
THE DISCIPLE / EL DISCÍPULO
EL ARTE DE SOBREVIVIR
Plano general: el auditorio escucha con atención la típica formación de una agrupación de música clásica india. Para ser un teatro en la India, es una sala musical pequeña. El maestro canta y los aprendices tocan a su lado. Las mínimas variaciones melódicas que nacen de las entrañas del gurú tienen un apoyo sonoro en el que predominan las notas ligadas. El ejecutante del tabla prodiga el ritmo, quien toca el sarangi crea melodías salientes, los otros dos se ocupan de establecer con las voluminosos tamburas el reconocible sonido oceánico, aunque ambos instrumentistas pueden cantar respondiéndole al maestro. He aquí una tradición viviente, he aquí un género clásico: el rāga.

Al plano del inicio le sigue un contraplano similar en el que se ve la audiencia, y en el tercer plano se prescinde de la inmovilidad para que un pausado travelling hacia adelante introduzca al discípulo. La cámara avanza sobre él y la admiración que dedica a su maestro resplandece. Y sin aviso, mientras el tema musical sigue sonando, el escenario cambia y con dos planos solamente se observa al discípulo practicando frente a su maestro con la misma devoción. La elegancia y la elocuencia gramatical del relato es maravillosa, porque la reverencia es visible y también el desafío. El legado de una escuela musical y el aprendizaje de este requiere sacrificio y compromiso.
Al joven Chaitanya Tamhane le interesa la fricción entre la modernidad y la tradición. El cineasta indio más destacado de su generación había indagado sobre esto en La corte, aunque en aquella ocasión también le dedicaba una vivisección impiadosa a la burocracia judicial, como acá sucede con los desvelos interiores del protagonista sobre su dudoso talento musical. Pero el problema de fondo es otro: la transmisión y la supervivencia de una tradición musical ante el asedio de la cultura global del espectáculo. Como sucedía en su primera película, el cineasta prefiere la ambigüedad para indagar sobre el choque de perspectivas. No se trata de una contienda de lo bueno contra lo malo. En el propio celo del protagonista anidan las contradicciones. La rigidez del ascetismo se matiza viendo porno o andando en moto por las calles de Mumbay de noche mientras el superyó de la tradición ocupa el silencio de su mente.
El discípulo es pródiga en detalles secundarios: se puede aprender de música, entender la estratificación de clases, apreciar la arquitectura clásica de la India, intuir la percepción del espacio en una ciudad en la que viven 15 millones de personas y constatar algunas costumbres y viejas prácticas que coexisten con otras ya propias del presente característico de una cultural tecnológica global. También lo es en la evolución narrativa. Al protagonista se lo ve con su padre y un tiempo después como padre. La elipsis y los flashbacks son tan orgánicos en el relato como los cambios en el liderazgo de la improvisación vocal de un rāga.
A Tamhane le gusta terminar sus películas con un acertijo. El de El discípulo no le resultará muy lejano a cualquier espectador vernáculo, excepto por lo que implica el instrumento con el que se acompaña al músico joven de ese pasaje simbólicamente enfático. A esa escena se arriba acopiando los suficientes signos con los que se puede sentir el drama del personaje y el dilema cultural que no es solo un problema de los indios, sino de cualquier país pletórico en tradiciones. Un buen cineasta no dice qué pensar, más bien estimula a hacerlo. Por eso el plano final es una pregunta abierta, una flecha arrojada al tiempo que viene.
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El discípulo / The Disciple, India, 2020.
Escrita y dirigida por Chaitanya Tamhane
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*Esta crítica fue publicada con otro título y en otra versión por el diario La Voz del Interior en mayo 2021.
Roger Koza / Copyleft 2021
Roger, después de tanto tiempo que publicaste tu crítica vi este maravilloso film. Creo que es una de las películas que he visto que mejor expresa la música en su sentido mas fiel, honesto, es decir la puesta en escena parece diseñada para no entorpecer ese mecanismo misterioso que se acciona entre el estimulo musical y la percepción del público para posteriormente la construcción de una atmósfera. La cámara se mueve con la misma parsimonia poderosa y envolvente de los raga clásicos. Parece quieta pero se mueve, como los cuerpos y lo que evocan. Y lejos de «condimentar» las situaciones de concierto con planos, ángulos, subtramas innecesarias enmarcadas, se entrega a ese momento, único, hipnótico de pocos planos pero mucho en juego. Mientras escribía esto pensaba como la película se ubica en esa contradicción que al mismo tiempo genera y no resuelve para producir la pregunta ya que si tomamos a la fuente inspiracional del protagonista, la maestra gurú, el público no sería necesario ni tomado en cuenta en el camino espiritual-ascético que ella propone. Y sin embargo este film le dedica al público siempre un espacio muy importante con ese espacio construido a base de contraplanos en las situaciones musicales. Una forma visual sonora de confrontar con la tradición sin negarla, sino enriqueciéndola o acoplándola, no sin tensión, a la modernidad. Gracias a tu recomendación finalmente me decidí a verla. Gracias, como siempre.