SEBRELI CONTRA MARADONA

SEBRELI CONTRA MARADONA

por - Varios
04 May, 2013 11:44 | comentarios

El_Olimpo_vacio-626839896-largePor Julián Aubrit

La Rana 8

Como es de público conocimiento, Nicolás Prividera en Tribuna libre del portal Otroscines, una sección que siempre me ha parecido de cabal importancia en torno al debate público (bastante escaso y a menudo irresponsable) dentro del campo del saber asociado al cine. Creo que estuvo bien su elección; era el lugar indicado para esa nota polémica y vital que había sido concebida y escrita, en un principio, para publicar aquí, en mi blog, a propósito de un conjunto de notas centradas en el último BAFICI 2013.

Debido a que Tierra de los pares discute con y a partir de El olimpo vacío, de Carolina Azzi y Racioppi, film cuyo personaje principal es Juan José Sebreli (de quien sólo leí, hace décadas, El asedio a la modernidad, un libro -debo reconocerlo- que me fue útil en el momento que entraba a la universidad), recordé una nota crítica y breve de mi querido amigo Julián Aubrit sobre dos libros de Sebreli, uno de ellos, Comediantes y mártires, el que inspira simbólicamente gran parte de la película. Pensé que la nota de Aubrit estaba en consonancia con la de Prividera, y me pareció pertinente subirlas al blog.

Tras la decisión de Prividera de publicar el texto en Otroscines, la nota de Aubrit quedó en suspenso. Después de reflexionar un tiempo sobre el destino de la nota me pareció justo publicarla por diversos motivos que no vienen al caso. (Roger Koza)

***

La era del fútbol es un libro que desprecia al fútbol casi tanto como lo desconoce. Sebreli cree que Independiente es un club chico (p. 184). Que Valdano era un periodista en la platea del Estadio Azteca el día de los dos goles de Maradona a los ingleses (p. 151). Que tocar la pelota con el hombro es una violación del reglamento (p. 141). Que la Copa Libertadores se juega entre países (p. 89). Que algunas ciudades organizan mundiales (p. 129). Que ganar ‘contra el árbitro’ es ganar haciendo trampa (p. 83). Que Gary Shaw jugaba al fútbol (p. 253). Que la recaudación de un partido se llama ‘recaudo’ (p. 216). Que alguien usa palabras como ‘centro half’ o ‘shot’ (sus preferencias léxicas son llamativas también en otros ámbitos: ‘tunda’, ‘patán’, ‘escaparate’, ‘cancionista de bailantas’, ‘travestí’). En Comediantes y mártires. Ensayo contra los mitos demuestra que no es algo personal con el fútbol: confunde a Jenófanes con Jenofonte (p. 22) y cree que “To Build a Fire” (“The Build Fire” para Sebreli) es una novela cuyo protagonista muere en el desierto (p. 124). También demuestra que su sintaxis puede ser tan ‘errática’ como la de Evita (p. 89): no menos de veinticinco veces no consigue mantener la concordancia: “La subcultura de las tribus juveniles urbanas encuentran sus ídolos…” (p. 24), “la difusión multitudinaria de esas fotos hicieron más por su fama póstuma…” (p. 38), “Cualesquiera que fueran la verdad de esas intermediaciones…” (p. 114), “La experiencia de radio, teatro y cine de Evita le daban una desenvoltura…” (p. 117), “Un esbozo de sonrisa desdeñosa apartaban el rostro cadavérico…” (p. 163), “La lenta agonía de los mitos y de los ídolos socavan la creencia…” (p. 213), etc.

Los argumentos que usa en el capítulo más largo de La era del fútbol para relativizar los méritos deportivos de Maradona son insidiosos (“En su país ganó un solo campeonato (…), en tanto Cruyff ganó 22 campeonatos”), falaces (“nunca fue ganador de la Copa Libertadores de América”), falsos (“En el Mundial de 1990 fue un fracaso”; “Nunca fue el estratega de los equipos con los que triunfó”), cándidos (“La zurda fue su fuerte, pero también su limitación”; “No era un jugador completo, era nulo en el juego aéreo, no sabía cabecear”), ridículos (“Tampoco tuvo jugadas originales, invenciones”). No hace falta refutarlos: sobra con citarlos. Lo llamativo –y sintomático– es el capricho de Sebreli por demostrar que Maradona, como futbolista, no está “en los primeros lugares”. Diez años después, elimina dos argumentos (el de la Copa Libertadores y el del Mundial de Italia), pero agrega tres del mismo estilo de los de 1998, relacionados, respectivamente, con un concepto que no conoce, con un dato falso, y con Los tres mosqueteros: “Algunos comentaristas tratan de salvar esa ausencia de goles alegando que creaba situaciones que otros convertían en goles, un argumento difícil de probar” (¿Habrá escuchado alguna vez la palabra ‘pase-gol’?); [Brindisi] hizo los goles decisivos en los partidos más importantes” (¿Sabrá que Brindisi hizo un solo gol, de penal, en los últimos diez partidos del Metropolitano de 1981? ¿Habrá escuchado alguna vez el nombre ‘Hugo Perotti’?); “no daba participación al equipo, necesitaba que sus compañeros jugaran para él, la táctica del «todos para uno»”. Sebreli sigue jugando a ser lapidario: “La superstición de Maradona como el «mejor jugador del mundo y de todos los tiempos» es sólo un invento del resentimiento y de la mafia napolitana y de la megalomanía nacionalista y la demagogia populista argentina”. Pero, de hecho, sus pretensiones son más modestas: se conforma con afirmar que Maradona no está “en el primer lugar”, sino Pelé, “porque jugaba con las dos piernas, sabía cabecear, hizo más goles, ganó tres mundiales (…) y en los partidos daba participación a todo el equipo: «uno para todos»”.

Sebreli afirma que el primer gol de Maradona a los ingleses es “el punto culminante de su arte [1998] / carrera [2008]. Nunca menciona el segundo gol. Está claro que no hay que descartar la simple ignorancia, pero una omisión deliberada no desentonaría: sería un ejemplo extremo de su tendencia irresistible a la arbitrariedad. Después de su fragilidad, la principal característica del ataque contra Maradona como deportista es su irrelevancia para el análisis de Sebreli: tiene que ver más con su arrogancia intelectual que con su enfoque sociológico. Es una provocación innecesaria que consigue únicamente poner en duda la solidez de sus conocimientos, la validez de sus argumentos y la veracidad de sus datos en otros campos. Y demuestra, en definitiva, que Sebreli no siempre está a la altura del mito de ‘rigor’ y ‘precisión microscópica’ que proponen sus contratapas.

Julián Aubrit-La Rana/ Copyright 2013