SERGIO BELLOTTI Y LAS GENERACIONES PERDIDAS
Por Nicolás Prividera
Conocí personalmente a Sergio Bellotti hace poco tiempo, en un encuentro casual durante un estreno, pero nos saludamos como viejos conocidos que se reencuentran tras un largo tiempo. A través de un amigo en común yo sabía que él apreciaba particularmente mi crítica sobre La vida por Perón, pero nunca llegué a decirle (ni siquiera al calor de esa noche) que había pensado en él como uno de los lectores posibles para mi película Tierra de los padres. Cuando todo el mundo ya se había ido, nosotros seguíamos ahí, sentados en el hall desierto, hablando de su largamente acariciado proyecto de filmar ¿Quién mató a Rosendo? Y al final de esa larga conversación, en la que las dudas dejaron paso al entusiasmo (por los mismos problemas que planteaba el proyecto, y por la certeza de que sólo alguien como Bellotti podía responder por él, además de con él), naturalmente dije que sí cuando me propuso que colaborara en el guión. Luego me dejé llevar por las escaramuzas de mi propio estreno, y no volví a saber de él hasta hace un par de días, cuando en el medio de otra discusión feliz (otra vez entre las dudas y el entusiasmo, esta vez como jurado de un festival) me enteré con sorpresa de que acababa de morir.
La noticia me dejó una amargura que no se va, y mas bien se acrecienta. No sólo por lo que cualquier pérdida tiene de definitiva (mucho más cuando se trata de alguien en la plenitud de su vida), sino por la sensación de que perdemos también todo lo que tenía para dar: las películas que sólo él podría haber hecho, empezando por esa relectura a contrapelo de Walsh (ya que iba a seguir indagando en los claroscuros del peronismo, más que buscar la mera adaptación). Y no pude evitar recordar que Walsh también murió a los 50 años, cuando Bellotti era aún un adolescente (que logró sobrevivir a una época en la que juventud y militancia eran sinónimos de muerte). Y si bien a uno lo derribaron las balas y a otro una crisis hepática, tal vez podría decirse que ninguna de esas muertes fueron casuales. Porque es imposible no trazar un puente entre esas dos generaciones perdidas (cada una a su modo, como toda generación): la de los padres y la de los “hermanos mayores” (como llamé en otra parte a la generación de Bielinsky, a la que de algún modo está dedicada Tierra de los padres).
Los “hermanos mayores” son los nacidos en los ’60, los que llegaron demasiado pronto a una dictadura que les arrebató la juventud (si no la vida) y demasiado tarde a una democracia que no cumplió sus expectativas (y sólo les dejó el desencanto). Los que fueron tan extraños a la anomia posmoderna de los ’90 como escépticos ante los nuevos fulgores de la militancia post 2001: los que no podían sino señalar la incomodidad de vivir entre épocas, con las que sentían la misma extrañeza (fuera más nostálgica o más cínica, más consciente o inconsciente): hijos asumidos o insumisos de los mismos años ’70 que aún definen nuestras referencias (éticas y estéticas).
Estoy generalizando, claro. Pero cuando hablo de “hermanos mayores” pienso ante todo en aquellos que hoy rondan los cincuenta. Para no salir del cine, que es nuestra alusión principal, podría nombrar (además del citado Bielinsky) a algunos cineastas que construyeron obras tan valiosas como dispares: Ana Poliak, Carlos Echeverría, Martín Rejtman, Alejandro Agresti… Lo que los une es haberse dejado atravesar por su época (mientras que –salvo notables excepciones– buena parte del NCA más bien buscó borrar las huellas de su tiempo). No se puede entender el cine (y el país) de los ’80 sin Juan -como si nada hubiera sucedido, el de los ’90 sin La fe del volcán, el post-2001 sin Los guantes mágicos (y en particular la transición que va de Nueve reinas a El aura, como parte de una secuencia que lamentablemente quedó trunca…)
En esa saga, el cine de Bellotti también se vuelve esencial, como si de algún modo esbozara otro recorrido posible: de Tesoro mío a Sudeste (del viejo cine argentino al nuevo) y de ahí a La vida por Perón (como síntesis que se abría a nuevas posibilidades, como podría haberlo hecho tal vez la tercera película de Bielinsky). De hecho hoy podríamos decir que La vida por Perón es una suerte de eslabón perdido entre Los traidores y El estudiante (con la que no en vano comparte su actor principal). Como decía al final de mi crítica al momento de su estreno: “La vida por Perón juega con la fuerza de la alusión, sin caer nunca en el realismo falsificado o en el simbolismo vacío. Indaga en las imágenes, en las palabras, en el imaginario, tratando de dar cuenta de un paradigma (el lenguaje como esencia de una época, la política impregnándolo todo) que ya es inconmensurable. No es poca cosa.” Lamentablemente el cine argentino (viejo y nuevo) no entendió la lección. Y más lamentablemente aún, ya no habrá películas de Sergio Bellotti.
Copyleft 2012 / Nicolás Prividera
Esperaba ansioso la nota que promocionó Roger en el FB. Buenísimo Nicolás, también lamenté la muerte de Bellotti que compartí alguna comida y unas charlas con él hace mucho tiempo. No encuentro la relación que hacés entre «Los traidores» y «El estudiante», en todo caso encuentro una relación entre «Dar la cara» y «El estudiante» pero seguramente me estoy perdiendo de una asociación que no explicitás en la nota. Abrazo virtual sin conocerte.
Pablo