Por Roger Koza Un día viernes de primavera, un día como cualquier otro, después de un calor insoportable, llueve a cántaros. Nada, absolutamente nada, lleva a pensar que, tras unas horas en las que toda la ciudad debe adaptarse a esa presunta inclemencia del tiempo, ocurrirán los imperfectos indeseables que semejante fenómeno atmosférico suele propiciar. […]
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