SUCESOS INTERVENIDOS
**** Obra maestra ***Hay que verla **Válida de ver * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor
Por Roger Koza
CRÓNICAS LÚDICAS
Sucesos intervenidos, Argentina, 2014
Dirigida por Claudio Caldini, Verónica Chen, Edgardo Cozarinsky, Julián D’Angiolillo, Andrés Di Tella, Gustavo Fontán, Gabriela Golder, Andrés Habegger, Karin Idelson, Hernán Khourián, Mónica Lairana, Leandro Listorti, Ignacio Masllorens, Pablo Mazzolo, Gabriel Medina, Rodrigo Moreno, Milagros Mumenthaler, Lorena Muñoz, Santiago Palavecino, Paulo Pécora, Constanza Sanz Palacios, Gastón Solnicki, Gustavo Taretto, Pablo Trapero, Ezequiel Yanco
*** Hay que verla
Mucho más que un ejercicio, un fascinante film colectivo que si bien puede verse la unidad de cada cortometraje por separado no deja de ser misteriosamente una pieza única con su propios límites y sentido.
Al inicio de la película se puede leer un cartel que reza: “Con la intención de llamar la atención sobre la importancia de preservar y digitalizar Sucesos argentinos, el Museo del Cine convocó a 25 directores argentinos con el objetivo de que realizaran intervenciones libres en base a imágenes del noticiero”. La famosa crónica audiovisual que se exhibía generalmente antes del inicio de las funciones en los cines, desde 1938 en adelante y por más de 40 años, inconfundible por su presentación con un jinete sobre un caballo que parecía repetir el saludo del Zorro, es probablemente uno de los archivos más completos y significativos que se tenga en imágenes de la historia del siglo XX en Argentina.
Sucede que las imágenes y los sonidos, al igual que cualquier entidad viviente, se degradan. La segunda ley de la termodinámica es invencible; por lo tanto, ya se trate de archivos analógicos o digitales, la lucha por su preservación incita a una política activa de la memoria. El cine embalsama el tiempo; no obstante, toda imagen envejece, lo que implica una tarea de resguardo y almacenamiento de los archivos. En efecto, todo lo que se filmó en la era analógica está en vías de extinción; si desaparecen los negativos mueren para siempre las imágenes de un tiempo, la aprehensión de segmentos de lo real.
Sobre tres ediciones de Sucesos argentinos, correspondientes a los años 1957, 1965 y 1968, los directores elegidos toman fragmentos del noticiero, los reorganizan, a veces ralentizan las imágenes, las congelan, alteran el montaje sonoro, musicalizan, cruzan un noticiero con el sonido de otro. Los procedimientos son diversos e ingeniosos. Un plano de un tren a toda velocidad es intervenido por planos de mujeres en una fiesta; el audio admonitorio sobre la inadaptación social a fines de los ’60 se utiliza en ocasiones con otras imágenes, por lo que el sentido del discurso se ridiculiza.
Lógica general de las poéticas empleadas: un asado, el rostro de Isaac Rojas y Pedro Aramburu, una ballena en la costa, unos monos y unos hombres subidos a un árbol, panorámicas de la ciudad de Buenos Aires, un incendio público, un par de disparos, sugieren cosas dispares según el orden en el que estén dispuestos. Cualquier cambio en la disposición y sucesión de los planos inventa un nuevo sentido, o reescribe lo real, no muy lejos de un paradójico palimpsesto. ¿Confirmación lúdica del efecto Kuleschov? La alteración del montaje altera el sentido y multiplica las posibilidades interpretativas. Véase como un ejemplo cabal el corto Nada de huelgas, de Julián D’Angiolillo.
La creatividad de los 25 directores, entre ellos maestros como Edgardo Cozarinsky, Claudio Caldini y Gustavo Fontán (sus cortos son extraordinarios), como también directores con una trayectoria atendible como Rodrigo Moreno, Gastón Solnicki, Verónica Chen y Pablo Trapero, y otros menos conocidos como Ezequiel Yanco e Ignacio Masllorens, por nombrar a algunos, es ostensible. La inteligencia formal y conceptual de los intervinientes es pareja y en conjunto se equilibran y resignifican.
Lo fascinante, justamente, es pensar cada corto como un fragmento de una película única, en el que las similitudes y las diferencias llevan a concebir finalmente a la memoria como una operación de montaje infinito. El corto Gato por liebre, de Santiago Palavecino y Andrés P. Estrada, que en realidad son dos, uno enteramente intervenido y el otro no, sin aclarar cuál es cuál, es enteramente perturbador: todo archivo es montaje, o lo real es siempre una intervención. Es que nada en este mundo está a salvo del artificio; la certeza es una ilusión que hasta las imágenes desmienten.
Esta crítica fue publicada en otra versión por el diario La voz del interior en el mes de agosto 2015
Roger Koza / Copyleft 2015
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