TULPAN

TULPAN

por - Críticas
16 Ene, 2010 02:33 | comentarios

**** Obra maestra  ***Hay que verla  ** Válida de ver * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

Por Roger Alan Koza

EL MOVIMIENTO COMO FORMA DE VIDA

Tulpan, Kazajistán, Rusia, Suiza, Alemania, Polonia, 2008

Dirigida por Sergei Dvortsevoy. Escrita por S. Dvortsevoy y Gennadi Ostrovsky.

*** Hay que verla

Parece una más de nómades, pero detrás de cámara hay un realizador con una mirada precisa, una que evita el pintoresquismo y la celebración acrítica de la alteridad como objeto de consumo visual.

Hay algo majestuoso y sublime en Tulpan, debut del director ruso Sergei Dvortsevoy en la ficción, película con la que ganó el gran premio en la sección “Una cierta mirada” en Cannes 2008. Tulpan no es Avatar, casi su antítesis, pero sus paisajes compiten con la imaginaria Pandora de Cameron, si se trata de contemplar un territorio nuevo y una forma de vida desconocida. La diferencia es que Cameron inventa un cultura y una civilización, mientras que Dvortsevoy descubre un mundo que existe.

Tulpan se articula como una historia de amor, más bien un potencial romance entre Asa, que vive con su hermana, su cuñado y sus hijos en los desiertos al sur de Kazajistán. Para ser un verdadero pastor y obtener su propio rebaño, la tradición le exige casarse, un problema insólito para citadinos, pero una realidad acuciante para nómades, cuyas opciones matrimoniales son mínimas. Así, la única candidata en un radio de miles de kilómetros es Tulpan, el único objeto de deseo, quien permanecerá fuera de campo durante toda la película, aunque en una ocasión se transfigure en una cabra. Lo cierto es que la madre de Tulpan no acepta que su hija contraiga matrimonio con Asa: tiene orejas muy grandes, y es un virtual desocupado.

Así descripto, todo parece circunscribirse a un romance nómade en clave antropológica, pero como Tulpan no es Borat, Kazajistán no es una excusa para ridiculizar (legítimamente) a los estadounidenses, sino un lugar en el mundo. En efecto, en menos de una hora y media, Dvortsevoy devela una forma de vida signada por el movimiento. Mientras se ve Tulpan, se aprende a concebir el espacio de otro modo. La exterioridad define la interioridad de los habitantes. La noción de territorio es desplazada por un afianzamiento en el devenir. El hogar del nómade es lo exterior. Tulpan, además, sugiere una interacción democrática entre los hombres y las criaturas que carecen de habla: un camello viaja como acompañante de un veterinario; el alumbramiento de un cabrito es un acontecimiento humano. “Lo más difícil para los actores fue ser tan fuerte como los animales, porque éstos en la película están bárbaros y los actores no podían ser menos”, declaraba el realizador en Cannes. Y también están los tornados, acaso, entes sublimes de este “planeta” recóndito, una composición artística y azarosa de este ecosistema extraño.

Cada plano de Dvortsevoy transmite trabajo. Esperar la luz de un momento del día, estar atento a los ritmos de un estilo de vida son un método de trabajo. Así, las imágenes que le roba a esa realidad son majestuosas, y por eso prescinde de cualquier acompañamiento musical, excepto por algunos fragmentos pop que escuchan Asa y un amigo suyo, y los cánticos tradicionales entonados por una niña. En otras palabras, Tulpan es, por momentos,  una película extraordinaria, pues devenir nómade mirándola es una experiencia inconmensurable para nosotros, los espectadores sedentarios de las metrópolis del siglo XXI.

Esta crítica fue publicada en otra versión por el diario La Voz del Interior en el mes de enero 2010.

Roger Alan Koza / Copyleft 2010