algo tan básico.
Relatos Salvajes: una anti-crítica
Ezequiel Espinosa
Antes que nada, debemos confesar “de qué lecturas somos culpables”. Y en ese sentido, lo primero que tengo para decir, es que no soy crítico de cine, ni pretendo serlo. En segundo término, que soy de los que consideran que en lo que una pieza de arte, cada cual la interpreta a su manera.
Pero no deja de llamarme la atención la recepción negativa que ha tenido en “la crítica” cordobesa, la última película del redicho Szifrón; un bestiario del capitalismo en Argentina, y sobre todo en su Capital federal (de hecho, tiene un claro mensaje anti PRO, aunque se ve que demasiado sutil para los críticos “nacionales y populares”, que temen un efecto “Campanella”).
Sabido es pues, que la película en cuestión tiene buena prensa, pero mala crítica. Y por tal motivo, diré que lo primero que llama la atención al ir a verla, es la diversidad el público que ocupa las salas. La escena de las butacas, tiene algo de ricotera en ese sentido, y más todavía cuando la pantalla se llena con las imágenes y los discursos con los que se compone la trama del film. Se ha tildado a la película de “fascistoide” y “efectista”; “cacerolera” y “crispada”; “misantrópica” y “anti-política”. Por lo pronto, Szinfrón ha descubierto, acaso sin proponerselo, la “estructura de sensibilidad” que articula el juicio estético “nacional y popular”.
Por mi parte, confieso haber ido a verla, un poco para despabilarme y otro tanto para confirmar mis prejuicios sobre el maniqueísmo y esquematismo ideológico de su director, luego de haberlo visto en la mesa de la señora. La película es una suerte de tragicomedia con un claro tono de sátira social, que es el hilo rojo que guía a sus seis acápites. En un comienzo, todo parecía confirmar mis temores, pero luego la cosa se pone no sólo más intensa, sino mejor, más interesante.
Se le ha criticado al film el que -a pesar de los actores y su buen desempeño- no les haya permitido un mayor despliegue de sus dotes actorales, y los haya aprisionado en personajes caracterizados con “trocha gorda”. A mi juicio, es allí donde, precisamente, radica su merito. Si bien es cierto que el formato corto de los episodios parece haber obligado a recurrir a una serie de diálogos forzados o situaciones algo rebuscadas, en aras de lograr una rápida resolución de cada acontecimiento, hay algo muy interesante en el hecho de que los personajes se debaten entre su condición de agentes de relaciones sociales y la trayectoria de su individualidad personal. El acento será a veces más estructuralista, otra veces más subjetivista. Pero el disparador de la acción en todos los casos, sera el azar, ya sea bajo la forma de accidente, de suerte, de error o de sorpresa.
La introducción, anuncia -en términos generales- el derrotero de todo lo que sucederá. Allí las personas no son tan importantes como su rol social, y la única individualidad personal que realmente importa, es constantemente nombrada pero siempre será invisible. El desenlace de esa primera escena es la clave de toda la película. ¿“Venganza”?. Puede ser. ¿“justicia por mano propia”?. Quizás. Yo prefiero interpretarlo como la lucha individual contra las condiciones sociales de existencia, con resultados -aunque casi siempre trágicos- disimiles en cada entuerto y que por lo general, serían tipificados socialmente como “delito”.
El primer acápite, tratará sobre la corrupción político-empresarial (algo de misoginia) y lo entrelazará con la cuestión de la seguridad. No es tanto una escena de lucha de clases, como una colisión entre el mundo de los enclasados y los desclasados (o desclasadas), mediada, sí, por una situación de clase, contingente. El chiste del capítulo está en mostrar como un “usurero” se candidatea para intendente prometiendo mayor “seguridad” a sus posibles votantes, sin advertir no tanto que la inseguridad que pretende combatir es una consecuencia de acciones sociales como las suyas -en tanto que “usurero”- sino, más todavía, que él mismo caerá víctima de esa inseguridad, en la medida en que tal combate, en el fondo, resulta(rá) ineficaz. El futuro “intendente” no advierte que puede morir simplemente por un plato de comida servido por la gente a la que desprecia y maltrata. No advierte que cuando alguien ya no tiene nada que perder, no hay medidas de “seguridad” que valgan. La “inseguridad” puede presentarse bajo la forma de un plato de “papas fritas a caballo”. De golpe, se advierte el poder supremo -poder de vida o muerte- de quienes cocinan y sirven. La cocina, ese el espacio (no tan) metafórico, de la inseguridad.
El segundo corto, sí puede decirse que gira en torno a la lucha de clases, tal y como se entiende empíricamente, es decir, de ricos contra pobres y pobres contra ricos. En este punto se vislumbran las panorámicas que a mi sensibilidad, le ha sabido como un punto alto de la película. Tanto como la composición fílmica de los diferentes espacios públicos y privados, con sus tejes y manejes. En este corto, decía, se comienza como en una publicidad no solamente de un automóvil, sino de todo un estilo de vida basado en el confort. No es casualidad que se haya filmado en esos paisajes, donde el efecto publicidad, de una parte, es eficaz. Y donde el contra-efecto de la sátira al mensaje publicitario, por otro, cobra igual eficacia. Un personaje -los nombres propios siguen sin importar mucho- metido en una burbuja de confort, totalmente ajeno a las peculiaridades de la naturaleza que le rodea, y absorto en su mundo sobre ruedas -del cual, la naturaleza no es más que un mero fondo- que se “pincha” por accidente. Recién entonces el entorno natural deja de parecer una publicidad, metamorfoseándose en una suerte de entorno inhóspito.
La escenificación de la lucha de clases que allí tiene lugar en un patético cuerpo a cuerpo -cuerpo a cuerpo que tuvo que esperar a que “el rico” pierda la seguridad de su mundo sobre ruedas, o más bien que la estropee él mismo- “no tiene desperdicios”. El hombre “rico”, desconectado de la naturaleza, pero conectado inalámbricamente a la red social que lo configura, vs el hombre “pobre” que cuenta solo con su fuerza bruta. El joven yuppie que suple su cobardía con la potencia de sus bienes, y el albañil que hace de lo soez un modo de lucha, “cagándose” en los bienes del otro, pero acaso no en su modo de vida; el que ambiciona “recentidamente”. Una metáfora no tan metafórica de la lucha de clases bajo sus formas actuales y que quizás no agrade ni a marxistas ni a kirchneristas. A unos porque les muestra un desenlace posible de su tan añorado “motor de la historia” -perspectiva romana que Marx siempre tuvo presente, y que Benjamin advirtió mejor que nadie- y a los otros, porque muestra las miserias del consumismo tan vitoreado por “la jefa” del modelo “nacional y popular”.
El final, nos muestra como todo ese mundo confortable termina volando por los aires y de bruces a la ruda naturaleza. “¿Crimen pasional?”. Sin dudas, pero como un homicidio social impulsado por las pasiones más sórdidas y mezquinas.
El tercer capítulo, nos lleva, no por casualidad, a la capital del capitalismo argentino. Pasando por una bien lograda escena de la demolición de un espacio asociado -quizás errada, pero eficazmente- a épocas pasadas de un capitalismo productivo y de pleno empleo. Y al mismo tiempo asociado -más certeramente, pero con igual eficacia- a las glorias pasadas del modelo agro-exportador. A partir de allí, comienza el derrotero de un buen ciudadano -aquí sí importa un poco más el nombre, pero ya no lo recuerdo- entrampado en el “tejido de ilusiones prácticas” de las ficciones jurídicas que se entrelazan más o menos determinantemente con el hacer cotidiano de cualquier hijo de vecino. El personaje en cuestión no solamente quedará preso de los abusos de la “burocracia” del Estado, sino que, peor aún, está preso de “la metafísica del Estado”, es decir, quedará preso de esa dimensión paralela, saturada de fantasmagorías -el propio Estado (como complejo de personas y ficciones jurídicas), él mismo en su impotente transfiguración cívica (esa identidad abstracta que reclama sus derechos y a la que se le exija que, como mínimo, conozca las leyes antes de quejarse) y las sociedades anónimas que lo contratan, “desvinculan” y maltratan (la composición escenográfica del anonimato empresarial esta bien lograda)- y ficciones con las que solo se puede tratar, adecuadamente, contratando los servicios de un médium más o menos eficaz; es decir, mediante un abogado.
Por otro lado, la división entre lo público y privado que hace a la vida cívica moderna, se manifiesta como el choque entre sus peripecias ciudadanas y el mundo de la felicidad doméstica en el que se encuentra encerrada su esposa. O una cosa, o la otra; o “el hombre” o “el ciudadano”. De remate, una irónica y paradójica posibilidad de desarrollar un trato más “humano”, en la cárcel.
Pero si la metafísica del poder se nos manifestaba hasta aquí como transcurriendo primordialemente en los espacios públicos y disputado por individuos sociales y fantasmas jurídicos que pujan por imponerse los unos a los otros. En el próximo capítulo, esa fuerza metafísica del Estado aparecerá como condición de posibilidad para la magia de sus médiums, tras bambalinas. Este ácapite transcurre en los espacios privados de las clases acomodadas, y dará lugar no tanto a una escena de lucha de clases, sino, más bien, a una situación de negociación entre las mismas. El dinero y las ficciones jurídicas son los mecanismos con los que se operará. El uno para comprar voluntades, las otras para transustanciar los sujetos. Se necesita un “ciudadano” culpable como tal, pero su figura abstracta puede ser encarnada por cualquier “hombre”. Una persona con dinero, puede no solamente comprar voluntades, sino que hacer jugar a los fantasmas jurídicos a su favor. Por lo demás, el escenario se vuelve a mostrar patético. Los muertos reales poco importan -aunque sí para negociar el precio del trato- y los representantes tipificados de las distintas clases sociales se muestran igual de miserables y ambiciosos.
Por último, este entrelazamiento cotidiano entre personas morales (ideales o abstractas) e individuos sociales, se muestra como la condición de posibilidad para una doble vida -y si digo condición de posibilidad es porque considero que el hecho cierto de este entrelazamiento, no quiere decir que opere en todos los casos de la misma manera, ni que todos individuos sociales puedan hacer jugar a los fantasmas jurídicos en su favor, ni que aquellos que sí lo pueden, lo hagan de la misma forma-. Un varón que encubre sus aventuras amorosas tras la parafernalia matrimonial y una mujer que al descubrir el truco, amenaza con servirse de la ficción jurídica que los constituye en matrimonio para arruinarle por completo la vida. El devenir de la escena, hace jugar a la violencia -a través de la cuál se han resuelto todos los capítulos- ya no como violencia bruta, catarsis justiciera o venganza social, sino más bien fanonianamente, es decir, como violencia redentora. Por fin, la violencia (femenina) rompe con los espacios sociales donde se encarnan las ficciones, irrumpe tras bambalianas, nos descubre la humanidad de los “plomos” que la sostienen, vuelve al escenario para jugar el juego de las máscaras y desenmascararlo todo; la música, las cámaras, todo el “paquete”, la realidad virtual. Todo será deconstruido en un arrebato de ira sin mucha dignidad. Y al final, la redención. La posibilidad de animar un romance y encarar una relación sin hipocresías, al menos por un momento.
Si este no es un mensaje esperanzador, entonces no sé cuál otro puede ser. No por casualidad éste es el final de la película.
Por fin, a mi juicio, la película no muestra algo así como una violencia irracional inherente a una condición humana en abstracto. Ni siquiera se puede decir que muestre la violencia de algo así como “el sistema” en general. Apenas si muestra la violencia que atraviesa al conjunto de nuestras relaciones sociales, y que se manifiesta en situaciones concretas, cada uno con articulaciones sociales particulares que hacen a su diferencia específica. ¿Destotalización?. No lo creo, sino una totalidad como unidad de lo diverso y no como una totalización abstracta. La división en cortos de la película no es algo así como la manifestación del fin de los grandes relatos, se trata, antes bien, del modo artístico de apreciar las diferencias dentro de una unidad.