SEMANA DEL 21 AL 27/06 EN CINECLUBES
LA CUMBRE: EN EL CINE LUIS BERTI, BELGRANO 470
23 de junio, a las 20.30hs:
Mary y Max, de Adam Elliot, Australia, 2009
89’ / +13
Mediometraje, a las 20.10hs: La vendedora de fósforos (32’), de Jean Renoir, Francia, 1928
Este dibujo animado para adultos de Adam Elliot, en la línea de Las trillizas de Belleville, combina humor, sarcasmo y una discreta sabiduría al momento de abordar los temas que atraviesan el relato y manifiesta una gran compasión respecto de sus dos personajes principales, a pesar de que en el desenlace una decisión de guión no sea del todo justa con el destino de éstos. Es 1976: Mary, una niña australiana, sensible y solitaria, cuya familia profundiza su desamparo (“ella es un accidente”), decide enviar al azar una carta a un nombre que arranca de una guía telefónica de Nueva York. Una pregunta articula la misiva: ¿de dónde vienen los bebés en Norteamérica? El destinatario será Max, un judío de Manhattan, obsesivo y fóbico, inventor del pancho de chocolate, tan solitario e idiosincrásico como Mary. La respuesta de Max será el inicio de una relación epistolar (y transgeneracional) entre una niña y un hombre a lo largo de muchos años. La película es un gran panegírico sobre el género epistolar, y sugiere que la correspondencia puede ser una suerte de tecnología de la intimidad compartida en donde la escritura funciona como un puente intelectualmente amoroso entre dos almas solitarias. (Roger Koza)
VILLA GIARDINO: EN EL TEATRO ALEJANDRO GIARDINO
PELÍCULA DEL MES
27 de junio, a las 20.00hs:
Santiago, de João Moreira Salles, Brasil, 2007
80’ / ATP
Cortometraje: La tierra quema (12’), de Raymundo Gleyzer, Argentina, 1964
El gran desafío para cualquier cineasta que intente filmar una realidad social distinta a la suya es poder interrogar (y evidenciar) su conciencia de clase, que en el cine se expresa en la puesta en escena. João Moreira Salles, hermano del reconocido realizador Walter Salles (Diarios de motocicleta) e hijo de un diplomático y ministro, decide retomar un proyecto pretérito: el retrato fílmico de su mayordomo, un argentino que se crió en el campo y que vivió por décadas con la familia aristocrática del director en una mansión de Río de Janeiro. Este hombre solitario llamado Santiago, ligeramente amanerado y de una memoria prodigiosa, no solamente hablaba seis idiomas, amaba la pintura de Giotto y la música de Wagner, sino que además dedicó toda su vida a escribir una suerte de historia universal de la aristocracia planetaria de más de 30.000 páginas, una empresa extraña para un sirviente, y en perfecta consonancia dialéctica con la empresa de Salles: filmar la servidumbre. Las intervenciones de Santiago son enciclopédicas y existenciales; los aportes discursivos en off de Salles son poéticos y filosóficos. Santiago es un prodigio cinematográfico y una irremplazable clase magistral de cine. Cuando el director explicita (más bien confiesa) por qué jamás ha utilizado el primer plano del rostro de su protagonista se revela el significado preciso de la puesta en escena. El plano es la conciencia del director, decía Deleuze. Ninguna otra película que conozco ha dado cuerpo como Santiago a esa declaración abstracta pero tan tangible y, si se quiere, sabia, que no puede sino conmover y advertir cuán difícil es imaginar la vida de los otros. (RK)
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