UNA NUEVA CARTOGRAFÍA PARA EL CINE ARGENTINO
He leído por años las críticas de Marcela Gamberini, en una época en donde esperaba El amante-cine casi con desesperación. Tenía entonces dos firmas femeninas que me gustaban muchísimo, pues no eran fálicas como Pauline Kael, la referencia genérica ineludible. Lo que escribía Gamberini resultaba siempre de mi interés. En un encuentro reciente en el Bafici, breve pero amoroso, intercambiamos algunas palabras. Allí tomamos una decisión. Marcela se incorporó al blog. Será la primera dama del blog, sin dudas. Así, tenemos a Prividera, a García, a Pujato y ahora a Gamberini. Heterodoxo plantel, sin dudas, pero a todos ellos los admiro, los quiero y tenerlos aquí me resulta un privilegio. (Roger Koza)
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Por Marcela Gamberini
Estos apuntes solo tratan de pensar y repensar las películas más allá de la crítica del gusto. Es cierto que, desde hace un tiempo, el cine sufre de cierta carencia teórica, tal vez esta reacción sea una respuesta extrema a algún cine de décadas pasadas, como las del 60 o del 70, altamente teorizado desde la política fundamentalmente. Por supuesto que estos apuntes, son sólo eso, apuntes para empezar a pensar algunas cuestiones y, en principio, no vienen a suplir ninguna ausencia. La escritura parte de un supuesto: el cine es uno de los modos del pensamiento; esta idea funciona como un dispositivo para intentar comprender la lógica cinematográfica, no nos deja adormecernos, no nos deja acomodarnos. El cine es un espacio de pensamiento dinámico, múltiple, ambiguo, complejo a veces. Y a la vez, tautológicamente trabaja con espacios; reales, ficcionales, culturales, imaginarios, simbólicos, sociales, políticos.
A partir de esta idea llama la atención que tres de las películas mostradas por el Bafici en esta última edición, trabajen con tantos espacios abiertos, territorios inmensos. Una puesta en escena que abre la mirada del espectador, reclaman nuestra atención hacia las arboledas, hacia el cielo, hacia lo sublime, hacia lo supremo; allí donde el horizonte que es tierra, se hace cielo. Sabemos el peso simbólico y real que tiene, por ejemplo el desierto en el discurso fundacional de esta nación, y el desierto es un espacio inmenso, inabarcable, un espacio vacío, abierto.
Este espacio virgen, deshabitado, inquietante (tal vez como una representación del estado del cine en general) es el protagonista de Los salvajes de Alejandro Fadel, de Germania de Maximiliano Schonfeld, de La araña vampiro de Gabriel Medina. Un espacio a recorrer, a transitar, un espacio vacío que lentamente se llena de cuerpos, de árboles, de ríos, de violencia, de casas, de enfrentamientos. Tal vez la fuente nacional de la que beben estos realizadores sean El Aura de Bielinsky o Historias extraordinarias de Llinás. La forma en que la que se encuadra, la manera en que se cuela la luz por entre las hojas de los árboles; cómo los personajes entran en el espacio; evidentemente son novedosas. Aquello que se empezaba a mostrar con estas dos películas y sus campos y bosques abiertos, su naturaleza áspera y sus encuadres lejanos dice mucho más de nosotros mismos y del cine contemporáneo que otras cuestiones que tienen que ver con el contenido de lo que se cuenta.
El recorrido de esos exteriores, inconmensurables y excesivos, es la mismísima prueba que deben superar los personajes. En el exterior, ya sea campo, desierto o bosque; todo es excesivo, no hay donde refugiarse; los personajes de estas películas se encierran en este exterior y perciben, como una lejana epifanía, que el miedo, el peligro, la amenaza; viene de adentro de ellos mismos; son ellos más que nunca en este espacio desconocido, no reglado, no urbano. Lo verdaderamente importante es el recorrido de estos espacios, el transcurrir. El resultado de este caminar, huir, escapar, buscar, es una fuerte sensación de desorientación. Personajes errantes que recorren estos espacios no marcados dotándolos de sentidos múltiples, desiertos vírgenes que estos personajes violentan (como alguna vez ha violentado el indio, el gaucho, el conquistador, los territorios salvajes). No hay señales en el campo, ni en el desierto, ni en el bosque. Los personajes pierden el rumbo, se extravían y encuentran otra cosa que aquella que están buscando, encuentran a la pura naturaleza y con ella alguna revelación divina que puede ser salvaje, violenta, mística o pura introspección.
Montaje de ideas que cruza matanzas de animales, con personajes que se “pierden” en esos espacios, con gallinas que se pasean por el rectángulo de la pantalla, con arañas gigantescas y temerarias, con rituales religiosos a cielo abierto. Un cine que busca la amplitud, quizá un cine que a partir de la luz, propone una mirada más natural, menos urbana. Manos de cineastas artesanos que evidentemente saben de cine, conocen y elijen a sus predecesores (como no reconocer los trazos de Leonardo Favio o de Apichatpong Weerasethakul en Los salvajes; o de Reygadas en Germania o de Bielinski en La araña vampiro). Esta manera de enfocar el entorno (novedosa en este, nuestro cine) deja ver una nueva manera de mostrar y exponer la realidad y el entorno. No hay una cosificación del espacio como ciertamente propone cierto cine posmoderno, sino que se realiza la operación contraria, hay una naturalización del entorno. Me pregunto si naturalizar el entorno no tiene que ver con naturalizar la mirada cinematográfica, la de los directores y la de los espectadores. Volver a la naturaleza como se vuelve al su escenario natural, buscando sus raíces, sus orígenes; realizadores que vuelven a habitar el desierto, que lo refundan, en un gesto que reafirma nuestra identidad cultural.
Para Walter Benjamin el espacio posmoderno tiene que ver con el recorrido de los transeúntes por las ciudades; para este nuevo cine, el espacio tiene que ver con la pérdida de sentido de la urbanidad, con el recorrido de estos cuerpos que en esos vaivenes de ir y venir, de escaparse y encontrarse, de matar y morir, son sólo cuerpos que transitan sus propias experiencias en lugares extraños.
La luz, radiante y curiosa, se cuela por entre las hojas y troncos de los árboles, por entre la verde vegetación y aparece como una mirada divina. Puestas en escena refractarias a la luz que exponen una nueva poética del espacio. El cine argentino, a partir de estas tres películas, parece decir algo más, quizá algo mejor, o algo más profundo, la verdad es que no lo sé. Lo que sí sé es que bosquejan el mapa de una nueva cartografía. Proponen al espectador renovar su mirada, perdiéndola y encontrándola, allí, donde el espacio pierde su centro, su perspectiva, tal vez, su racionalidad, su conocida arquitectura. Quizá un nuevo cine, una nuevas decisiones formales, una nueva manera de narrar esté apareciendo allí donde el espacio es el protagonista único.
MARCELA GAMBERINI / COPYLEFT 2012
Sin la intención de desestimar las reflexiones de Gamberini, debo decir que los rasgos e influencias que señala en «Los salvajes», «Germania» y «La araña vampiro» me parecen intentos vanos de lograr cierta grandeza, que termina resultando impostada. Se llega a la trascendencia por el camino de la sinceridad, no proponiéndoselo de antemano. Y aunque cada una de estas películas tenga sus méritos, no veo en ellas ni el lirismo de Weerasethakul ni la poesía despojada de Favio ni la astucia narrativa de Bielinsky o Llinás. Me recuerdan, en todo caso, la observación burlona que un crítico estadounidense había hecho de «La humanidad», de B.Dumont, tras verla en Cannes: «Parece una parodia del cine de autor hecha por Mel Brooks»… Las copas de árboles al viento, los rituales y los baños en el río parecen tics que se repiten, y, a diferencia de Gambarini, yo no los veo como parte de una búsqueda o un extravío productivo, sino como golpes de efecto bastante calculados.
Primero, doy la bienvenida y celebro la incorporación de Marcela Gamberini a este queridísimo espacio, ya que indudablemente aportará calidad y diversidad al blog. Luego, me gustaría preguntar por los diferentes modos en que cada película se relaciona con el espacio y la naturaleza: no es el mismo planteamiento formal el de Germania que el de Los salvajes o La araña vampiro. Yo creo que la película de Schonfeld sí responde a esa idea propuesta por Gamberini de “abrir la mirada del espectador” hacia nuevos espacios físicos y simbólicos, como pueden ser las planicies entrerrianas y sus bosques. La araña vampiro, en menor medida, también lo logra con las sierras cordobesas (aunque propone una trama ridícula de superstición que revela muy bien el origen urbano de sus responsables). Pero Los salvajes es otra cosa: se trata de una película narrada en su mayoría con planos cerrados sobre sus protagonistas, que desdeña toda relación entre los cuerpos con el espacio, en este caso la selva chaqueña. Cuando abre el plano, Fadel propone un contacto místico de sus protagonistas con el entorno: lo demuestra muy bien aquél plano de uno de los personajes tirado en un charco de agua, después de drogarse, mirando a la luna (que puede remitir a Weerasethakul, aunque ahora me parece que también a cierta iconografía religiosa cristiana). En fin, podríamos pensar qué significa este regreso al misticismo de la naturaleza: ¿no revela acaso cierta incapacidad para plantear un contacto natural con este nuevo entorno? Es decir, ¿no será que en estas películas se revela justamente la preeminencia de un sentido urbano en la apropiación y exploración de los espacios naturales? No se trata de una afirmación categórica, apenas una inquietud que me surgió al ver estas películas en el BAFICI.
Un abrazo para todos.
Martín Ipa
hola Fernando, gracias por el diálogo que estableciste. de éso se trata el texto, que, en principio, sólo es un apunte para empezar a pensar. Y es dificil, o al menos, a mi me resulta complejo ver «intenciones» en el cine. Trato de pensar sobre las imágenes sobre aquello que muestran y lo que vi en estas peliculas es demasiada naturaleza, sobre todo en contraposición con películas más urbanas. Ese es el eje que me hace reflexionar y en estos tres casos, más allá de la crítica de gusto no veo la parodia. Gracias por el diálogo!
hola Martín: Gracias por la bienvenida! Mi intención es la discusión sobre el cine a partir de lo que el cine ofrece, muestra y sugiere.
Si, de acuerdo, no es el mismo planteo formal el de Germani y La araña vampiro, más «federal» diría yo, si me lo permitís, que el de Los salvajes. El espacio en esta última es el protagonista. Me parece que también hay cierta mirada «mistica» en La araña vampiro y en Germania además de en Los salvajes. Creo, como bien decís que hay que seguir pensando sobre el tema y viendo cómo el cine se apropia de esa mediatización en la mirada sobre la naturaleza. Coincido, sigamos pensando y no hagamos afirmaciones categóricas, que de éso se trata. De abrir y no cerrar.
Cariños
Nada mejor que nuevas voces, más en un blog tan impecable como este. Me parece interesante la mirada de Marcela, un acercamiento acertado e interesante, pero no veo la necesidad de introducir a Benjamin en su analisis (¿una voz que legitima?). Mas cuando es totalmente anacrónico vincular a Benjamin con la posmodernidad, dado que si Benjamin se dedico a pensar algo, eso fue la modernidad desde la mirada de Baudelaire y el papel de la ciudad, imposibilitado, por su modernidad, a discutir con los pensadores de la posmodernidad.
Hola JPF: gracias por tu comentario. Tenemos casi siempre la necesidad de legitimar lo que opinamos, al menos yo lo hago con frecuencia, para legitimar mi voz y a la vez para no encubrir citas. Y a veces, como en este caso, se cuela alguna imprecisión. Benjamin no puedo haber opinado sobre la posmodernidad porque no eran sus tiempos. En este caso, la anacrónica fui yo, y no el pobre Benjamin…. Gracias y saludos.
Marcela
Para seguir hablando de la cuestión de la (nueva) «espacialidad» y la salida del entorno urbano de muchos films del cine argentino reciente, ahí están La rabia de Carri y La orilla que se abisma de Fontán (ambas, si no me equivoco, del 2008). Muchos de los films de Alonso (2001 en adelante) también figuran ese ingreso (ficcional, documental, siempre en el «entre» de uno y otro) a la naturaleza como espacio amplio, diverso (no sólo el desierto, sino la gelidez de Tierra del Fuego o las aguas abundantes del Gualeguay). Hay, me parece, un pasaje en estos films que va de lo meramente referencial a lo textural (en el film de Fontán esto está muy claro: el detenimiento en la rugosidad de los troncos, las figuras que dibuja la lluvia en el verdor entrerriano, las tonalidades e irisaciones del agua, etc.). Y por otro lado, también, son films en donde hay planos largos (fuera del atropello al espectador que se produce con los planos cortos, rápidos, con los saltos y la falta de demora para observar); planos largos que le permiten a ese espectador poder observar, contemplar, pensar, percibir de otro modo. Quizás este tipo de cine plantee la exigencia de otro tipo de espectador porque están dadas ciertas condiciones para esa aparición (igualmente se requiere entrenamiento dado que ya hay otro entrenamiento producido por el cine mainstream, rápido, de entretenimiento, etc., que habría que desbaratar). En definitiva, para educar la percepción, hay que observar. Observar se vuelve un imperativo y la mayoría de estas películas lo permiten.
Gracias, Marcela, por esta entrada en este blog tan querido.
Sólo una cosita (menor, muy menor): desde mi punto de vista, hay un uso extraño de los signos de puntuación en tu texto (puntos y comas donde debería haber comas; «elijen» en vez de «eligen»; le falta tilde al cómo de «como no reconocer los trazos de L. Favio…»), etc.
Muchas gracias.
Ema
Creo que hablar de planos largos y de espacios a cielo abierto para referirse a películas tan distintas como «Historias extraordinarias», «Germania» y «La araña vampiro» es caer en una generalización muy «porteña», considerando los territorios alejados de Buenos Aires como un todo homogéneo, viendo a todo el cine que se hace fuera de los ámbitos urbanos como un medio para la contemplación y los rituales de la naturaleza. Obviamente algo de eso es posible, pero no es lo mismo la Salta de los films de Lucrecia Martel que el Delta de «El sueño del perro», o la Córdoba de «De caravana». Que una película transcurra en el mal llamado «interior» del país no significa que deba parecerse a una siesta o a una bucólica jornada de pesca: en los ’70, por ejemplo, hubo muchas películas filmadas lejos de Bs As con una narrativa tradicional, personajes caracterizados de manera transparente y dramatismo intenso («Juan Moreira», «La Patagonia rebelde», «Los gauchos judíos», etc.).
Un gusto, como siempre, participar de estos debates en este espacio.
Si, como bien dicen Ema y Fernando habrá que pensar en nuevos espectadores o más bien en cierta renovación de la mirada y a la vez delinear nuevas ideas que den cuenta de esta espacialidad que implica lo rural, el interior, lo bucólico, etc. Creo que el espacio es un rasgo de identidad, una marca de pertenencia de las películas y pienso en Martel, en Favio, en Katz en Una novia errante, en el Trapero de Nacido y Criado, en Alonso, en Fontán y no son éstos espacios homogéneos y no siempre son opuestos a lo urbano, sino que a veces se complementan y se redefinen. Sigamos pensando, gracias por los comentarios!!
Querida Marce:
Con algún retraso, bienvenida al blog. Por cierto que no comparto tu entusiasmo por las tres películas argentinas de la competencia oficial del Bafici que, creo, estuvieron encuadradas dentro de la mediocridad general de esa competencia. De hecho, la que menos me disgustó fue Germania, a pesar de sus indisimulables derivas del cine de Reygadas, un director al que -aun cuando no he visto su último engendro- detesto fervorosamente. Respecto de tus reflexiones sobre el uso del espacio en esas películas, en principio concuerdo en general con Fernando, aunque debería volver a verlas, un esfuerzo que -por el momento- no estoy dispuesto a realizar.
Un beso