VINCI / CUERPO A CUERPO
LAS MANOS Y EL MUNDO
¿Qué sueña un hombre de noventa años mientras dormita, sentado en la mecedora ya casi inmóvil, bajo un techo de vidrios asaltados por la lluvia? El hombre es escultor. Duerme en su casa/taller. Está solo. Sus manos delatan el rigor del trabajo, antes que la levedad del ser.
Vinci. Cuerpo a cuerpo es mucho más que el retrato documental del artista llamado Leonardo Dante Vinci Greco. (Nombres cuya gravedad académica él decidió atenuar en el más breve Leo Vinci). Artista capital en la historia de la escultura argentina contemporánea, Leo Vinci estudió en las Escuelas Nacionales de Bellas Artes Manuel Belgrano y Prilidiano Pueyrredón (hoy Universidad Nacional de las Artes), en las que dio clases hasta que la dictadura cívico-militar-eclesiástica lo “cesanteó”. También egresó de la Escuela Superior de Bellas Artes de la Nación, Ernesto de la Cárcova. Con el patrocinio del Fondo Nacional de las Artes, en 1961 viajó a Europa a profundizar su formación. Cualquiera de estos datos se encuentran fácilmente.
Lo que no está en ninguna parte es lo que sí capturó la cámara de Franca González: el quehacer y el ¿qué hacer? cotidiano de un hombre que transforma la naturaleza con sus manos. Franca, logró invisibilizar su presencia y la del dispositivo, disponiendo un grado tal de intimidad que facilitó el fluir de la palabra de Vinci. Mediante planos fijos, a veces lejanos, la voz de Vinci se recorta de los sonidos que lo rodean o los que provocan sus herramientas en acción.
“Siempre tuve la sensación de ser un estafador. Porque tuve la mala suerte de que creyeran que yo era un niño prodigio… Yo sé que debería ser algo más de lo que soy. Quizás eso me lleve a seguir trabajando…”, explica el hombre de las manos gruesas que a los noventa y un años añora volver a acampar en el bosque, cerca del mar, junto a Marina Dogliotti su compañera de vida y de oficio.
Vinci. Cuerpo a cuerpo alterna los planos quietos con los desplazamientos de una cámara que va tras el artista, que lo espía en el taller, por ejemplo, soldando fierritos para componer un fragmento de la partitura de Balada para un loco o acariciando un cuerpo de bronce. Que lo sigue mientras atraviesa las mesas de sus estudiantes y conversa con cada una de ellas cuestiones de forma, de vacío o de perspectiva. Que lo sorprende picando ajo y perejil, asando unas broquetas de rabas, hilvanando silencios y cavilaciones bajo la noche, junto a Marina. También con Mariana barriendo las hojas secas del jardín, trabajando o leyendo. O, mejor dicho, interrumpiendo la lectura de su compañera para comentar en voz alta un pasaje de No-cosas. Quiebras del mundo de hoy, el libro de Byung Chul Han que está leyendo él.
“Honestamente cuando entro al taller estoy en el cielo”, afirma Vinci yendo y viniendo a través de un ámbito que es vivienda y espacio de trabajo a la vez. Allí, lo acompañan la mesa de carpintero que un tío le legó, un yunque, los cortafierros, el soplete, martillos y mazas diversos, la amoladora, una afiladora, guinches y poleas, un ¿martillo neumático?… el universo de instrumentos con las que reinventa las formas del mundo. Acaso el mundo como podría ser.
“No busco lo estético ni nada de lo formal. Creo en lo verdadero… No puedo dejar de pensar en “el otro” que, como yo sufre el tiempo que nos toca vivir… Nosotros, como peronistas vivimos cosas muy importantes en apoyo de la que fue esa etapa. Participé del intento revolucionario del General Valle. En el taller junto con (Carlos) Cañás y (Aníbal) Carreño, a muchos militantes mayores, naturalmente, los hacíamos esconder en nuestro taller”. Ese retazo biográfico expone una época de la historia nacional (el golpe de estado contra el gobierno de Perón, en 1955) en la que las y los artistas, de todos los campos, se vieron interpelados por una disyuntiva: ser o no ser populares.
Años después, Vinci, Cañás y Carreño integraron el Grupo del Sur del que también participaron René Morón, Ezequiel Linares y Mario Loza. Vinci era el único escultor del equipo que, a comienzos de la década del 60, André Malraux (entonces Ministro de Cultura de Francia de viaje en Buenos Aires) elogió: “A partir de hoy, sé que la pintura argentina existe.” La evocación a ese episodio (y el impulso posterior que Malraux le dio a Grupo del Sur), está resuelta en el documental a través de fotografías y catálogos que Vinci, Marina y Pablo (uno de sus hijos) rescatan de cajas llenas de polvo en un intento de ordenar y preservar la memoria de lo vivido.
A todas estas ventanas que abre en relación a un artista, su obra, su época, Vinci. Cuerpo a cuerpo le agrega la reflexión (siempre en primera persona) respecto del sentido del arte: “Hay que recuperar lo corporal… somos el único animal que hace y eso hace funcionar el cerebro…”.
Si Apuntes desde el encierro (2002) fue un ensayo documental, Vinci. Cuerpo a cuerpo es una poética de la observación amable sobre los afanes de un escultor y una obra monumentales. No por el tamaño de las esculturas sino por el de la esperanza que la hizo posible: “Creo en la permanencia, en la eternidad. Por las dudas, creo también en que lo que hacemos con nuestras manos, con nuestra sensibilidad limitada pero que existe…”.
“Todos estamos hechos de la misma manera”
Vinci. Cuerpo a cuerpo, Argentina, 2024.
Escrita y dirigida por Franca González.
María Iribarren / Copyleft 2024
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