UN REINO BAJO LA LUNA / MOONRISE KINGDOM

UN REINO BAJO LA LUNA / MOONRISE KINGDOM

por - Críticas
06 Dic, 2012 06:48 | 1 comentario

Juventud divino tesoro

moonrisekingdom

Por   Alejandro Cozza

No es fácil en la actualidad encontrar películas que se puedan habitar, en donde uno pueda penetrar en ellas y quedarse a vivir en el mundo que el director propone, con sus personajes, situaciones, lugares. Al mismo tiempo, es difícil despegarse de estas películas cuando terminan, la función acaba y salir de ellas no es algo deseado. Pero si podemos llevarlas, porque si no podemos habitarlas por siempre, ellas si pueden vivir en nuestro interior. De esa clase de películas es Moonrise Kingdom, el último film de Wes Anderson.

La historia, ambientada en la década del ’60, comienza cuando un niño, Sam, huye de un campamento scout. Empieza así la búsqueda del pequeño que ira envolviendo a una serie de personajes del pueblo cuando descubren que el niño no sólo era huérfano, sino que con él escapó también su amada Suzy, hija de una familia del lugar. De ahí en más, la historia de amor entre los niños tomará el relato y se contrapondrá a los amores frustrados de los adultos que se ven inmiscuidos en la historia. Los incapaces de amar que tampoco dejan que los niños lo hagan. Podrá recordar esta anécdota al clásico film Melody (1971), cosa que no negaremos, pero el mundo cinéfilo de referencia de Wes Anderson se acerca en esta película, al cine francés de Truffaut, del Godard de Pierrot el Loco (1965), o de Jacques Tati, e incluso al de Jean Renoir en la Regla de juego (1939) cuando los prismáticos que permanentemente se usan en la película remiten al clásico del director francés, film del que también se toma su espíritu lúdico. La escena idílica entre los niños en una bahía lejana, filmada con gran libertad, es la más bella representación de un amor que pueda dar el cine actual. Incluso, lo idílico no está exento de una fuerte carga erótica. Podrá ser un film sobre niños, pero para nada infantil ni ingenuo. Sam le realiza un agujero a la oreja de Suzy para poder pasarle unos aros que le ha hecho, siendo una de la más sutiles y discretas referencias a la perdida de la virginidad jamás filmada.

Moonrise Kingdom no es ajena al sistema formal usado por Wes Anderson para sus películas, siempre reconocible e intransferible, siendo tal vez una de sus cimas creativas. Puede que sea Anderson el nombre mas importante surgido en el cine norteamericano en los últimos 15 años, solo Kelly Reichardt puede pedir esa corona también. Salido dentro de una generación de realizadores en donde la música es clave en su concepción y formación. Generación MTV se llamó a un grupo de directores que hacia sus primeras armas dentro del videoclip: Spike Jonze, Michel Gondry, Sofia Coppola, David O. Russell. Y si bien Anderson nunca dirigió un videoclip, usa en sus películas la música pop como ninguno. Componiendo pequeñas suites al interior de sus filmes, haciendo que cobren vida dentro el argumento. En Moonrise Kingdom un disco de Françoise Hardy bailado en la playa por los niños, marca el pulso emocional de la película y confirma su universo de referencia francés. Sus imágenes de clara vocación plástica, le ganaron la fama que una cantidad de imitadores trataron de copiar. Todo director “indie” norteamericano trato infructuosamente de tomar algo de ese sistema formal. Pero nadie hace películas de Wes Anderson mejor que Wes Anderson. Sus planos, en su frontalidad, parecen heredados de un pictograma egipcio. Los frecuentes paneos horizontales en su obra son como desplegar un papiro sobre la pantalla y efectuar su lectura. Su notoriedad de autor iconoclasta le permite poder contar con elencos multiestelares, pero en donde ningún actor se comporta como estrella, sino que cada uno se adapta a la concepción de Anderson, siendo como figuritas a pegar dentro de su cuidado esquema estético. Es llamativo, al mismo tiempo que maravilloso, observar en Moonrise Kingdom a actores de la talla de Bruce Willis, Edward Norton, Frances McDormand, Tilda Swinton, Bill Murray, Harvey Keitel, por separado o todos juntos en un plano, someterse a los juegos y caprichos del director.

Sus películas pueden ser mundos personales y cerrados sobre si mismos, es cierto, y a su vez iguales entre si. Su filmografía como una galaxia en si misma con diversos planetas. Sus personajes pueden cambiar de rostro pero no de actitudes frente a la vida. Si pensamos su obra, hay una idea capital que la atraviesa y es el de los (tras)pasos de las etapas vitales de una generación a la otra. Las idas y vueltas que puede haber de la niñez a la adolescencia, y de esta a la adultez. Sea en Bottle Rocket, Tres es multitud, Los Excéntricos Tenembauns, Vida acuática, El fantástico señor Zorro, o Viaje a Darjeeling. Cada una de estas películas tienen su especificidad, pero la idea rectora es siempre la misma: pasar de un estado al otro nunca se da de forma natural, sino que allí siempre hay una escisión, una herida. Sobre ella se posa la cámara de Wes Anderson. Sólo que en Moonrise Kingdom, el director parece tomar una decisión tajante para con su obsesión: no hay porque madurar más. Que sea al revés, el mundo es el que debería quedarse en el lugar de pertenecía originario, la niñez, y desde allí revisar sus reglas. El campamento scout de Moonrise Kingdom como lugar de pertenencia inicial pero también como apoteosis final. El cambio no es posible ni necesario, y mejor que no lo sea. El círculo se cierra y mejor estar del lado de adentro, allí bailan todos felices.

Esta crítica fue publicada en el diario Alfil de la ciudad de Cordoba

Alejandro Cozza / Copyleft 2012