THE LIGHTHOUSE

THE LIGHTHOUSE

por - Críticas
15 Ene, 2020 11:58 | comentarios
Dafoe y Pattinson enloquecen en las páginas de un libro negro apócrifo escrito a cuatro manos por un Herman Melville homoerotizado y un Andrzej Zulawski bajo cirrosis.

EL FALO

Sorteando la obviedad psicológica de reflexionar la simbología fálica de un faro – para no transitar la misma senda, por ejemplo, de la escena de La pistola desnuda que culmina con la imagen de un tren entrando a un túnel y otras por el estilo para representar el coito –, el falo en El faro está. ¿Falo está o no está? Como el lobo, está. La segunda película de Robert Eggers proyecta un concepto psicológico rústico pero no exento de complejidad en base a la colisión de un doble juego sexual entre dos machos alfa que se disputan la territorialidad de los sueños esgrimiendo entrelazamientos homoeróticos y una violencia de tensión ancestral propia de personajes del subgénero de aventuras marítimas pero en un contexto de encierro en las formas del cine carcelario. No sería mala sugerencia ver El faro antes o después de Bella tarea (1999) de Claire Denis, que no sólo utiliza un par de poemas de Melville, una de las principales influencias de Eggers al escribir el guión, sino que también acude al juego del imaginario gay o como mínimo bisexual en un universo (aquí, el marítimo; allá, el militar de infantería) históricamente (pre)concebido sobre los territorios comunes de la virilidad.

Hay otras pistas para sostener la hasta aquí raquítica sustancialidad de esta figuración transgenérico-sexual:

  • Verlo a Dafoe tejer crochet sobre una silla hamaca que se mece cual viejita dickensiana.
  • Verlo a Dafoe decirle a Pattinson “Sos bonito como una foto” o “Mirate, chico lindo, con ojos brillantes como los de una dama” o gritarle “¡No me dejés!” mientras con un hacha rompe el bote en el que Pattinson pensaba tomarse el bote a falta de buque.
  • Verlo a Pattinson despotricar “No vine a ser una empleada doméstica”, cuando Dafoe lo manda a lavar los platos entre pedos, gases, flatulencias, ventosidades y otros sinónimos aéreos-anales.
  • Verlo a Pattinson espiar a Dafoe en el lúbrico reino de Onán.
  • Ver a ambos borrachos como Bukowski si fuera el capitán Ahab poseído por Poseidón cual hooligans decimonónicos pos-Stevenson hasta quedar abrazados y exhaustos mientras Dafoe entona, abrasado:

My lover, she lies asleep / Mi amante, yace adormecida

My lover is warm / Mi amante es cálida

[…]

I would give the whole world / Daría el mundo entero

Just to share her pillow / Sólo por compartir su almohada

[…] Para, súbitamente, terminar en una riña de gallos expia-culpas, automatizada como paliativo machista, resolución de escena parecida a aquella de Mejor solo que mal acompañado de John Hughes en la que Steve Martin y John Candy duermen juntos porque hay una sola cama y cuando Martin se despierta nota espantado que una de sus manos descansa en duermevela entre los glúteos de John Candy y los dos pegan un respingo eyectados por el calor de la vergüenza y se ponen a hablar mecánicamente sobre deportes y clima.

The Lighthouse, EEUU, 2019.

Dirigida por Robert Eggers. Escrita por Max Eggers y R. Eggers. 

Seamos más detallistas: hasta el formato es fálico: el formato de El faro es falo: en el guión literario, que puede descargarse gratuitamente en internet, Robert Eggers consigna con logrado autoritarismo la siguiente ordenanza técnica: “Este film debe[las itálicas son suyas] ser fotografiado en negativo de 35mm en blanco y negro de ratio 1.19:1”). Y como el capricho es como la soberbia: es tolerable si está fundamentada, adoptamos su capricho con la teoría de que esta particularidad tecnológica de formato podría cerrar con El faro un círculo de influencias oníricas en cuyo inicio el bendito desprecio del clásico Vampyr de Dreyer por la reglamentación narrativa lógica (un acontecimiento es producto del anterior) allá en 1921 construyó los cimientos del castillo que habitó décadas después el conde hamburguesero y culto artista non-sense David Lynch para terminar aquí y ahora, con Eggers y su mundo cinematográfico, adolescente de explicaciones y desobediencia debida al canon del relato mistérico usando cámaras y soporte fílmico de las primeras décadas del siglo pasado (más: los Primeros Planos Aberrantes de un barbado y gritón Dafoe en trance actoral son herencia directa o calco inmaculado del cine mudo expresionista) en plena erupción de la vida digital a los fines de construir un artificio irracional y ensoñado (“A lo mejor soy producto de tu imaginación. A lo mejor esta isla es producto de tu imaginación”, le espeta Dafoe a Pattinson) pos-posmoderno que muy probablemente no existiría sin los dementours inconscientes modernistas del autor de Carretera perdida. La segunda película de Eggers es un billón de cosas ya escritas pero también podemos dimensionarla como una comedia negra claustrofóbica y esotéricamente gay friendly que acaba adoptando las coordenadas mentales de un cementerio de cordura donde el amo, que gusta de acabar masturbándose ante la luz sempiterna del faro, acaba a los pies de su esclavo y ambos acaban presos de la imaginación recíproca, devorados por gaviotas impertinentemente hitchcockianas o erotizados hasta el delirium tremens por ejemplares femeninos de seres mitológicos de lubricidad garantida (los fogonazos vaginales de la inquietante sirena de facciones de Europa del Este son puro ¡La mosca de David Cronenberg meets Posesión de Andrzej Zulawski!).

Deconstrucción del concepto de soledad en clave fantástica, ampliación del significado de lo atávico, anaquel de simbolismos sobre las pulsiones primarias del ser humano, con primacía de la sexual y lo animalístico, lo que sea, como sea, El faro es la oveja negra del estimulante cine de terror parido por monstruos en este siglo y Eggers es la única opción entre los directores que ofrece un corpus de ficción desnaturalizado y abstruso, salpimentado por una radical filiación a lo arcaico sin temor al ridículo ni deudor de un historicismo académico, recalificando las nociones del horror como subgénero cinematográfico y como subtexto representativo. Un poco menos de autoconsciencia y solemnidad quizás hubieran convertido a El faro en una obra maestra pero seguramente no hubiese resultado tan personal y disruptiva. ¿Se viene una Scary Movie integrando a Moby Dick (las itálicas son mías) con escatológico doble sentido?

The Lighthouse, Robert Eggers, EEUU, 2019.