THE QUIET GIRL / AN CAILÍN CIÚIN
LA EDAD DE LA INOCENCIA
Las películas sobre la infancia son la constatación de que la contingencia rige en los primeros años, cuando la hoja en blanco de la identidad empieza a recibir las palabras que definen, acaso para siempre, gran parte del modo de sentir y percibir el mundo. En una escena al paso, la tía segunda le explica a Cáit que “no hay secretos” en el hogar donde pasará el verano. Eibhlín relaciona la palabra “secreto” con otra todavía más decisiva: “vergüenza”. Toda persona es un tejido de emociones que puede reconocerse en palabras. La escena aludida no es didáctica; la niña de nueve años ha llegado a una casa en la que existe otra constelación afectiva.
No se especifica el lugar, pero la lengua en la que hablan casi todos es el hermoso gaélico. Los personajes viven en un entorno rural, y lentamente los objetos, la indumentaria y el mobiliario revelan un pasado no muy lejano. Es 1981, y el relato se circunscribe al verano. Al iniciarse las clases, Cáit volverá a su casa. En el contexto de The Quiet Girl, el regreso con los padres es lo más parecido a la expulsión del paraíso, es volver a un orbe regulado por la falta, la hostilidad y la suciedad. Lo que vendrá después no se sabe, pero lo que ya pasó lo cambia todo. Basta un breve período de tiempo para comprobar que el mundo inicial puede no ser necesariamente el mundo elegido.
La tercera película de Colm Bairéad está inspirada en un cuento de Claire Keegan titulado en inglés “Foster”. El verbo no podría ser más preciso para indicar la doble inscripción que tiñe el relato. Significa, en primer lugar, el cuidado temporal que los adultos le pueden prodigar a un niño o niña de quien no son padres; el mismo verbo, además, puede ser empleado para designar la acción de promover el talento de un niño. En The Quiet Girl la niña no aprende ninguna disciplina, pero sí se afirma enteramente en su sensibilidad. Eso es así porque sus tíos segundos la cuidan como si fuera una hija, una filiación comprensible con mayor profundidad a medida que avanza el relato.
The Quiet Girl acopia secuencias de percepción que corresponden directamente a la observación de la niña. Es una operación estética que reenvía a quien mira al interior de su conciencia. La soledad se siente porque las subjetivas discretas con las que se comunica su experiencia son pertinentes frente a los disímiles estímulos que se eligen priorizar: el abandono en el que vive con sus padres, el desdén con el que la tratan en el colegio, el asombro al descubrir una luz frente al mar, el abismo de verse reflejada en un pozo de agua que guarda una desgracia y el descubrimiento de una galletita dulce sobre la mesa que no es otra cosa que el principio de la ternura en el vínculo con su tío se trasunta en subjetivas breves. En una escena clave en la que la niña corre desesperadamente, algunas de esas percepciones fugaces pasan por su conciencia y se reconoce de inmediato la razón. Lo que se aprende siempre deja una huella. Ser testigo de ese entendimiento íntimo es un beneficio sensible que se le dispensa al espectador atento.
Se podrá objetar que la musicalización puede ser innecesaria, ya que la hermosura visual que define la trama y los sonidos propios del ecosistema resultan suficientes. Es un matiz minúsculo frente a una película que ama incondicionalmente a todos sus personajes, incluidos aquellos que no pudieron doblegar la brutalidad que los moldea y los endurece ante el mundo. En una vida como la nuestra, que se escribe demasiado a menudo con la gramática del desprecio, The Quiet Girl delinea una memoria acerca de un modo de existir con otros, cercanos y ajenos, donde el cuidado es una posibilidad de todos los días.
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The Quiet Girl / And Cailín Ciúin, Irlanda, 2022.
Dirigida por Colm Bairéad.
Escrita por C Bairéad y Claire Keegan.
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Copyleft 2023 / Roger Koza
Hola, Roger. No lo decís en tu nota pero puedo sospechar que el título remite al The Quiet Man de John Ford. ¿Me equivoco?
Gracias. Saludos.
No lo puse, sí lo pensé, pero no vi ninguna filiación con Ford, y sí, por ejemplo, con Terence Davies. La resonancia del título es indesmentible, pero no tienen nada que ver entre sí. Gracias a vos por el comentario. R