UNA CIERTA SENSIBILIDAD: UN DIÁLOGO CON DAVID OBARRIO SOBRE EL BAFICI Y ALGUNAS OTRAS CUESTIONES
Leo a mis colegas con bastante asiduidad. A David Obarrio lo he leído con bastante frecuencia. Algunas de sus críticas son reveladoras, por la precisión con la que se refiere a detalles en los que pocas veces se suele reparar. No le interesa hallar la interpretación, más bien su preocupación pasa por descentrar el texto del argumento de un film para liberar así la mirada y trasladar el análisis hacia la fugacidad de un gesto o un evento secundario. Un buen ejemplo, obligado además por la materia a desentrañar, son los textos sobre el cine de Gustavo Fontán. Esos artículos notables sobre un director no menos notable son una prueba de su calibre.
Cuando me enteré de que Obarrio formaba parte de la renovación del plantel de programadores que tuvo lugar el año pasado en el Bafici, pensé que era una gran decisión por parte del director del festival. Sabía que él aportaría una cierta sensibilidad con la que hasta ese entonces el festival no contaba (lo mismo podría decir de Magdalena Arau). Cada programador tiene un tono de lectura y una forma de pensar el cine. En cualquier festival se puede aprender a distinguir cómo se amalgaman las distintas posiciones que culminan en una agenda institucional. Conozco a otros programadores del Bafici, algunos a los que además quiero mucho, y sé muy bien que sus respectivas perspectivas suman mucho. La programación es siempre un caleodoscopio, una creación colectiva que supera la mirada particular. Pero a su vez esta última es imprescindiible, y es también la condición de posibilidad de esa sumatoria superadora.
Es curioso. Con Obarrio apenas hablé un minuto antes de una presentación de una película en el Bafici. No lo conozco. Muchos de sus textos sobre cine me resultan familiares, muy cercanos, como si en algún momento hubiéramos ido al mismo cineclub o compartido una expedión a tierras queridas en la que aprendimos a amar entidades desconocidas. No significa que piense parecido a mí; personalmente, no me interesa identificar ni compañeros ni adversarios. Es el tono de ciertas críticas lo que me emociona al leerlo, más allá de los juicios de valor que él pueda asignarles a películas, libros, situaciones sociales. Coincidir o no con un juicio de alguien siempre me ha parecido insignificante. Prefiero leer algo que no confirme una certerza, sino que me ayude a ver algo que desconocía o no había advertido. Eso me sucede con los textos de Obarrio.
Ante la llegada de un nuevo Bafici, se me ocurrió que él podía ser una voz autorizada para que nuestros lectores tuvieran otra guía para encontrar un buen camino a seguir en el festival. Obarrio responde y sugiere. Tenerlo en este sitio como entrevistado me produce una profunda alegría.
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RK: Es su segundo año como programador del Bafici, lo que le debe haber dado una mayor perspectiva y una lectura más estructural del festival. ¿Qué ve entonces como distintivo de esta edición?
DO: Diría que más que un cambio radical respecto de la edición anterior, lo que se puede apreciar claramente es una tendencia ya iniciada el año pasado; presencia de películas latinoamericanas, especialmente de aquellas que no se pliegan dócilmente al cine formateado de ese origen que suele circular por festivales. Búsqueda de la novedad, pero sobre todo de la extrañeza; un cine cuya originalidad se imponga por sobre el nombre. Autores, pero sobre todo películas libres.
RK: Todo festival tiene una política de programación y una agenda estética, lo que no conlleva una noción ni cerrada ni dogmática, sino una visión que se comparte, cuestiona y sostiene. Pero esa línea es en la práctica la que incluye y excluye títulos. Dicho de otro modo, ¿qué cine defiende o propone el Bafici en la actualidad?
DO: Esto viene bien para ampliar la respuesta anterior. Pienso que un mandato, diría que histórico del Bafici, es el de buscar películas que detenten cierta frescura, cierta gracia y cierto misterio. Entiendo que es una serie de términos que pueden resultar difusos; podría intentar esclarecerlos diciendo esto: películas que nos entusiasmen de nuevo, que no produzcan esa sensación inmediata de “ya visto”: esa cosa sumaria, protocolar, del cine pergeñado en un laboratorio es de las facetas más desalentadoras del cine actual, y lo que sabemos que hay que tratar de evitar. Una gran noticia de estos años es encontrar películas diversas, por ejemplo en Centroamérica, que escapan de esos parámetros. La gran cantidad de estrenos de esta edición da cuenta de esa búsqueda intensa de películas no legitimadas previamente.
RK: ¿Cómo trabajan los programadores en el Bafici de hoy?
DO: Trabajamos viendo películas, buscándolas, leyendo sobre ellas; se viaja a festivales y se observa una tendencia posible del cine, muchas veces para no plegarse a ella sino justamente para lo contrario: para saber qué no hay que programar.
RK: Una clara señal de la nueva dirección de Porta Fouz fue la presencia de Bogdanovich el año pasado; la apuesta no fue menos para esta edición. Nanni Moretti será la gran estrella del festival. ¿Cómo fue que se eligió al director italiano?
DO: Pienso que Moretti es una especie rara de lo que antes se llamaba un “autor cinematográfico”; primero que todo, tiene grandes películas; algunas probablemente se encuentren entre las más perdurables del siglo 20. Pero además se trata de un director con un elocuente universo propio –sus temas, sus modulaciones, sus fantasmas–, que resulta ser, también, una figura de gran presencia pública en su país, aparte de una silueta reconocible en la pantalla por los públicos más disímiles. En ese sentido es un cineasta casi ideal para el Bafici y para cualquier festival.
RK: Cuéntenos un poco sobre las secciones del festival y en especial sobre los focos dedicados a varios autores, algunos conocidos, otros no tanto.
DO: Como se sabe, una de las ideas de Javier Porta Fouz fue la de proteger de manera especial las películas; no dejar la sensación de que las que no participaban de secciones competitivas terminaban en una especie de limbo donde las películas flotaban, casi penando por no haberles tocado un destino mejor. En esa dirección es que siguen las secciones inauguradas el año pasado, como por ejemplo “Hacerse grande”, particularmente celebrada por los espectadores. En cuanto a los focos, los dedicados a Francisco Regueiro y a Antonio Reis, huelga decirlo, son particularmente estimulantes, incluso imperdibles. Dos autores con suerte diversa, acaso bastante olvidados, o no tenidos en cuenta como se merecen, que serán un gran descubrimiento para más de uno. El de Sofia Bogdanowicz es otro a tener muy en cuenta también. Una cineasta joven con un mundo propio que resulta contemporáneo y a la vez extrañamente elusivo.
RK: Una excelente decisión es la de haberle dado carta blanca a Denis Côté, un realizador muy cinéfilo, alguna vez crítico y de gustos rarísimos. ¿Es una modalidad ocasional o se repetirá en el futuro?
DO: Efectivamente, pienso que lo de Côté es impresionante. Un mapa del cine trazado de modo casi biográfico, con una contundencia y minuciosidad por momentos estremecedoras. Esta idea de curaduría por el momento sucede en esta edición, pero es una gran cosa para tener en cuenta en futuras ediciones.
RK: ¿Cuál es el film que más le gusta de esta edición?
DO: Cualquier respuesta sonaría injusta, pero voy a dar el título de una de mis preferidas: Il tempi felici verrano presto, de Alessandro Comodin.
RK: ¿Cuál sería el título secreto o escondido del 2017?
DO: El año pasado quizá fuera la argentina La noche. Este año me cuesta pensar en una película que reúna esas características. Diría que la programación es esta vez más consistente y al mismo tiempo más heterogénea y libre que la del 2016. Esto hace que no pueda pensar en un título tan inesperado y fuera de norma como aquel. La conclusión sería que esto es así porque hay muchas películas que se apartan del universo de lo que nos es más familiar. Creo que es efectivamente así, pero le tocará juzgarlo al espectador.
RK: ¿Diez películas que no deberíamos dejar pasar y sus razones?
DO: Dhogs (Andrés Goteira)
Zoology (Ivan Tdverdovsky)
Bliss (Christos Pitharas)
Never Eat Alone (Sofia Bohdanowicz)
Win by Fall (Anna Koch)
Arábia (Affonso Uchoa, Joao Dumans)
Pays (Chloé Robichaud)
El buen amor (Francisco Regueiro)
Reinos (Pelayo Lira)
Una aventura simple (Ignacio Ceroi)
DO: Mi elección se relaciona con un cine diverso. Creo que estas películas podrían ser una buena muestra de cierta vocación obstinada del Bafici, no solamente la de hacer siempre el esbozo de un cine probable –lo que puede llamarse “una política”– sino también la de compartir el gusto por las películas curiosas, a veces pequeñas, las películas cuyos presupuestos estéticos han sido olvidados, que parecen pertenecer a otro mundo, o que por el contrario parecen un poco vulgares, incluso indignas de un festival de cine. Para mí, el Bafici fue siempre el encuentro con lo inesperado, con esa clase de emoción que uno no encuentra todos los días en la pantalla.
RK: Usted es crítico de cine. ¿Cómo lee la relación entre la crítica y la programación? A menudo es una (yuxta)posición incómoda y cuestionada.
DO: Sinceramente, esa relación me resulta mucho menos traumática de lo que podría pensarse. Podría incluso decir lo siguiente: la relación que el crítico establece con las películas no es diferente de la que establece el programador. En ambas se dan la misma curiosidad, la expectativa de encontrarse con algo nuevo; el sentimiento de que siempre es posible la aparición de una película poco usual, de esas que no vienen al mundo para encajar en un casillero previamente establecido. Como espectador, como crítico y como programador entiendo que quien acude al Bafici reclama lo inesperado y también lo que se puede llamar “los grandes nombres”. Un mapeo del estado de las cosas del cine contemporáneo y, además, la búsqueda constante de películas fuera del radar, que la experiencia de la práctica crítica puede ayudar a detectar.
Roger Koza / Copyleft 2017
* Fotograma en encabezado: Il tempi felici verrano presto; Fotos y fotogramas: 1) Aráby; 2) David Obarrio; 3) Denis Côté
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