TRES RECUERDOS DE MI JUVENTUD / TROIS SOUVENIRS DE MA JEUNESSE
**** Obra maestra ***Hay que verla **Válida de ver * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor
Por Roger Koza
Tres recuerdos de mi juventud / Trois souvenirs de ma jeunesse, Francia, 2015
Dirigida por Arnaud Desplechin. Escrita por Julie Peyr y A. Desplechin.
*** Hay que verla
Un heterodoxo coming of age de uno de los directores más relevantes de su generación
Arnaud Desplechin es un cineasta psicoanalítico. Las formas de asociación con las que se entrelazan sus relatos parecen inspirarse en ese trabajo de montaje íntimo y no premeditado que cualquier analizante experimenta cuando se hunde en el diván para saber algo más de sí. Una serie temática del pasado –el descubrimiento de una vocación– coliga con otro período anterior de la vida –las penurias familiares–, el cual a su vez remite al presente y puede desembocar en un nuevo acontecimiento pretérito –el primer amor–: “Recuerdo, recuerdo… Busco fragmentos de recuerdos dentro de mí. No recuerdo nada”. Eso dice Paul Dedalus, al promediar 30 minutos de película, instante en el comienza la tercera parte, titulada “Esther”.
Como alter ego del director, Dedalus es un personaje que ya había existido en la ficción en Mi vida sexual, también de Desplechin y casi 20 años atrás. Tres recuerdos de mi juventud resucita al antropólogo, aquí nuevamente interpretado por Mathieu Almaric (en su versión adulta), cuya vida signada por Esther es el eje predominante de esta revisión indirecta. El filme es enteramente autónomo y está divido en tres segmentos que son suficientes para saber lo necesario sobre el personaje: la desolada infancia de Paul, un insólito viaje a Rusia en la adolescencia a fines de la Guerra Fría y los años de estudiante que coinciden con la época en que se enamora de Esther.
En verdad, el filme arranca en tiempo presente. Paul ha decidido regresar a Francia. Por varios años vivió en Tayikistán. El primer recuerdo se suscita en medio de un juego amoroso con una amante. La primera imagen de la infancia es aterradora. ¿Un sueño? ¿Una pesadilla? La madre de Paul parece decidida a dañar a Paul y sus dos hermanos. Elipsis mediante, el niño estará viviendo con su tía abuela, pues su madre abandonará voluntariamente el mundo y convivir con un padre depresivo y golpeador tampoco será satisfactorio.
La síntesis narrativa para contar esos acontecimientos es notable, no menos que el enrarecimiento propiciado por la puesta en escena. El paso de la escena de violencia con la madre al momento en el que ya está viviendo con su tía abuela que vive a su vez con otra mujer comporta una economía simbólica manifiesta. El plano-contraplano a partir de un travelling hacia delante con el que se ve a Paul jugando a la payana y a las mujeres besándose es excepcional: la infancia se yuxtapone a la adolescencia por venir, el deseo puede ser experimentado de muchas formas.
Algo más sucederá en el presente: las autoridades tayikas detendrán a Paul por un problema con su pasaporte, lo que lo llevará a recordar su viaje a Rusia. Durante el interrogatorio, Paul llegará a su historia de amor, que es el tiempo en el que también forjó su propio yo. Constatar los esfuerzos académicos de Paul constituye uno de los placeres laterales del filme, sobre todo cuando Desplechin se centra en la relación que se establece entre Paul y su mentor, una antropóloga estructuralista tan amorosa como severa. El resto son las idas y vueltas con Esther, una relación tan complicada como apasionante, vínculo que en cierto momento Paul explicará a través de un hermoso cuadro de Hubert Robert mientras visitan un museo.
Lo más hermoso del filme de Desplechin pasa por el acopio vital y móvil de instantes en los que se adivina que en una decisión y una acción se pone en juego un posible destino. Todo hombre es un antropólogo potencial. Una mínima distancia respecto de sus actos le posibilita descubrimientos insólitos sobre sí mismo. Filmar la composición de una personalidad requiere saber entender los enlaces de actos singulares que suman y consolidan una unidad contingente. Una paliza paterna, ceder el pasaporte en una tierra lejana por motivos solidarios, dormir en cualquier lugar con tal de estudiar y amar obstinadamente a una mujer da como resultado un hombre llamado Paul Dedalus. Su irrepetible trayecto puede ser el de cualquiera. Las circunstancias son el yo.
Esta crítica fue publicada en otra versión por el diario La voz del interior en el mes de diciembre 2015
Roger Koza / Copyleft 2015
Vi la película hace unos días y disfruté mucho de los dos primeros fragmentos, no así de la tercera parte en la que se despliega el relato del amor con Esther. Ahora leyendo a Roger encuentro algunas pistas: a mi me parece que lo mejor de la mirada de Desplechin está en su capacidad de recoger el mundo alrededor en esa zona en la que se construye y despliega la subjetividad del personaje. En este sentido, el film tiene una curiosa historicidad en la que los datos de la realidad histórica cobran mayor dimensión precisamente porque se presentan desde una subjetividad determinada y narrada cuidadosamente en la obra. Pero cuando el protagonista centra su mirada en su vida sentimental, para mi el film pierde interés y se va deshilachando hasta el final.
Creo que Desplechin arma una estructura narrativa apasionante -en tiempos y espacios- para rellenarla de un relato común que se va despegando de lo que para mi eran sus principales elementos de interés: el mundo fuera de casa, el exilio de si mismo, la necesidad de estar en otro lugar, el doble… todo eso que se dispone con claridad en la escena con Dussolier y que el director va abandonando poco a poco.
Saludos