VIVAN LOS CINEASTAS
Friedrich Wilhelm Murnau no muere en 1931, a los 42 años de edad, en un accidente automovilístico en Santa Mónica. Hace carrera en el cine sonoro del pre-code, llegando a ser uno de los grandes del Hollywood clásico, donde desde mediados de la década va recibiendo a sus compatriotas exilados.
Jean Vigo no muere de tuberculosis en 1934, a los 29 años. Luego de la prohibición de Cero en conducta se exilia en América, donde languidece junto a Jean Renoir hasta que lo repatría la Nouvelle Vague. O tal vez desembarca en Argentina, como Ralph Pappier, y hace amargas comedias bajo el peronismo.
Serguéi Mijáilovich Eisenstein no muere a los 50 años en 1948, víctima de un ataque cardíaco (es decir, de Stalin). Ve el fin del estalinismo, filma la tercera parte de Iván el terrible, logra montar Que viva México y su largamente acariciado proyecto sobre Pushkin, película con la que reinventa el uso del color. Cuando mira las nuevas olas ya es parte del mar. Discute con Godard, aplaude a Rocha, y escribe sobre La hora de los hornos. En plena descolonización filma otro proyecto de juventud sobre la revolución haitiana, con el espíritu de sus primeros films. Vuelve a Hollywood a fines de los 70 para filmar Sutter’s Gold, uno de sus proyectos rechazados, con producción de Coppola para United Artist (la compañía fundada por su amigo Chaplin) antes de que la funda Cimino.
Max Oppenheimer, más conocido como Max Ophüls, no muere a los 54 años en 1957, a causa de una insuficiencia cardíaca. Sigue rodando por Europa, con sus películas rebosantes de sofisticados movimientos de cámara, que evocan un tiempo si no más feliz acaso más ingenuo. Hacia los 70, con el furor de películas sobre la Segunda Guerra Mundial, filma su obra maestra de la vejez, sobre el fin de la Viena imperial y la desilusión de un joven que no logra entrar a la Academia de Bellas Artes, llamado Adolf Hitler.
Forugh Farrojzad no muere en 1967 a los 32 años, en un oscuro accidente de tránsito. Sobrevive y se exila en París, donde entre los estertores del 68 intenta seguir haciendo cine. Pero su único corto pasa desapercibido: ya no es tiempo de poetas sino de traductores (la lengua sigue siendo la del capitalismo, que de crisis en crisis solo deja más ruinas y exilados menos románticos). Luego de diez años vuelve a Irán, solo para volver a huir tras la revolución islámica.
Carl Theodor Dreyer muere en 1968 a los 79 años, pero antes consigue filmar la Vida de Jesús.
Pier Paolo Pasolini no es asesinado en 1975, a sus 53 años. Filma Porno Teo Kolossal, se retira del cine y vuelve al cine tras la caída del socialismo real, con una secuela de Pajarracos y pajaritos, con Ninetto Dávoli en el papel de Totó. Filma su viejo proyecto sobre San Pablo, mientras escribe innumerables brulotes contra Berlusconi. Apadrina a un joven llamado Nanni Moretti. No logra evitar, sin embargo, que el cine italiano se hunda en la intrascendencia.
Leopoldo Torre Nilsson no muere de cáncer a los 54 años, en 1978. Se recupera lejos del cine, y vuelve a filmar hacia el fin de la dictadura. Hace films amorfos, salvajes y valientes, como los de un resucitado. En ellos los vástagos de la clase decadente siguen matando para proteger sus intereses.
Jean Eustache no se suicida en 1981, con 43 años. Sigue filmando películas inclasificables que todos aplauden y nadie aprecia.
Glauber Rocha no muere de una pericarditis viral en 1981, a los 42 años. No vuelve a abandonar Brasil, aunque sus films reciben críticas por derecha e izquierda. En los años 90 filma una suerte de secuela de Tierra en trance que parodia al gobierno neoliberal de Collor de Melo. Filma las tres campañas presidenciales de ese eterno perdedor llamado Luiz Inácio Lula da Silva.
Rainer Werner Fassbinder no muere de sobredosis de vida a los 37 años, en 1982. Llega a ver la reunificación de Alemania, y filma impiadosamente la otra cara de ese nuevo milagro alemán.
François Roland Truffaut no muere en 1984 por un tumor cerebral, a los 52 años. Continúa la saga Doinel en varios films. En el último, un Antoine ya viejo agoniza en su cama, rodeado de su familia, y soñando con otro destino, en el que muere en un duelo en el sur.
Andréi Arsénievich Tarkovski no muere en París en 1986, por un cáncer de pulmón, a sus 54 años. Vuelve a Rusia tras la caída del muro de Berlín, pero no vuelve a filmar. Termina sus días en un monasterio, donde se convierte en pintor de íconos. Algunos dicen que por no soportar ese nuevo mundo entregado al consumismo, otros porque había hecho una promesa, como el protagonista de Sacrificio.
Rodolfo Kuhn no muere a los 52 años en 1987, mientras preparaba su retorno al cine con Recuerdos de la muerte. Cada tanto hace un film que, como toda su obra, puede verse como un retrato de la alienación. Solo él sabrá filmar los años 90 en Argentina, incluido un retrato impiadoso de “los jóvenes viejos” de la nueva generación.
George Orson Welles no cae sobre su máquina de escribir, derribado por un infarto a los 70. En vez de comprarse el trineo de Kane, Spielberg y Lucas lo ayudan como hicieron antes con Kurosawa. Filma su King Lear, The Cradle Will Rock, The Big Brass Ring, y termina The Other Side of the Wind. Muere a los 85 años, junto con el siglo XX.
Nicolás Prividera / Copyleft 2023
Gracias💯
Hermoso texto, Nicolás. Bien podría imaginarse uno también lo que estaría haciendo Fabián Bielinsky si no nos hubiera dejado en 2006.
Es un texto abierto, cada uno puede imaginar otras posibilidades. Preferí terminarlo antes del siglo XXI.
Tampoco incluí cineastas desaparecidos, me pareció un límite imposible de transgredir, en tanto vacío generacional más que individual. También porque es muy dificil predecir que hubieran podido hacer las energías creativas de Gleyzer, Cedrón o Szir. Pero sin duda la historia del cine argentino sería algo diferente.