SEMANA DEL 06 AL 12/09 EN CINECLUBES
LA CUMBRE: EN EL CINE LUIS BERTI, BELGRANO 470
8 de septiembre, a las 20.30hs:
Las canciones del amor, de Christophe Honoré, Francia, 2007
100’ / +13
Cortometraje, a las 19.55hs: Noche y niebla (32’), de Alain Resnais, Francia, 1955
La quinta película de Honoré está en sintonía con los legisladores del congreso nacional cuando un mes atrás se dieron cuentan de que el amor es pluralista, y de que la voluptuosidad no es un yerro de la naturaleza. Libre, existencialista y ligera, Las canciones del amor empieza con un ménage à trois romántico: Ismaël, Julie y Alice viven juntos, o están experimentando una relación amorosa compartida. En un travelling elegante pueden verse los títulos de los libros que están leyendo antes de dormir: “La felicidad perfecta”, “Placeres voluptuosos”, “Política”. Son tres títulos que de algún modo explicitan el espíritu del film. Un accidente inesperado cambiará los vínculos, y entre el luto y la reparación, siempre acompañado por la familia de quien ha dejado de existir, Isamël proseguirá con los dictados de su deseo, y no tomará el camino más ortodoxo. Pero Las canciones del amor es antes que nada un musical, que está en consonancia con la Nouvelle Vague: si el final parece un homenaje actualizado a Una mujer es una mujer, de Godard, Louis Garrel luce como un doble perfecto de Jean-Pierre Leaud y las calles de París no parecen haber cambiado mucho después de 60 años. Honoré se obliga a destituir la convención del videoclip: un fundido encadenado entre un primer plano de Ludivine Sagnier y un plano general de Garrel caminando es el ejemplo más extremo, aunque el logro ostensible del film descansa en el hilo secreto que une a sus personajes: el amor, la generosidad y solidaridad entre ellos es casi una utopía. (Roger Koza)
VILLA GIARDINO: EN EL TEATRO ALEJANDRO GIARDINO
12 de septiembre, a las 20.00hs:
Ciudad 24, de Jia Zhang-ke, China, 2008
106’ / ATP
Cortometraje: Guernica (13’), de Alain Resnais y Robert Hessens, Francia, 1950
Este soberbio y conmovedor documental, de uno de los grandes maestros del cine contemporáneo y figura rutilante de la Sexta Generación del cine chino, no es otra cosa que un intento de retener la memoria histórica y política de un tiempo ya acontecido (la China maoísta) en el discurso y experiencia de sus protagonistas (los obreros de una fábrica). El traspaso de las tierras de la vieja fábrica 420 de Chengdu, alguna vez centro de fabricaciones militares en donde trabajaban 30.000 operarios, ahora plataforma de un futuro complejo privado habitacional moderno, le sirve al “sismógrafo” Jia para documentar la instauración de un nuevo estilo de vida. “El socialismo chino como experimento ha concluido en su costado económico”, dice el director y agrega: “Lo que estoy enfrentando es la memoria de aquel experimento y los modos en los que afectó la vida de los trabajadores”. Mientras los entrevistados (la mayoría ex-operarios de la fábrica) reviven oralmente la Historia, Jia registra la demolición paulatina de una arquitectura cuyos cimientos son manuscritos indirectos de otro tiempo. El devenir capitalista de China se percibe tanto en las trasmutaciones edilicias como en la conducta de sus personajes, sobre todo en quienes pretenden ser entrevistados pero que en realidad son actores reconocidos interpretando a hijos de operarios. Joan Chen, por ejemplo, encarna a una mujer soltera de Shangai cuyo apodo coincide con el nombre de un personaje de un film interpretado por la misma Chen. Jia filma los espacios como entes animados; la música revela el ánimo de distintos períodos (cuerdas para el pasado, música electrónica para el presente); los rostros y los cuerpos expresan un código lejano. Así, los planos iniciales en los que se ven los rostros de cientos de operarios en una ceremonia denotan los vestigios del colectivismo de antaño; los planos finales en los que la figura de Zhao Tao prevalece son su respuesta dialéctica: el rostro de esa mujer de negocios condensa un fenómeno reciente, el individualismo extremo, una modalidad de subjetividad inimaginable en tiempos en los que el bienestar personal (y privatizado) detenía la marcha de la Historia. (RK)
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