VOLVER AL FUTURO
Por Nicolás Prividera
0. No, no se trata de otra nota ditirámbica sobre esa vieja película de los ochenta, aunque la excusa siga siendo su reestreno un cuarto de siglo después, frente a algunas reflexiones sobre el “marketing de la nostalgia” (como la nota de Diego Lerer en otroscines, donde pone las cosas en su justo lugar llamándolo “un producto de consumo revestido de una capa de identificación cultural”). Pero quisiera ir un poco más allá, para ver como detrás de ese marketing y de esa impuesta nostalgia, se esconde uno de los grandes problemas del cine (y el mundo) contemporáneo.
1. Vivimos en tiempos de remakes, pastiches y parodias: es la impronta de lo que algunos llamaron “posmodernidad” (aunque hoy sepamos que no es sino una de las persistentes negaciones de la modernidad). No es de extrañar entonces que el círculo se cierre con un literal “volver”, aunque de algún modo el hecho no deje de ser excepcional, justamente por acercarse demasiado al abismo del eterno retorno: el cine como cinta de Moebius.
2. Tampoco es casual que de eso (de la paradoja del retorno) hable la película misma: Volver al futuro es una fábula conservadora por partida doble. Citada por el mismo Reagan, la película propone una visión idílica de los ‘50, antes de ser arrasados por Vietnam y la ola contracultural de los ’60: en los ’80 (antes del “fin de la historia”) esa nostalgia pueblerina era como la de Que bello es vivir en plena crisis de los ’30. Como Jimmy Stewart en la película de Capra (citada en la segunda parte de Volver al futuro), Michael Fox hace el tránsito a la madurez a través de su conversión en adolescente responsable, en ‘family man’ (ese que hoy lleva a sus hijos a ver Volver al futuro, para que sepan lo cool que era –y será- el eterno presente del pasado…).
3. Así como el cine de terror prepara a los niños para la adultez (o el cine catástrofe a los adultos para la niñez), las películas sobre adolescentes tardíos (que tuvieron su inauguración en aquellos mismos ’50, del Rebelde sin causa James Dean al héroe de las madres y las novias Elvis Presley, para estallar en los ’80 en el idiotizante pero aún inagotable Porky’s) tuvieron un lugar cada vez más importante en el cine, a medida en que la misma juventud se convertía en un nicho (ese lugar donde el mercado se eterniza, cambiando para no morir). Y con él (como encarnación del temor al futuro) la cinefilia sufrió el síndrome de Peter Pan.
4. La cinefilia como adolescencia tardía encubre esa constante celebración nostálgica de un presente irremediablemente vuelto pasado (de hecho, esa constante de la “Nueva Comedia” revive una tradición americana que se remonta a Mark Twain): escapar del presente es volver continuamente a una escena congelada (no en vano la situación parodiada en la gran Groundog day). Eludir el paso del tiempo implica eludir la vejez, pero también cualquier proyecto futuro (que vaya más allá del mero consumo de ese presente criogénico en la Matrix): eludir, en suma, la Historia.
5. Volver al pasado como si fuera futuro dibuja la distancia entre ser moderno y ser contemporáneo: ser moderno es pensar siempre en un nuevo comienzo, ser contemporáneo es pensar siempre en el mero presente (como variación del eterno retorno de lo pasado, ya sin el peso de la tradición: todo lo contrario a asumir el pasado sin nostalgia, para dialogar con él sin exhumarlo ni repetirlo). No es casual entonces que el presente eternizado en una imagen del pasado indique el estado terminal de una juventud sin juventud, embalsamada en su propio retrato (de Dorian Gray).
6. Y no se trata sólo de un problema de los espectadores o los críticos que gustan de esos juguetes mórbidos. También hay un cine-artefacto que vive de una lozanía ficticia, de una frescura impostada, de cineastas que siguen filmando Los cuatrocientos golpes. (Y traigo ese ejemplo porque la infancia amarga ya es también una infancia convencional: sólo puede haber un Dickens o un Truffaut.) Como si no comprendieran que repiten un gesto no menos fosilizado que el de cualquier vanguardia extinta (o porque no saben de que otro modo escapar a ese destino). Porque –digámoslo claramente- si sentimos como contemporáneas películas que tienen 50 años, estamos en problemas (para la Nouvelle Vague, cincuenta años atrás sólo había prehistoria del cine…).
7. “No busques en tus antepasados/ Busca lo mismo/ que ellos buscaron”: el milenario haiku de Basho ya señalaba la diferencia entre dos modos de enfrentarse con la tradición. ‘Volver al futuro’ sería entonces volver a pensar la tradición como parte de una Historia que le pide a cada generación que se haga cargo de su propio tiempo, sin apelar a una detenida nostalgia ni a la excusa de que no hay nada nuevo bajo el sol.
Fotos: 1)Volver al futuro; 2) Hechizo del tiempo.
Nicolas Prividera / Copyleft 2011
Nicolás:
Acuerdo con lo que escribís sobre Volver al Futuro y aledañas pero, idealizaciones aparte, ¿no crees que una buena historia bien narrada – de los ´40s o de los ´80s – puede generarnos el deseo de revisitarla? ¿o de confrontar cómo éramos o qué sentíamos respecto de hoy?
Saludos.
Te agradezco la pregunta Pablo, porque evidentemente no quedó claro (aunque la linkeada nota de Lerer lo decía por mí): Yo disfruté mucho de «Volver al futuro» cuando la ví en el cine… Claro que tenía quince años. Pero aún hoy puedo colgarme viéndola si la dan por TV. Ahora bien: al reverla no disfruto «reviviendo» la inocencia de mis quince años. Porque por suerte mi mirada sobre el cine ya no es la misma. Y lo que disfruto es precisamente esa distancia, incluso cuando la película sea una obra maestra de la que se puede seguir aprendiendo algo (también sobre uno mismo) con cada revisión.
El tema es peliagudo, y por eso fascinante.
La nostalgia, cuando no es inducida, es como un licorcito que disfrutás tomarte de vez en cuando. El marketing de la nostalgia, en cambio, te dicta las reglas de lo que, como parte de un “segmento”, deberías sentir (o consumir).
indudablemente lo mejor es laproduccion y realizacion tecnica
mac flai es un tonto beef