
STATE FUNERAL
AQUEL TRISTE MES DE MARZO
El 5 de marzo de 1953 muere por una hemorragia cerebral el camarada Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, cuyo nombre histórico, Stalin, ha prodigado un sustantivo que es ya un pleonasmo para indicar cualquier práctica y evento histórico político que suponga crueldad, supresión de libertades, acatamiento de un dogma, castigos y homicidios numerosos en el nombre de una Idea. A casi 70 años de su defunción la figura del líder goza de todo el desprestigio que merece, iniciado en 1956 y en el propio territorio en el que se le rindió devoción irrestricta. Tres años habían pasado solamente para que perforara la veneración simbólica que lo protegía. Condenado por el Vigésimo Congreso del Partido Comunista, su estampa, al menos en las décadas subsiguientes, se revistió de deshonra y vileza. Con este veredicto termina State Funeral.
El material de archivo que emplea Sergei Loznitsa se concentra en los primeros días después de la muerte de Stalin. Había pasado más de 30 años en el poder y ya era en el imaginario colectivo, como lo demuestra cada plano de State Funeral, un pastor benevolente, acaso una deidad inmanente, cuyas virtudes incuestionables representaban al presunto nuevo hombre en el que se había soñado desde que en 1917 se había erigido una forma de gobierno inédita en la historia mundial. Nadie podría desmentir la infinita tristeza de los miles de mujeres y hombres que desfilaban por grandes ciudades y recónditos lugares de la vieja Unión Soviética. De Moscú a la actual República de Altái, solo parecía existir un sentimiento de consternación.

En las dos horas y algunos minutos, no se divisa ni un gesto disidente ante la noticia. ¿Cómo es posible que se le dispensen a un asesino genuflexiones y lágrimas? ¿Puede haber sido el recuerdo todavía vivo del desempeño de Stalin durante la Segunda Guerra, factor clave de la derrota de los nazis? Quizás. Lo que no se puede subestimar acá es la eficacia de la propaganda soviética, un auténtico trabajo de escritura en la subjetividad colectiva. Al respecto, State Funeral plasma la velocidad pragmática de la comunicación disciplinaria: la diseminación del rostro de Stalin en diarios, cuadros y edificios inmediatamente después de su muerte constituye una prueba de la eficacia gráfica de la propaganda.
La táctica de Loznitsa es eficaz. Desde el inicio hasta casi el último minuto, la estrategia consiste en saturar simbólicamente la retórica de la película; la táctica se ordena en acopiar acciones reiteradas en puntos distantes de la pretérita Unión Soviética que transmitan el sortilegio que conquistó el alma del pueblo. El sistemático adoctrinamiento es el gran fuera de campo que presupone cada acto, cuyo discurso sí se escucha en todos los rincones del territorio soviético y en cada ocasión que un miembro jerárquico toma la palabra. A estos últimos Loznitsa no los identifica, pero desde el estrado hablan al pueblo con el tono grave de ocasión Nikita Jrushchov, Gueorgui Malenkov, Viacheslav Mólotov y Lavrenti Beria, escenas de un cinismo y un oportunismo inigualables a juzgar por lo que sucedería con y entre ellos. Basta recordar que tres años más tarde Jrushchov pronunció el famoso discurso sobre el culto de la personalidad y sus consecuencias.
La dimensión discursiva del régimen es intuida en la película como una voz ubicua que suena siempre igual y se impregna desde la plaza pública de todas las ciudades en el cuerpo del proletariado. En State Funeral abundan los primeros planos de rostros reunidos en la multitud, pero la escasez de otros planos detalle es tan ostensible como la abundancia de los que se concentran en los parlantes ubicados en todos los emplazamientos públicos de las diferentes localidades del vasto territorio soviético. Una doctrina, antes de leerse, se introduce literalmente por los oídos. ¿No remite este método sonoro al chiste de Chaplin en El gran dictador: la voz de Hynkel que sobrevuela cada pueblo de Tomania para inesperadamente dar órdenes absurdas?
State Funeral tiene algo de alucinación: en el medio de un pueblo perdido, dos sogas que cuelgan de una grúa trasladan un improvisado retrato de Stalin para ubicarlo en un punto cardinal de una fábrica; algunas panorámicas sobre la multitud en las calles de Moscú mientras se espera la noticia oficial para corroborar la muerte de Stalin lucen como un océano de singularidades que intuyen una inminente orfandad espiritual; las interminables filas para despedir al dictador en el mausoleo, allí donde ya yacía Lenin embalsamado, constituyen un espectáculo de paciencia y lealtad. ¿Qué habrán sentido todos aquellos que ahí estuvieron cuando en 1961 el cuerpo de Stalin fue removido de ese recinto sacralizado? Esas escenas, como tantas otras, glosan la eficacia de las supersticiones, que no requieren un refuerzo vertical para dar sus frutos. Se puede creer en una historia teleológica, también en que la riqueza se pueda derramar a los desposeídos; creer sin evidencia es un TOC de la especie.
El minucioso retrato del rito funerario en torno a Stalin no se circunscribe a un hombre, como el título lo señala. Es el funeral de un Estado, y en la perspectiva de Loznitsa, el inicio del crespúsculo del comunismo. Las equivalencias entre Estado, totalitarismo, Stalin y comunismo sugieren una lectura sobre esta historia de la Historia del siglo XX. En este ejercicio hermenéutico, no se distingue el origen de una revolución de quienes la lideraron —o acaso la sofocaron— en las décadas siguientes. Es una toma de posición, una interpretación en boga no exenta de implicancias frente al mundo de nuestro tiempo.
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State Funeral, Holanda-Lituania, 2019.
Escrita y dirigida por Sergei Loznitsa
*Este texto fue publicado en otra versión y con otro título por Revista Ñ en mayo de 2021
Encontré un tanto desconcertantes esas placas del final. Es como si Loznitsa hubiera querido clausurar algunas puertas que el material y la película quizás podrían haber abierto, y que son mucho más profundas que su simple interpretación sobre «el delirio totalitario» y demás lugares comunes. Algo similar hace en el Q&A que está en Mubi, donde afirma cuestiones muy unívocas sobre la película y la historia de la URSS que, como vos afirmás, están claramente pensadas como toma de posición frente a cuál debería ser el alineamiento geopolítico de Ucrania, su país, en el presente: «En la cultura rusa las personas son vistas como medios para conseguir objetivos». El material de archivo desmiente en parte a su propia versión de los hechos y no precisamente por el «magnetismo de las imágenes propagandísticas» (otra frase del Q&A) sino más bien por la inmensa complejidad y la inmensa densidad histórica que se desparraman incontrolables hacia afuera de la pantalla. Un latido popular que la placa del final busca, a mi entender cobardemente, aplacar. ¿Qué espectador que llegó hasta las 2 horas y pico de esta película necesita que el director le recuerde sobre los crímenes del estalinismo? Pienso en la literatura de Svetlana Aleksiévich, alguien que también opina hoy sobre los países de la antigua URSS con una perspectiva «liberal» y que sin embargo no teme en ir más allá y en bucear en las aguas tremendas de la historia del siglo xx de su pueblo con valentía y altísimo vuelo literario y que no necesita andar recordándole todo el tiempo a sus lectores sobre lo malo que eran Stalin, Beria y co. (Coincido en que escuchar la voz de Beria y lo que dice no puede más que hacernos correr un frío por la espalda). No digo esto para defender a Stalin ni la URSS obviamente sino más bien para defender a la película de las palabras de su director.
Pablo: no tengo mucho más que decir a tu comentario. Es como vos lo decís. Conozco personalmente a SL y conozco muy bien cómo piensa los «diez días que estremecieron el mundo» y las extensas consecuencias de aquella irrupción de otro ordenamiento del mundo. La placa del final es justamente una forma de cerrar y sustraer la complejidad de lo que se puede ver en los archivos. A mi juicio, algo que no dije en lo que escribí, es cómo los archivos funcionan como una prueba contundente de la ostensible industrialización de un territorio inmenso. 30 años antes de la muerte S toda una inmensa región de la URSS estaba fija y ordenad por un sistema feudal, algo que se ve perfecto en Sal para Svanetia, de Mikhail Kalatozov. Por otra parte, defender a Stalin y su praxis es una tarea tan indeseable como imposible, pero circunscribir y homologar sus décadas a la experiencia inaugural e incluso a otros breves lapsos de la misma es una toma de posición y una forma de lectura que yo considero reaccionaria. Que ese sea el discreto punto de vista de SF no la convierte en una película menos contundente o estéticamente cuestionable, solamente se debe indicar la inestabilidad ideológica que la atraviesa.
Además de esta nota, Roger, tengo muy buenas referencias de esta película que aún no vi y veré en cuanto me sea posible. Pero vi El proceso y el tratamiento del director de esos materiales invaluables -hay que tener en cuenta que tuvo acceso al registro fílmico de los primeros juicios de Moscú- me resultó decepcionante, reducidor de los archivos en los que la película se basa y con una misma idea de montaje reiterada ad infinitum. Lo mismo puedo decir de las dos películas de ficción que vi de Loznitsa. No encuentro, como anota Weber más arriba, una perspectiva crítica que se corra de los lugares comunes instalados en la cultura histórica actual y fundados en la denostación acrítica de la experiencia histórica ruso / soviética en el siglo XX: Todo esto sin haber visto esta película, reitero.
Saludos
Scotti: las ficciones de SL son todas, sin excepción, una amplificación de los momentos débiles de sus grandes documentales. En las ficciones la indeterminación de lo real que subsiste en el corazón de sus documentales se ordena enteramente y pierde esa cualidad semántica para afianzar un discurso sin muchos matices. Su última ficción, Donbass, es verdaderamente escandalosa por lo oportunista y «artísticamente» sensacionalista, más allá de que tiene un par de secuencias notables y una magnífica reapropiación de una vieja película suya que está entre las mejores: The Halt. El proceso es decepcionante, pero no lo son Revue, Blockade, The Event y esta. Las nombradas son contundentes piezas que remueven la Historia, eso que creemos forma parte del pasado pero siempre es una forma del presente como olvido. Gran abrazo.
Roger, por qué decís que Donbass es oportunista y sensacionalista y que carece de mérito artístico? Me pareció que muestra el estado absolutamente absurdo de un estado de guerra, con unas escenas que son increíbles aunque no dejan de ser verosímiles. El linchamiento del soldado, por ejemplo, se ve todos los días, incluso en Argentina. Y lo muestra ya como podría suceder, no como hace Rohrwacher.
Estimado Rodrigo: esto escribí sobre Donbass en el día de su estreno mundial: http://www.conlosojosabiertos.com/cannes-2018-02-mensajero-predilecto/
Creo que lo de Rohrwacher y SL constituyen caras de una misma moneda.
R
» El sistemático adoctrinamiento es el gran fuera de campo que presupone cada acto»: a mí no me resultó tan desconcertante el cartel final de la película que desambigua para siempre todo el simulacro de cine post-politico que Loznitsa viene haciendo proliferar desde hace más de una década. Hacer una película sobre Stalin y el estado soviético es hacer una película sobre el siglo xx, lo que implica un poderoso fuera de campo del neoliberalismo cuyo triunfo proclamó Fukuyama. Que Loznitza termine el pastiche kitsch con que pretende retratar al estado soviético, basado en el portentoso trabajo de los mejores camarógrafos de URSS, con unos carteles que «condenan» los crímenes del dictador y atribuya al comunismo la encarnación del totalitarismo demuele todo intento de atribuirle un concepto de neutralidad post política. Las ideas de Loznisa son muy básicas: el comunismo es el resultado del adoctrinamiento de los parlantes y Stalin es una metáfora de todos los pequeños Stalins que sostuvieron al comunismo por incapacidad de reflexionar. Ese es el resumen del siglo xx para SL. No existía ninguna indeterminación en su agobiante conjunción de planos debidamente coloreados de rojo comunista. Las ideas detrás de Loznitsa son tan básicas como para creer que el siglo xx se divide entre pueblo libres y otros totalitarios porque su idiosincrasia los lleva a ser pequeños Stalin. Se terminan todos los loables empeños semánticos para ver en Loznitsa a un interrogador de la imagen. Lozntitsa tiene una tesis cuya complejidad no difiere de la de Fernando Iglesias. Cuando se hace un documental sobre el pasado con materiales de archivo las preguntas para descifrar su sentido no son misteriosas: desde qué lugar actual se dirige una mirada hacia el pasado? Qué es lo que se elige no mostrar en un material tan redundante que no permite filtrarse el menor atisbo interrogativo? Todo documental historico es una mirada hacia el presente y la complejidad que no se deja filtrar está simplemente borrada. Sin embargo, Loznitsa es bastante explícito: el problema del siglo xx son los tiranos y no hay nada más detrás. El fraude es simultáneamente artístico y político: durante años se especuló sobre la indeterminación del cine de Loznitsa y de otros que se basan en el mismo procedimiento. El funeral del estado es un titulo que despeja toda duda. El Q&A con el que el critico italiano busca extraer alguna complejidad de las agobiantes dos horas de lo mismo se estrella contra la pobreza conceptual de Loznitsa, para quien nada es complejo; «miles de pequeños stalins que se dejan adoctrinar por los parlantes y un pueblo ruso que odia la libertad». Eso es todo. Al final no había cine pos político. No hay indeterminación y los esfuerzos críticos para ver lo que no hay se chocan con una evidencia inamovible. Por qué la película dura más de 2 hs y no dura 4 hs o media hora? Porque da lo mismo, de lo único que se trata es de subrayar con redundancia que los rusos son brutos y 30 años después de la caída del muro un oportunista puede repetir esta banalidad como parte de una posición hegemónica. Si alguien quiere entender el siglo xx a través de uno de sus protagonistas decisivos, la película no es esta. Pero Loznitsa da ideas y no tardará en aparecer el documentalista argentino que rejunte archivos sobre el funeral de Evita o de Peron. Su lugar en el BAFICI ya lo tiene seguro
Velozmente, porque hoy y toda la semana es un día casi imposible para mí.
Lo último que decís es el gran tema que SL nunca ha visto y no consigue siquiera observar un matiz. La experiencia soviética tiene un origen emancipatorio; no puede bajo ningún aspecto ser homologado a Stalin y sus años feroces. Esto es un problema para casi todos los cineastas (po)soviéticos, incluso lo mejores, como Sokurov. El menoscabo reaccionario sobre la Revolución rusa reside justamente en hacer equivalentes la genealogía de ese fenómeno capital del siglo XX con el estalinismo y asimismo con el nazismo, dos experiencia antitéticas y con fines opuestos. Quien lea así y le dé asentimiento a la lectura de Loznitsa puede leer de ese modo la historia argentina que protagonizan Evita y Perón. Pero ni el comunismo en sus orígenes, ni el peronismo en su extenso y complejo despliegue son concomitantes a lecturas como las que hace Loznitsa, en tanto que en esas experiencias políticas se trastocó estructuralmente derechos reales de quienes siempre estuvieron en posición de obediencia y servidumbre. Eso no es poco, es, en principio, al menos para mí, muchísimo. En la falta de un contrapunto al orden social vigente resplandecen todos estas cuestiones, eso que alguien con inteligencia denominó «vida de derecha». Saludos. R
Gracias, Roger. Los archivos son extraordinarios, pero por lo que parece Loznitsa solo fue el beneficiario de ellos. Entonces surge la pregunta por la autoría. ¿Quién es el autor de una película cuyas imágenes dicen muchas más cosas que el presunto cineasta no es capaz de ver? ¿Qué es un cineasta que no es capaz de ver las imágenes que firma (no filma)? En el Q&A creí entender que incluso el montaje ya estaba hecho por los soviéticos. Si no entendí mal, ¿qué hizo Loznitsa? Vuelve a aparecer la figura de Pierre Menard, que escribe el Quijote para otros lectores. De ahí llegamos a las operaciones críticas que se hacen sobre estos procedimientos. Porque evidentemente la recepción de este cine habilita la posibilidad de hacer películas sobre otros funerales para pretender hacerles decir lo mismo que dicen Loznitsa y la hegemonía crítica internacional. La cuestión Sokurov plantea otros problemas: la Trilogía del Poder trata de tres hombres y no se percibe en ella una intención totalizadora para reducir el nazismo, el comunismo y el imperio japonés a través de ellos. En ninguna parte Sokurov sugiere que esto se explique porque todos los rusos son como Stalin ni todos los alemanes como Hitler ni los japoneses son pequeños Hiroítos, como metaforiza Loznitsa en su Q&A. En cambio, Sokurov arma un contrapunto con una constelación de personajes anónimos que espían la intimidad de los tiranos y cuchichean cosas que no escuchamos. El capitulo de Hirohíto es particularmente conmovedor porque trata de la destitución de la divinidad y su devenir hombre. Además se complementa con algunas de las elegías en las que Sokurov muestra a algunos hombres de estado en situaciones de intimidad. Más allá del conocido anticomunismo de Sokurov, sus películas tienen otra complejidad.
Lo que dice Cuervo acá aplica a El proceso. Loznitsa se hizo de los archivos de los juicios de 1934 y los usó para demostrar que en la calle la gente los aplaudía, una, dos, tres, tantas veces…. ni siquiera un análisis mínimo del material, una interrupción, alguna deriva, sólo el montaje repetido entre el juicio y las movilizaciones. Un auténtico desperdicio, además de una utilización empobrecedora y autoconfirmatoria de las propias nociones ciertamente pedestres sobre la escena histórica con la que trabaja. ya en los años treinta el luego fervoroso anticomunista Arthur Koestler había llegado mucho más lejos en la crítica del estalinismo sin eludir la complejidad del problema en su novela El cero y el infinito.
Saludos
Con El proceso es tal cual; el problema de SF es el punto de vista, pero sí veo trabajo sobre los materiales. Es interesante comparar estos trabajos con Blockade. Este último es extraordinario y la banda de sonido es notable. De todos modos, la prepotencia de los planos que provienen de camarógrafos entrenados en una tradición es la verdadera fuerza de todos estas películas. Saludos. R
Sería una locura pensar la película con cierto arrojo de ironía? Me cuesta concebirla solo como dos horas y cuarto de patetismo que a través de la brecha de la historia sonríe socarronamente regocijándose por el contraste de lo mostrado y lo sucedido en el famoso XX Congreso Comunista. Es cierto que la placa del final desborda explicitud pero no hagamos reduccionismo del reduccionismo. Yo he visto mucho de fascinación en la compilación, una especie de amor «enfermo» que se esfuerza al final por negarse usando la forma predilecta de la corrección moral de estos años (una placa negra como 280 caracteres de twitter) pero en el balance ha sido hermoso y es perverso a la vez. Como en «Vértigo». Mientras la miraba no podía dejar de pensar en «Autobiografía de Nicolae Ceaucescu» de Ujica. Allí con mas sabiduría verbal y menos sensacionalismo, el director complementó su cinta diciendo algo así como el intento de dejar de concebir el régimen de Ceaucescu con la mirada condenatoria y estigmatizadora de un niño enojado con su padre y comenzar a dotar de ambiguedad, profundidad, en fin de adultez el abordaje de esas décadas. Tengo la sensación que hay dos Loznitsa, el infantil aparece en la placa, pero no deberíamos quedarnos solo con eso. Abrazos.
Estimado Mat: quisiera creer que sí, pero conociendo personalmente a SL diría que no. La ironía no está ni en su personalidad ni en su estética, aunque sí una sensibilidad cercana a la poesía y una piedad propia de un humanismo discreto que ha ido abandonando. Si uno ve The Settlement es imposible no conmoverse con ese film (Los primeros planos del final de ese film están en sintonía con los miles de rostros que despiden al líder soviético de este retrato sobre la presunta histeria del pueblo ruso).
Lo que me parece que sucede en Funeral de Estado es que la propia realidad de la imagen atraviesa las motivaciones del sentido enfatizado en el cierre. En esa tensión reside todo. Por otro lado, es muy interesante corroborar las películas soviéticas de ficción, de mitad de 1940 y principio de 1950, y observar en estas películas el retrato de la felicidad del pueblo como una inversión correlativa a ese momento de tristeza en FDE. No tengo duda de que la propaganda modulaba la subjetividad, pero tampoco dudo sobre una dimensión humana que desbordaba los efectos de esta. Saludos.
Gracias Roger. También pienso en el contraste retrospectivo no? Digo, en un tiempo actual de juicios «express» y conclusiones con los muertos aún calientes, Loznitsa nos expone la evidencia inapelable del tiempo como necesaria espera para poder tener una dimensión mas o menos elaborada. No hay en esos millones y millones de acongojados, el refractario gesto de una cultura de la reacción inmediata que hemos cultivado en el presente? Estemos o no de acuerdo con su pensamiento siento que esta es sobre todo una película sobre el tiempo y no tanto sobre las ideologías que el mismo Lozintsa no quiere discutir y por eso concluye con esa inapelable placa informativa. Abrazos.