UPPERCASE PRINT
El fascismo es una alucinación patológica. A juzgar por el repertorio acopiado en el siglo XX, la algarabía colectiva frente a un líder carismático y el asentimiento frente a un conjunto de revelaciones confundidas con razonamientos conquista a cualquier pueblo, instruido o bárbaro, europeo o sudamericano; la nación puede ser joven o vetusta, pero un buen día se le prodigan genuflexiones a un individuo cualquiera, aun patético. En Rumania, esa desgracia tuvo una encarnación: Nicolae Ceaușescu.
A Radu Jude le interesa filmar la Historia rumana (y por ende europea), y no se circunscribe a las décadas durante las que el cretino insulso de Ceaușescu dominó los designios de su pueblo. Puede ser el siglo XIX, los días previos a la Segunda Guerra o, ya en esta, la dictadura del susodicho o la actualidad salvajemente hundida en una economía de mercado. Siempre existen minorías, siempre se ejercen injusticas. El desprecio a los judíos, a los gitanos o a los disidentes define la retórica fascista que caló en su país. Él lo sabe y por eso lo filma una y otra vez, como si al hacerlo pudiera conjurar la seducción que produce el pensamiento reaccionario.
En esta ocasión, Jude elige la pequeña historia de un estudiante adolescente que escribió algunas palabras de protesta contra el régimen con una tiza sobre una pared del vecindario. La investigación que tal desacato tipográfico precipita es del orden del delirio: espionaje, escuchas, interrogatorios. Mugur Călinescu confiesa, sus padres divorciados y compañeros de escuela también; a estos testimonios se añade el de los posibles testigos. La confesión es casi siempre un requerimiento de los regímenes en los que no se tolera ni la ambigüedad ni la indeterminación. Cuando el renegado dice su verdad, el todo se beneficia y se purifica.
Basada en la obra de teatro documental de Gianina Cărbunariu, de título homónimo, que emplea tanto los informes de la policía secreta como las grabaciones de las escuchas ilegales, Uppercase Print reconstruye los eventos de 1981 en adelante como si todo sucediera en un set de televisión en el que los personajes, hablan mirando frontalmente a cámara desprovistos de todo naturalismo que proteja los actos representados. El método dramático elegido provoca el distanciamiento necesario para captar el delirio experimentado por el joven y su familia. La irrealidad de la puesta en escena intensifica la realidad irreal de lo vivido, procedimiento que se beneficia del magnífico uso de materiales de archivo heterogéneos (noticieros, propagandas, programas de televisión de la época), trabajados en un contrapunto sistemático con la reconstrucción del caso. Lo que se revela es tan increíble como verídico: el untuoso discurso oficial alcanzaba desde la administración de bocinazos en la calle a las formas de colgar la ropa en los balcones; la administración de la felicidad desconocía cualquier secreto y detalle.
Uppercase Print dista de ser un film con objetivos historiográficos. Los últimos minutos transcurren en la Bucarest contemporánea y el lugar elegido para introducir la actualidad no es uno entre otros: la circunferencia que delinea el movimiento de cámara incorpora en un solo registro marcas de relojes, hoteles lujosos y una vieja iglesia ortodoxa ubicados en el corazón de la ciudad. Jude sabe que la Historia puede repetirse y que esta es el magma disperso que condiciona cualquier presente. Los signos de hoy son otros, no así la ingenuidad con la que suele abrazarse un sistema de pensamiento y aceptarse las formas de crueldad que se desprenden ante cualquier acto de desobediencia.
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Uppercase Print, Rumania, 2020
Dirigida por Radu Jude. Escrita por R. Jude y Gianina Cărbunariu
*Esta crítica fue publicada por el diario La Voz del Interior en el mes de febrero.
Roger Koza / Copyleft 2021
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