VIOLA DEBE MORIR
Por Nicolás Prividera
1. Como suele suceder con las operas primas, El hombre robado parecía encerrar todas las posibilidades futuras del cine de Matías Piñeiro, y aún así seguía siendo un enigma. Lo más notable no era la frescura con que jugaba a revivir a Rohmer en el Buenos Aires de inicios del siglo XXI (algo que otros cineastas del NCA han repetido con desigual suerte), sino el modo en que la historia parecía imbricarse con la Historia. Decía Llinás en su presentación: “Los personajes llevan nombres de personajes históricos, como sucedía con los cineastas en los viejos films de Godard. Nada de esto, sin embargo, aparece en el film como arbitrario; nada de esto es un capricho.” La “clave” parecía estar en la lectura de Campaña en el ejército grande de Sarmiento (texto que a su vez ocupa un lugar central en la historia argentina, ya que de allí –del posicionamiento ante los vencedores de Rosas en Caseros– surge su notorio enfrentamiento con Alberdi, en una de las más extraordinarias polémicas de las muchas que dividieron el siglo XIX). Pero ni en el film, ni ningún texto crítico sobre él, ni tampoco ninguna entrevista con el director alcanzan a establecer el sentido esa relación. Con su segunda película, Todos mienten (y con su minúsculo y autorreferencial artículo sobre “Sarmiento en el cine” que curiosamente forma parte de la Historia crítica de la literatura argentina), quedó claro que esas referencias no proponían otra cosa más que una suerte de “viaje estético” (como el que Viñas atribuía a los flaneurs finiseculares, en busca de un contacto con la alta cultura europea para luego devolverla a su origen libresco): es decir, Sarmiento funcionaba como cita “poética” más que política.
Lo mismo sucede con Shakespeare en sus películas siguientes, como asume Piñeiro en una reciente entrevista con La Nación: “tomo elementos de la cultura como pueden ser Shakespeare o Sarmiento para generar una especie de fábulas. Algunas pueden ser más tiradas de los pelos que otras, pero tratan de armar nuevas narraciones, y en ese sentido un texto de Shakespeare es como fotografiar un paisaje (…), es un elemento más del mundo que uno utiliza en combinaciones para generar ficción.” No se trata ya de una ficción atravesada por lo histórico (como la del mismo Shakespeare), sino de la ficción como lo otro de la Historia (como joyceano escape de su pesadilla, pero sepultando el sentido fatídico de esa evasión). No en vano Piñeiro apela al Shakespeare más “amoroso” (en todo sentido), despojando su juego de identidades de todo riesgo trágico, del mismo modo en que disuelve su apelación a anécdotas lejanas como forma larvada de referirse a los problemas de su tiempo (en el sentido contrario en el que Piñeiro va a buscar a un Shakespeare “universal”). De ahí que opte por sus comedias juveniles (Como gustéis, Noche de reyes), ideales para el ejercicio de estilo.
2. “Comedias de disimulo y disfraces”, según resume la diáfana critica de Viola en el New York Times+: “El lenguaje de Shakespeare, el que se escucha en español con subtítulos en inglés, estructura y enfatiza las rupturas ambivalentes y los encuentros tentativos”. Doble frescura para la extrañada mirada extranjera: por un lado, la sorpresa de oír en la lengua de Calibán los mismos parlamentos que suelen fatigar a cualquier escolar (de más está decir que el inglés de Shakespeare es para ellos tan arcaico como para nosotros el español de Cervantes); por el otro, la previsible certeza de que “los personajes pertenecen a una tribu urbana tan reconocible como trasnacional: su Buenos Aires podría ser Austin o Edimburgo, o Praga, o cualquier otra ciudad”. En suma: la tranquilidad de reencontrar la propia aldea en el mundo globalizado (y saber que no sólo se puede encontrar el mainstream de McDonalds en el último confín de la tierra, sino también el exquisito internacionalismo del savoir faire). Ese es el único modo en que el primer mundo puede soportar cierta sofisticación en el cine de la periferia: verlo como un reflejo invertido (como una victoria de la civilización sobre la barbarie…).
Lo que no puede percibir una reseña tan lejana como superficial es la relación menos inocente que une a Viola o Rosalinda con las obras de Shakespeare (así como lo que une sus alegres comedias juveniles con sus oscuras tragedias de madurez): aquello que el crítico menciona como “la relación inestable entre ser y parecer” y que se puede aplicar tanto a las películas como a la crítica misma (en su abierta confusión entre ligereza y levedad, entre gracia y frivolidad). Porque el juego de apariencias incluye la propia mirada (acrítica), sorprendida en ese especular ilusionismo que hace de la fluidez un valor y de la elegancia un arte (tan irreprochables como la juventud…): “se nos da conocer una serie de momentos efímeros y seductores que se entremezcla con los ritmos eternos de la juventud y se vincula con algo que es duradero y pretérito, una forma para nombrar al arte”. Lo que el crítico termina encontrando es, inevitablemente, su propia visión (est/ética) del mundo. Confrontémosla entonces con otras, incluso sin necesidad de renunciar a la ayuda de Shakespeare…
3. En el mismo año, pero del otro lado del juvenilismo, los ya octogenarios hermanos Taviani filmaron César debe morir, una película en la que reinventan su cine y dan una lección de (in)adaptación. Porque el Julio César de Shakespeare no es un cuerpo muerto que el film saquea, sino la sangre que vierte para reclamar su propia historia. La representación no tiene lugar en “lugares extraños de la ciudad en donde se llevan a cabo extraños mandados” sino en un espacio preciso (el pabellón de máxima seguridad de una cárcel), y los actores son presos cuyo “casting” consiste en su propia presentación. Porque no se trata, como el mismo Shakespeare sabía, de evocar los tiempos idos de una lejana Roma imperial, sino de asumir la propia experiencia (como evocaba Borges en una de las viñetas de El hacedor en la que dos gauchos remedan en su propia lengua la vieja escena de la traición). Es la literal encarnación del texto, y la experiencia liberadora que ello conlleva en una prisión (literal teatro del mundo) lo que expresa la verdadera tragedia de César debe morir: cuando los presos comunes se descubren realmente “vinculados con algo que es duradero y pretérito”, reelaboran su propia experiencia del tiempo perdido, y recuperan su propia subjetividad en ese aparente juego de roles. Shakespeare no es aquí mera excusa estética ni ilustración (en ningún sentido de la palabra), sino un terrible fantasma de la libertad…
4. Por el contrario, la inconsciencia de la propia prisión (como en una extraña versión lúdica de El ángel exterminador) es lo que se repite en las películas de Matías Piñeiro (asumiendo abiertamente un gesto que se encuentra en otros muchos films del NCA: la voluntad de conformar una comunidad cerrada, ajena al mundo). Pero para entender esa genealogía hay que remontarse al viejo NCA de los ’60 (repleto de jóvenes asfixiados), y a una película en particular que hizo del encierro una fiesta: The Players vs. Ángeles caídos, de Alberto Fischerman. Con relectura shakesperiana incluida (no en vano de La tempestad, una tragedia que quiere ser comedia) la película anticipa los juegos actorales del cine de Piñeiro de modo doblemente alegórico, ya que hoy podemos verla como una (in)voluntaria fábula sobre la esperanza frustrada de una generación que quiso ser moderna en un país salvaje (como la misma generación del ’37 evocada en Todos mienten).
Filmada en los fantasmales estudios Lumiton (representantes de un cine industrial que se había extinguido antes de nacer), y jugado como un enfrentamiento entre dos grupos antagónicos (como en la posterior Invasión de Santiago, pero aquí en clave nueva olera), The Players vs. Ángeles caídos es una curiosa muestra de apertura y clausura a la vez (como la que expresaba contradictoriamente el Di Tella y hoy el Bafici, digamos): ese alegre encierro es la contratara del que otros cineastas vieran con más preocupación, empezando por Torre Nilsson (que venía advirtiendo la endogamia de clase desde una década antes con sus adaptaciones de Beatriz Guido, y que actualizaría la cuestión con La terraza, en una tradición que llega hasta La ciénaga o Una semana solos). Lamentablemente, ni Nilsson ni Fischerman ni tantos otros pudieron –o supieron, o quisieron– escapar a las contradicciones (o a las determinaciones de la época, signada por una espiral de dictaduras que fueron agravando el aislamiento): sus veleidades vanguardistas se extinguieron bajo películas “populistas” (ya en democracia, Fischerman pasó de la notable Gombrowicz y la seducción a films exitosamente olvidables como La clínica del Dr. Cureta) como si no hubiera opción entre la reclusión indefinida y la perdición del rumbo, abismos simétricos del vértigo de la Historia. Y esa tragedia se repitió en el nuevo NCA, aunque ya no como tragedia sino como farsa (en ese sentido es visible la conexión entre el final de Los rubios –con su repliegue sobre la cofradía– y los inicios del cine de Matías Piñeiro –donde esa fractura se asume ya gozosamente, como si el hiato trágico entre los ´60 y los ’90 hubiera desaparecido…).
5. “Los personajes de Piñeiro están ligeramente desligados del resto de la sociedad”, dice Quintín en Cinemascope: “Se conocen por frecuentar los mismos lugares, y es como si sin saberlo pertenecieran a una secta, una aristocracia secreta en donde se constituye un vínculo entre ellos que resulta más poderoso que el amor y la amistad”. Todo lo que Quintín saluda es síntoma de los ya viejos problemas de parte del NCA. Lo que no es extraño, ya que Quintín muestra esa prescindencia de lo histórico (la misma que exaltaba con menos énfasis en La libertad) como una virtud exacerbada por la época: “Sería erróneo decir que Piñeiro es una cineasta político, pero su obra se posiciona como un intento de evitar la creciente atmósfera autoritaria de los años kirchneristas suprimiendo todos los vínculos con la omnipresente realidad política y mirando hacia un mundo aparte: un mundo de arte y artistas, en donde la gente vive sus propias vidas y están libres de las manos del estado”. Es decir: el mismo encierro que en el viejo NCA de los ´60 era el indeseado resultado de vivir en un país dictatorial, sería ahora un espacio de resistencia. El problema de esta lectura (no en vano afín los films que exalta) es su persistente imposibilidad de encontrar, literalmente, una salida a esa encrucijada histórica, en vez de optar una vez más por el encierro…
“Espectros y ecos del pasado le permite a Piñeiro escapar de lo ordinario y excluir o debilitar las conexiones con el presente, como si sus personajes estuvieran viviendo en el vacío, o en un país remoto. Incluso si la gente toma colectivos o están preocupados por dinero, no existe la vida cotidiana en los films de Piñeiro, porque la vida cotidiana se relaciona con la familia, la política, cuestiones sociales y empleos comunes”. En ese extraño mundo fuera del mundo, donde todo se vuelve tan abstracto como ideal, no queda otra sociabilidad que la de ese cerrado círculo identitario que confirma la propia pertenencia: “todos estos individualistas viven como mónadas, quienes intentan tener éxito en el amor y en el arte (…) se convierten en una entidad singular”: Nada parece poder perturbar esa entidad autosuficiente, y el afuera es expulsado para preservarla del tiempo (como en el cuento de Bioy Casares adaptado por Nilsson en su opera prima, que iniciaba sin saberlo esta saga de huidas de la Historia…).
6. No es curioso entonces que en este caso la crítica local no haya usado una película tan unánimemente elogiada como ariete para señalar el camino que debe tomar el cine independiente argentino. Y no porque en este caso sea más difícil de proponer que con Historias extraordinarias (lectura más consciente del imperativo borgeano de “El escritor argentino y la tradición”) o El estudiante (que también puede suceder en cualquier ciudad sofisticada pero exhibe el fantasmático peso de la Historia), sino porque el cine de Piñeiro renuncia a esa ambición: su internacionalismo permite no sólo dejar de preguntarse como lee Piñeiro a Sarmiento (asumiendo la insignificancia de esa “clave”), sino dejar de pensar sus películas en relación a la propia historia (aunque más no sea la del cine argentino…). Frente a esas cuestiones inquietantes (como trasluce la nota de Quintín), no sorprende que se prefiera ver a Viola como ejemplo de “un cine resplandeciente, seguro y estable” (tal como la caracteriza sin ambages Javier Porta Fouz en su crítica para La Nación).
Y esa ya nada curiosa uniformidad *es lo que hace ruido (“about nothing”), ya que la crítica parece resignada o encantada ++ por no encontrar ningún rasgo renovador en Viola (cuya asumida base teatral es tan tradicional como las que se pueden ver en el teatro San Martín…) y a la vez poder proponerla como una muestra de modernidad (para lo que basta citar la referencia a la Nouvelle Vague, como si su mera reactualización bastara). Pero incluso lo más citado (el juego del teatro dentro del teatro) no proviene de Rivette ni de ninguna otra vanguardia del siglo XX sino del mismo Shakespeare: sólo que en Hamlet ese barroquismo alcanza, -como explicitó Borges- una cualidad abismal, que es todo lo contrario de una visión “resplandeciente, segura y estable”… Esa domesticación es más bien como el triunfo final de Próspero sobre Calibán a través de Ariel, en La tempestad.
7. Coda: Recordemos que La tempestad es la última obra de Shakespeare, y en ella parece transfigurar sus comedias juveniles luego de haber atravesado sus grandes tragedias. Ariel (una de esas delicadas criaturas del aire hechas de la materia de los sueños) y Calibán (la metáfora más famosa que Europea haya dado sobre América) representan las caras celeste y terrestre del alma humana, esclavizada por la naturaleza y liberada por el espíritu (así como Miranda es el corazón de de su tiránico padre Próspero), en esa isla que el cine evocaría tantas veces, de Metrópolis a Forbidden Planet, aunque siempre en la lengua del conquistador: “Salvaje, cuando tú no sabías lo que pensabas y balbucías como un bruto, yo te daba las palabras para expresar las ideas. Pero, a pesar de que aprendiste, tu vil sangre repugnaba a un alma noble. Por eso te encerraron merecidamente en esta roca, mereciendo mucho más que una prisión”, a lo que Calibán responde “me enseñaste a hablar, y mi provecho es que sé maldecir…”
Dos siglos más tarde, Hegel evocaría la revolución haitiana en la shakesperiana dialéctica del amo y el esclavo de su Fenomenología del espíritu, y desde entonces las lecturas latinoamericanas de Ariel y Calibán (desde los ensayos de Rodó y Darío a fines del siglo XIX a las vanguardias modernistas) se debatieron entre asumir el rol de uno y otro en relación a la dominante mirada europea. El cine latinoamericano (pese a los intentos de Ruiz o Rocha, por nombrar a los mejores representantes de ambos mundos) nunca logró salir de esa doble determinación: en sus formas más serviles es simétricamente etéreo o brutal (ingrávido o irracional), como si no tuviera más opción que seguir cautivo de la mirada de Próspero.
+ Nicolás me envío el texto sin la traducción al español correspondientes a los párrafos ctiados del New York Times y CinemaScope. La traducción corren por mi cuenta. (Roger Koza)
* Hay que señalar, por suerte, que empiezan a aparecer algunas notables excepciones a ese facilismo. Vean por aquí ejemplo el sutil análisis sobre el cine de Piñeiro firmado por Marcos Rodríguez en el sitio “hacerse la crítica”.
++Decidí como editor agregar este aviso que no estaba en el texto original de Nicolás debido a que una de las mejores crítica -según mi criterio- de Viola fue publicada en este blog y firmada por Marcela Gamberini (leer aquí). Como suele suceder en este blog, el disenso es parte constitutiva de su política editorial, y de allí que puedan coexistir miradas distintas y a veces opuestas sobre las películas analizadas. En este sentido, me parecía justo y oportuno señalar la cita al texto en cuestión. (Roger Koza)
Roger Koza / Copyleft 2013
Leo siempre con muchos interés las notas que Ud. publica en este blog. Quizás sea el único director argentino en actividad, capaz de reflexionar sobre el cine, el que se hace en nuestro país y el del resto del mundo que llega por aquí.
Sin embargo, sus críticas me dejan bastante preocupado. ¿No hay nada para rescatar en la producción cinematográfica argentina, de digamos, los últimos 30 años?
¿Por qué no escribe una nota sobre las películas que considera buenas o al menos rescatables en este período? ¿Para cuando un artículo que se titule: “Las 10 mejores películas del cine argentino en democracia” o “Las 50 mejores películas argentinas de todos los tiempos, que hay que ver antes de morir”?
Una segunda objeción, tiene que ver con los límites geográficos que Ud. se impone. Su obsesión con los egresados de la Universidad del Cine y en general con el NCA, parecen hacerle olvidar que también en materia de realización cinematográfica, “el país no termina en la General Paz”. Ahí cerca de la Capital Federal, lo tenemos a Raúl Perrone, con una larga trayectoria, que ha coronado de manera magnífica con su último film “P3ND3JO5”. Hay varias notas en este blog sobre dicha película, pero no son suyas, ni tampoco veo que haya escrito siquiera un comentario sobre la misma. ¿No hay nada para rescatar de Perrone?
Yo vivo en la ciudad de Córdoba. Es conocida la valiosa y abundante producción de la provincia. ¿todo este cine que se hace en el interior, tan bueno o mejor que el de la Capital, A Ud. no le interesa? ¿No le inspira una nota?
Estimado:
Sus objeciones son tan atendibles como falaces. En primer lugar, porque si usted busca en elarchivo de este blog encontrará muchas notas mías sobre cine argentino, muchas elogiosas (sobre Francia, La mujer sin cabeza, La Tigra Chacho, etc), e incluso muchas que sin dejar de ser «críticas» reconocen el valor de su objeto de discusión (como en este caso), dado que no me interesa escribir sobre cosas que no sea interesante discutir (como buena parte del cine llamado «industrial»). Respecto a grande spelículas argentinas puede usted ver mi «canon nacional», y en cunato a que «el cine no termina en la Gral. Paz», puede leer mi nota «El país del cine» (ambos en este mismo blog…). Ahora bien: más allá de que uno trate de abarcar diversos films o cineastas (como usted notará en esta misma nota), y pese a tener sus intereses y mirada particular (como todo el mundo) de todos modos modos uno nunca puede abarcarlo todo, aunque quisiera. Y yo no pretendo hacer una enciclopedia. Como usted bien dice, en este blog puede encontrar otras notas que hablan de películas sobre las que yo no he escrito. En ese sentido, por ejemplo, no he visto «Pendejos», sobre laque sin duda espero escribir al momento de su estreno…
Acabo de leer «El país del cine» (en realidad por segunda vez, ya que la había leído en el momento de su publicación) y no encuentro que sea una buena respuesta a mi cuestionamiento sobre el escaso interés que Ud parece tener por el cine producido en el interior y los cineastas que allí trabajan y producen. No hay mención en esa nota, sacando las referencias a Martel y Favio, sobre ningún otro cineasta de las nuevas camadas ni a ninguna de las películas filmadas por ellos en el interior.
Respecto a su canon nacional, si es tan amable de reproducirlo aquí, se lo agradecería, ya que no lo encuentro en este blog.
Estimado: si no encuentra lo que usted considera una «buena respuesta», tal vez debería preguntarle a otro… En este blog escriben varias personas. Y su responsable vive en Córdoba, por lo que conoce el paño de primera mano (además de conocerlo extensivamente por su labor como programador). Probablemente no haya otro espacio (si sumamos a otroscines) donde se haya escrito tanto y se esté tan pendientes del cine argentino. Pero si le parece poco, tal vez nos pueda sugerir otro espacio (o incluso crear usted el suyo propio), así también nosotros nos informamos…
parece q a este señor mis peliculas no lo hacen reflexionar , gracias jorge, al cual no conozco. pero dijo algo q pienso hace mucho.
Raul:
No se si tomar la queja como un elogio, visto que parecés molesto conmigo por no hablar de tus películas… Lamento que «hace rato» pienses que no me hacen reflexionar. Todo lo contrario: siempre me desconciertan (y para mí eso es bueno). Pero entre que no las vi todas y que cada nueva que hacés parece reconfigurar el sistema, nunca se dió la oportunidad de sentarme a escribir sobre ellas. Espero hacerlo cuando se estrene «Pendejos».
Otra cuestión (pero igualmente ligada al lugar que se ganó tu cine) es tu modo de intervenir: por ejemplo aquí, como si uno tuviera que rendir cuentas por «no» escribir, o como al momento de la polémica con el Bafici, cuando por el contrario sugerías que yo debía callarme y filmar (según tu modelo, curiosamente vinculado a una suerte de ética de la acción ligada a cine clásico, que aquí cultivaron por ejemplo Aristarain o Bieliinsky, por nombrar dos cineastas parcos…). Cada uno tiene sus modos: yo respeto los tuyos, aunque muchas veces me parezcan discutibles (y eso tal vez será parte de lo que escriba, así como esta nota es también un cuestionamiento de ciertos procederes criticos).
«Este señor» te saluda.
1. http://www.conlosojosabiertos.com/el-pais-del-cine/
2. http://www.conlosojosabiertos.com/francia-la-patria-peronista/
3. http://www.conlosojosabiertos.com/la-mujer-sin-cabeza/
Es curioso cómo, con tanta frecuencia, las respuestas a los posts (aquí y en otros lados) consisten en argumentos ad hominem, en lugar de concentrarse en la materia en cuestión.
Como la materia en cuestión me ocupa, sencillamente acoto que ese encierro y esa recusación de la política que Prividera pone a descubierto, vistos en un contexto más extenso que la historia del cine (nacional, latinoamericano o universal), no son otra cosa que la conocida sustitución de la política por la estética, en un escenario menos trágico que el del segundo cuarto del siglo pasado.
La actitud no expresa, sin embargo, una renuncia a aquella. Más bien, vehiculiza la protesta de legitimidad de ese sutil conglomerado de críticos y artistas para (ya que no tutelar) señalar los términos del buen vivir a un conjunto social, del que ese núcleo, no obstante, pretende haberse ya separado. Legitimidad que, por otra parte, se reclama como resultado de la arraigada convicción de portar una sensibilidad superior.
El gesto es disciplicente y no se reconoce a sí mismo, pero encripta el viejo y más desprejuiciado ademán modernista que, sin embargo, tampoco admitía su politicidad. Sobre esta cuestión, «La estética como ética y como política. El caso del “primer antiimperialismo” latinoamericano»: http://herbesfolles.tumblr.com/post/58015464766 … …
Interesante tu blog y el artículo. Pero la mejor impugnación de la «torre de marfil del modernismo» es el poema de Gianuzzi que citás (y que deberían releer los poetas de los ’90, que lo hicieron su guía sin entenderlo, o sin asumir su carga política -así como los cineastas hicieron lo suyo con «Invasión» de Santiago-, sobre todo ahora que parece que vuelven los ’90… Bueno, en el fondo nunca se fueron. El problema es que igual muchos van a creer que ese neonoventismo es algo superador, y no menos de lo mismo):
Compré café, cigarrillos, fósforos.
Fumé, bebí
y fiel a mi retórica particular
puse los pies sobre la mesa.
Cincuenta años y una certeza de condenado.
Como casi todo el mundo fracasé sin hacer ruido;
Bostezando al caer la noche murmuré mis decepciones,
escupí sobre mi sombra antes de ir a la cama.
Esta fue toda la respuesta que pude ofrecer a un mundo
que reclamaba de mí un estilo que posiblemente no me
correspondía.
O puede ser que se trate de otra cosa. Quizás
hubo un proyecto distinto para mí
en alguna probable lotería
y mi número no salió.
Quizá nadie resuelva un destino estrictamente privado.
Quizás la marea histórica lo resuelva por uno y por todos.
Me queda esto.
Una porción de vida que me cansó de antemano,
Un poema paralizado en mitad de camino
hacia una conclusión desconocida;
un resto de café en la taza
que por alguna razón
nunca me atreví a apurar hasta el fondo.
Queda muy en evidencia que la de Prividera es una voz atípica. Se comprende entonces la actitud de ciertos lectores – poco dispuestos a tener que vérselas con un texto que no rezume el conformismo imperante de buena parte de la crítica – de pretender domesticarlo mediante insultos o disparatados reclamos.
Habla también de su condición de marginal el curioso hecho de que varios artículos que publica en el blog vayan precedidos o epilogados por una claúsula de este tipo: «Como suele suceder en este blog, el disenso es parte constitutiva de su política editorial, y de allí que puedan coexistir miradas distintas y a veces opuestas sobre las películas analizadas». Por lo que parece, el disenso suele ser tan infrecuente que cuando asoma se hace necesario rotularlo
Le agradezco, y aprovecho su comment y su nick para decir un par de cosas: odio la palabra «fan», pero más odio que algunos crítcos se crean estrellas de rock. O cuando menos más importantes que las obras que comentan. Esa desgracia es visible en la aparición del «curador» (otra palabra horrible, casi un oxímoron). Pero no son fenómenos de la naturaleza, así como no lo es «el conformismo imperante de buena parte de la crítica»: son propios de una época que acepta sin rebelión que el arte sea manejado por el mercado, y que los críticos se hayan transformado en sus agentes. En el caso del cine, encima padecemos la versión más estúpida de la ‘crítica facebook’: esa que empieza y termina en el «me gusta / no me gusta», y que se viraliza con facilidad pasmosa (ahora más con twitter, donde se ve claramente lo que antes era propio de las privadas: como en segundos los críticos «acuerdan» bajar o subir el pulgar… Claro que siempre hay excepciones que confirman la regla, como sucede ahora con la última de Almodovar: por más que algún crítico con ínfatuado no se canse de repetir «me gusta», no logra sin embargo el milagro de levantar un muerto). En fin:todoesto merecería más que un comentario y más que una nota, porque se juegan muchas cosas…
“Los Cahiers y la textualidad sobre cine están como antes de la llegada de Godard y los otros. Es la eterna lucha de todas las épocas (fatal, biológica) entre la creación (ruptura, parto) y la sacralización oficial (de las Academias al filisteísmo) de escrituras vivas, locas, informes, nuevas. No conviene confundir la realidad con los poderes del momento”. Lo escribió Rodrigo Tarruela,un marginal en serio… Hasta que se murió y fue a su vez sacralizado (aunque evidentemente no muy releído), por muchos de los mismos críticos que ahora pretenden ser «los poderes del momento» y se olvidan de la realidad… Pero bueno, es la “eterna lucha”: a algunos les interesa el cine, y a otros el puesto de guardia desde donde suben y bajan el pulgar.
tomelo como un elogio. nicolas , no pretendio ser una queja, sin no un deseo, creo q aveces sus reflexiones , cuando no busca la polemica , lo leeo con placer. hasta aca. salu-
Fan de Prividera:me parece injusta su conclusión. Lo hecho con otros textos, pero como editor, sí pienso en el conjunto de otros textos que se publican aquí, sobre todo si la diferencia se plantea respecto a otros colaboradores. Hay una cantidad enorme de textos de Nicolás que parecen escritos en contraposición de los míos. Saludos. RK
Y concuerdo con usted respecto de lo que dice de Prividera. RK
Un poco fuerte el título de esta nota, ¿No?
Sí, en la medida que se la lea sin contexto. Al ser una combinación del film de los Taviani y el de MP, se entiende el juego semántico que propone NP, y, me parece, neutraliza su violencia. RK
Fuerte, si (al menos en esta época pacata). ¿Cual es el problema? Es preferible a la tibieza de ciertos artistas y la ligereza de ciertos críticos (y el cualunquismo de ciertos espectadores), que con su ingenuo o cínico arielismo esconden la verdadera violencia: la que sostiene ese orden «resplandeciente, seguro y estable», como descubre Calibán…