TIERRA DE LOS PADRES: NARRAR LO POLÍTICO
EXTRAVIADO (PERRO) EN LA LLUVIA
El rumbo se ha perdido,
el olor de la vida desaparece
en el desorden del agua.
Ahora que la oscuridad
se ha tragado a los dioses posibles,
del desamparo nacen, del cerebro aterrado,
las preguntas mayores
que dormían como fieras
en el diseño legible del mundo.
Joaquín Giannuzzi, El violín olvidado, 1984.
por Marcela Gamberini
Una idea central atraviesa toda la película: la idea de tensión, de contrapunto, de diálogo feroz, de pura dialéctica. Se contraponen los textos, que se responden unos a otros; se contraponen los lectores, unos más lentos, otros más rápidos, unos seguros y cadenciosos en la lectura, otros rápidos y trastabillantes; se contraponen las imágenes: las solidez y frialdad de las estatuas, con la fragilidad y humanidad de los hombres que cuidan las tumbas; se contraponen los muertos con los vivos; los bárbaros con los civilizados; la clase dominante con el proletariado, la Recoleta con el río: los dos grandes cementerios de la Argentina. Desde el plano inicial hay una contraposición fuerte que marca la clave de lectura de la película: la frase de Marx con la de Borrás.
Prividera interroga. Interroga desde la puesta en escena, desde las lecturas, desde el espacio, desde los textos. Esos cuerpos vivos y esos cuerpos muertos, fantasmáticos, que aparecen y desaparecen –literal y simbólicamente- están atravesados por la Historia y a la vez la interrogan, la cuestionan. La realidad es un tejido complejo de voces, voces que son ideológicas, sociales, políticas, económicas y los ecos de esas voces resuenan en el silencio opacado del cementerio. Prividera interroga, desde la audacia, desde la inteligencia, desde la ambigüedad, desde la sorpresa. Los hombres estamos hechos de relatos, somos políticos, estamos travesados por diferentes voces que se chocan, se complementan, se odian y se aman. Los padres de la patria, con sus discursos fundacionales, son sangrientos, autoritarios, poderosos, violentos, pero también son racionales, contundentes, intrépidos. Con Tierra de los Padres, Prividera tienta una audaz e inteligente respuesta a la vieja pregunta de cómo narrar lo político. Más allá de la eficaz operación teórico-critica-ficcional que realiza la película donde se reconocen las huellas de Adorno y de Benjamín, de Borges y de Bajtín, de Foucault, entre muchos otros, logra reinstalar con contundencia la interrogación acerca de cómo el cine narra lo político. Retomando el eje de la Generación del 37 en la Argentina donde se preguntaban de qué manera puede la literatura acercarse a lo político y la respuesta siempre era la interpelación, la polémica feroz, la ficcionalización de espacios atravesados por la violencia y la barbarie. Las opciones para el 37 frente a la violencia política eran el exilio o la muerte (hablando de oposiciones o de dicotomías) tal cual lo planteara Ricardo Piglia en La argentina en pedazos. El Matadero y el Facundo entre otras tantas obras, rearman el mapa de la Argentina en pedazos a la que Piglia alude. Tierra de los Padres sigue en esa línea, dibuja una trama con el reguero de sangre y violencia de la pluma de los fundadores de la Nación. La mayoría de los lectores que aparecen en la película y el mismo director pertenecen a la generación del 70, que se equipara en cierto modo con la del 37, ambas cruzadas por guerras intestinas, por rencores, por ausencias, por exilios, por desapariciones. Padres sin hijos e hijos sin padres. Rastros de violencia y jirones de poder. Muertos sin enterrar y entierros sin muertos. Poner el cuerpo, dejar la voz, silenciarse, hacerse de mármol, reinventarse. Ser “hijo de los muertos recientes”, “jugando al desencanto o a la profecía social”, “me reconozco en esa fastidiosa historia” dice Prividera como director, como lector, como argentino, que dice el gran poeta olvidado Giannuzzi. De nuevo el exilio o la muerte, simbólica o real. Polifonía discursiva y multiplicidad de cuerpos que vienen a contarnos la historia sin fin. Ésa que escuchamos siempre, desde nuestros años de escolaridad hasta el presente, que escuchamos pero que a veces no sabemos o no podemos oír. Prividera es contundente, arroja un hierro caliente al espectador, el hierro del sentido, de la reflexión, de la fuerte interpelación. La dialéctica es su metodología, contraponer, hacer chocar, confrontar textos, diálogos, lectores, espacios, imágenes, generaciones, cuerpos, voces.
La forma de la película encerrada en el espacio del cementerio (ambos, el oficial de la Recoleta y el otro, el río oscuro) son como el ese matadero de Echeverría, o el desierto de Roca, o las orillas de Borges; abierto pero cerrado, centrípeto y centrífugo, lleno de vivos y de muerte, plagado de historias y de silencios, de violencia, de traiciones. Y Tierra de los Padres se adentra en ese cementerio oficial –en la historia- como se adentra a la imposible verdad de El ciudadano desde afuera, a pesar de las rejas. En Orson Welles nos encontramos con ese “ciudadano Kane” muriendo, desconocido y solitario, misterioso y único y en la Recoleta llegamos al corazón de cada tumba, de cada mármol. Sobre el final de ambas películas la cámara se aleja del secreto, de lo inenarrable, del desastre, de donde están los muertos “oficiales” para trasladarnos, en un epílogo poético y bello, hacia afuera, conectando los dos cementerios a través de esa ciudad, de hombres mudos y pequeños, ciegos o videntes, hacedores de relatos, que luchan por la narración de la Historia, por capturar su sentido, esquivo y peligroso.
Los tres himnos que aparecen en la película -el Nacional, la marcha peronista y el Va pensiero- tal vez ofrezcan cierto lugar de salvación, o tal vez de resistencia a los mandatos de la sangre y de la Historia.
Tierra de los padres es una “ficción teórica”, un mapa de guerras y combates, de silencios y de voces, de presencias y ausencias. Una relectura de esos textos fundacionales, salvajes, extremos que supieron poner en evidencia, a partir de los mecanismos del horror y de la sangre, el verdadero ser nacional. Recorrido que comienza con las guerras civiles del siglo XIX hasta finalizar (o no), en la dictadura del siglo XX, Tierra de los padres es un documento lúcido e inteligente no sólo sobre el pasado y el presente histórico sino sobre la historia del cine en la Argentina.
Marcela Gamberini / Copyleft 2012
» se contraponen las imágenes: las solidez y frialdad de las estatuas, con la fragilidad y humanidad de los hombres que cuidan las tumbas;» FRAGILIDAD y humanidad de los negros de mierda esos que no son otra cosa que unos empleados municipales que se rascan el higo a diestra y siniestra?. Fragilidad hubo alguna vez cuando existían las fábricas y la inocencia. Ahora estamos todos corrompidos, a lo sumo podés ser mas o menos astuto. Pero esta humanidad no me inspira ningún respeto ni compasión.
Y a propósito, la película es una verdadera mierda, un ejercicio de un estudiante de 1º grado de escuela primaria, incluso la elección de los planos y lectores, toda esa «prolijidad» dicotómica tan premeditada. UNA MIERDA! Felicito a los tipos del BACIFI por no haberla incluído y ojalá que las primeras bombas caigan sobre el cementerio de la Recoleta y el Teatro san martín que me robó 20$, culpa de la publicidad encubierta que personas como Gamberrini le vienen haciendo a este auténtico BODRIO nacional!
huuuu…. Loro de Flaubert que discuso asquerosamente posmoderno ,nefasto y xenofobo que tenes…clasico de un filisteo conservador…la pelicula puede ser o no una mierda , pero el «todos estamos corrompidos» demuestra la nula intervencion en la realidad y coyuntura que tenes,este pos habre una discucion politica interesante, las fabricas todavia existen estamos en un contexto de lucha abierta de la burocracia sindical y tambien de descontento del movimiento obrero a nivel nacional con el avance del sindicalismo de base antiburocratico y combativo, para que le vamos a tirar una bomba a la recoleta si podemos chorearnos todo el marmol para labuarar. con respecto a lo de mas dijiste pura supercherias,tengo ganas de verla pero por lo que aporta a nivel narrativo y tecnico,en cambio que critica haces sobre eso? por lo del final de la nota en cuanto a los «Los tres himnos que aparecen en la película -el Nacional, la marcha peronista y el Va pensiero- tal vez ofrezcan cierto lugar de salvación, o tal vez de resistencia a los mandatos de la sangre y de la Historia.»ante todo los reconozco como expresiones faccionales de la burguesia nacional,ni por cerca como caras contrapuestas de la historia humana,des otro lado se encuentra el pueblo,con todas las expresiones de lucha de clases que se conocen,pero de ese lado es una apuesta politica ,filosofica y econimica de la burguesia que es el capital.si nos vamos a poner tan dialecticos habramos el debate sobre que opinamos de la obra,ami me interesa verlo desde una perspectiva dialectico materialista,pero la obra…puede gustarte o no, pero este blog esta bueno y estaria joya que aportemos… pero en serio.
Loro: solamente decirte que mi desacuerdo es total. Naturalmente, aquí podés decir lo que se te cante; sí repararé en el modo en que digas lo que se te cante: conmigo cualquier cosa, con quienes escriben como firmas invitados, te pido la mayor educación.
Hasta donde yo sé a Alberdi no se lo lee en la primaria.
Y ya que estamos dejo este link de un gran texto escrito por M. Tomas acerca del film de Prividera: http://www.lanacion.com.ar/m1/1489310-sangre-y-exterminio-una-clase-de-historia-argentina
Saludos.
RK
Marcela y/o editores, no es Borrás, que fue guionista del gran Hugo, sino Barrés.
Loro…. mirá Tn o EL 13 no gastes $$ en la Lugones
Ruben: disculpame, pero como verás edité tu comentario. Los insultos a los lectores y a las firmas invitadas no las subo. Si vienen dirigidos a mí es otra cosa. Espero no ofenderte por eso. RK
¿¿¿¿????
Gamberini: su crítica me llevó a ver la película de Prividera por segunda ocasión y pude así disfrutarla y entenderla. Le agradezco. Saludos de un ex-lector de El amante.
de nada Juan, un gusto. Es bueno reencontrar «lectores perdidos».
Cariños
Muy buena crítica Marcela. Coincido con vos, y con la película.
Saludos!