YATASTO
Yatasto, Argentina, 2011
Escrita y dirigida por Hermes Paralluelo
*** Hay que verla
La extraordinaria ópera primea de Hermes Paralluelo consigue evitar la explotación miserabilista (y piadosa) de la pobreza gracias a un registro justo y laborioso sobre la vida de algunos habitantes del barrio Villa Urquiza.
El plano inicial de Yatasto es la aparición de un mundo. La oscuridad prevalece por unos segundos hasta que paulatinamente el fuego que calienta el mate matutino va imponiéndose. Ricardito y sus compadres han madrugado. Empieza un día entre otros, y los protagonistas, más que ponerse los guardapolvos para ir a estudiar, vestirán sus buzos, alimentarán su caballo y se prepararán para una larga jornada de recolección. La ciudad de Córdoba se transformará en un inmenso paisaje móvil y un escenario laboral. Desde el carro, los jinetes van en búsqueda de su alimento y manutención. Lo que es basura para algunos constituye mercancías para otros.
Se trata de una empresa familiar, que implica un saber que se transmite por generaciones. Yatasto es, entre otras cosas, una película sobre educación: la abuela es una pedagoga por excelencia y sus nietos son grandes aprendices. Pero no todo es trabajo. Los desposeídos tienen descanso, juegan, sueñan. En las casas, la televisión suele estar prendida, pero no necesariamente para ser vista. Es una intromisión omnipresente de un mundo inconmensurable, casi paralelo, pero que no impide la conversación. A Ricardito, el más chico de todos, le gustaría ser jockey y tiene talento como percusionista.
Yatasto revela la inaccesible experiencia de los pobres. Su retrato los dignifica, pero el filme encuentra la distancia y la forma justas para evitar naturalizar la pobreza, que siempre debería ser considerada una anomalía.
Así, el microcosmos develado, el de una familia organizada en un difuso orden matriarcal ligado a la recolección de elementos de descarte como eje de la economía doméstica, síntoma estructural de una macroeconomía disfuncional, es comprensible a través de un sistema de registro en el que la inmovilidad social de sus criaturas es percibida por un doble juego formal destinado a detectarla: un paradójico travelling fijo (la cámara fija sobre el carro) y una obstinación por planos medios, casi siempre fijos y en un enrarecido contrapicado. No se avanza, no hay horizontes.
Es por eso que el supuesto viaje del pequeño protagonista, Ricardito, que dice al final del filme haber ido a Santiago del Estero con su padre, resulta esencial. La movilidad, el turismo, el viaje iniciático es un privilegio de los otros, que viven en una economía específica. Los “miserables” no viajan, y si lo hacen es sólo por trabajo; son hombres golondrinas, hombres mulas, pero jamás hombres enteramente libres. La movilidad es un privilegio de clase en nuestra economía oficial.
En ese sentido, el (no) viaje de Ricardito, incluso su ironía al decir que en donde estuvo ni siquiera tienen señal los celulares, es un cierre extraordinario, enigmático y mucho más que una ocurrencia de su protagonista. Es el negativo de nuestras vidas.
Esta crítica se publicó en el diario La voz del interior durante el mes de noviembre 2011
Roger Koza / Copyleft 2011
Es la hora 21, del miércoles 23 de noviembre de 2011. Estamos en la sala 8, del cine Gran Rex de la ciudad de Córdoba, que muestra un lleno casi total, para ver la película Yatasto. Antes del comienzo de la proyección, nos dirigen unas palabras miembros del equipo de producción del filme, quienes también están presentes a la finalización, acompañados esta vez, por algunos de los actores. Se contestan preguntas del público y se aclaran detalles de la realización. Así nos enteramos que el proceso completo para llevar a su finalización la película Yatasto, implicó un conjunto de actividades que se extendió por tres años. El primer año fue de conocimiento mutuo entre el equipo de producción y los protagonistas. El segundo año, estuvo dedicado a la filmación propiamente dicha y el último a la edición. Un detalle técnico que se aclara, es que la cámara fue montada en el carro sin la presencia de ningún operador, diríamos que funcionaba en “piloto automático”. Este modo de filmar en exteriores, las escenas que transcurren en la calle y arriba del carro, creo que explica en gran parte la soltura, espontaneidad y fluidez con que los protagonistas actúan.
La obra de Paralluelo, es un documental que logra retratar de un modo verosímil las formas que asume el trabajo para un grupo de personas que viven en una barriada muy humilde de la ciudad de Córdoba. Los protagonistas principales son tres chicos amigos de distintas edades y la abuela de uno de ellos, que salen a trabajar en un carro, recolectando residuos recuperables (papel, metales, vidrio, etc.). La dureza de esta tarea, en que están expuestos al rigor del clima, en un vehículo abierto, y a la dificultosa y peligrosa convivencia con los automotores de todo tipo, no hace mella en el humor de los chicos, que siempre se muestran alegres y conversadores, exponen sus sueños y dan cuentan del devenir de sus vidas.
Es destacable la naturalidad con que la película logra plasmar la vida familiar en la intimidad. El hacinamiento, reflejado por ejemplo en un aparato de TV, siempre omnipresente que se debe ver a una distancia demasiado corta por la falta de espacio físico, o el desarrollo de tareas vinculadas al acopio en el propio comedor del hogar, nos dicen de una manera de apropiación del espacio, que exige aprovechar cada milímetro al máximo.
La relación con los animales es otro capítulo memorable en este filme. A diferencia de lo que harían chicos pertenecientes a otros estratos sociales, aquí los animales más importantes no son los perros o gatos, sino los caballos, que pasan a tener un protagonismo de gran importancia, ya que son la fuerza motriz que permite transitar por las calles y poder desempeñar las tareas. La preocupación por la salud y el bienestar de estos animales, por parte de los chicos, habla a las claras de una conciencia plena de la responsabilidad que tienen.
Un párrafo aparte merece el subtitulado. La inserción de subtítulos, decisión que aplaudo en mi carácter de hipoacúsico, implica el reconocimiento por parte del director, de una forma de hablar y un vocabulario de los protagonistas, que no es el mismo del espectador a quien va destinado el filme. Esto dicho sin hacer juicio de valor alguno. Pero es claro que quien ve la película, no pertenece al mismo estrato social que los que actúan en ella. La necesidad de decodificar en parte, este misterio del lenguaje de los vecinos de Villa Urquiza, es lo que hace necesario el subtitulado.
Como crítica diría que la mirada del filme es sumamente benevolente para con la barriada de Villa Urquiza y sus habitantes, una zona de la ciudad acosada por la violencia, que aparece a menudo en los diarios locales en las páginas de policiales. Está bien que el filme trate de reflejar la cara positiva de este barrio que la prensa comercial no difunde, pero cuesta creer que en todo la película no se mencionen problemas delictivos ni de drogas, aunque sea en una alusión indirecta y con un fuera de campo. Solo en uno de los viajes, en que van padre e hijo en el carro ya de noche, buscando un caballo perdido, se habla de la ventaja o no de tener un arma en la casa. También es notable y comprensible que sus protagonistas han querido mostrar frente a cámara una imagen de sus vidas que omitieran los aspectos desagradables. Por ejemplo, se habla varias veces del alcoholismo del padre, incluso los chicos hacen bromas con esto, pero no vemos nunca al citado personaje embriagado. Los problemas y carencias de esta gente, que deben ser muchos y muy graves, no aparecen en escena. Se muestran a menudo charlas y discusiones, arriba del carro y en las habitaciones del hogar, pero nunca una pelea. Será mi prejuicio de clase, pero cuesta creer que la resolución de los conflictos se diriman con discusiones, sin recurrir nunca a la violencia física.
Estimado Jorge: la elección de Paralluelo fue dejar en un radical fuera de campo la expresión de la violencia en su versión más primitiva e inmediata. Como vos mismo decís, algunas cosas se dicen, no se ven, y las que se ven, visto desde otro ángulo, es violencia pura y enmudecida. Creo que Yatasto ni miente, ni esconde. Simplemente, sospecho, nada se cruzó frente a la cámara durante el tiempo de filmación en el que la violencia física, como la denominás, quede explícita. Saludos. RK
Roger: sin ánimo de hacer de esta película una polémica, debo decir que ayer, al finalizar la función en el cine Rex, me animaría a afirmar que el estado de ánimo de la inmensa mayoría de los espectadores presentes era de alegría, los chicos eran simpáticos, y esta simpatía quedó ratificada porque el mismisimo Ricardito estuvo en vivo haciendo sus morisquetas junto a su abuela en la charla que se armó al finalizar la exhibición. Es posible que a la mayoría de los espectadores se nos hayan pasado por alto las sutilezas del filme de Paralluelo, pero creo que casi nadie vivió algo como lo que afirma Martín Iparraguirre en su conclusión cuando realiza la crítica de esta película: «Yatasto se convierte indirectamente en un estudio sobre nosotros, aquellos que quedamos adentro del sistema, y nos obliga a enfrentarnos a nuestra peor cara, sin protecciones ni salvavidas a mano.»
Otra cosa que me hace ruido, es que la abuela, que habló poco, reinvidicó ayer con orgullo su condición de militante social, y esto en la película no está. También es para pensarlo…
A modo de autocrítica
He seguido pensando mucho sobre la película Yatasto, que pude ver el miércoles de la semana pasada y cuyo comentario publiqué más arriba. En particular, sobre lo que consideraba sus defectos. Ahora quiero decir que el filme de Paralluelo no merece las objeciones que realicé. Primero que nada, porque el director está en su derecho de mostrar un aspecto de esta comunidad y de los chicos en particular, sin necesidad de abarcar todo el universo de situaciones que pudieran haber ocurrido en su vida durante el rodaje de la película. Pero, más importante que esto, es que al incorporar en el relato hechos de violencia que suelen estar reflejados con demasiada obsesión por los medios periodísticos tradicionales, hubieran resultado escenas banales y se hubiera rebajado la calidad del filme. Por el contrario, la película hace hincapié en aspectos de la vida de los protagonistas, que nunca aparecen reflejados en dichos medios y lo hace con gran maestría desde lo formal.
Quisiera decir algunas cosas, porque el intercambio que se dio acá sobre Yatasto es parecido al que yo tuve al verla con algunos amigos esta semana en Buenos Aires.
El punto clave, para mí, se halla en la precisión en el mirar que logran Hermes Paralluelo y Ezequiel Salinas, precisión que no siempre se lleva bien con nuestras expectativas. ¿Deberían habernos mostrado los realizadores algo más de todo lo que nosotros sabemos (por otros lados: los medios masivos) que pasa en un barrio como Villa Urquiza? ¿Acaso si se hiciera una película en nuestro propio barrio le pediríamos que la película representara adecuadamente la visión habitual del lugar en que vivimos? ¿No tienen los personajes de Yatasto una vida singular que no responde a un tipo, sino a lo que ellos son? ¿No pasa eso con todas las buenas películas, es decir: con las que nos hacen visibles seres singulares y no tipos?
Encuentro en Yatasto una precisión en el mostrar que requiere una correspondencia en las palabras. Quiero decir: entre las horas y horas filmadas en el barrio (no menos de 50) Hermes y Ezequiel han buscado algunas piedras preciosas para que veamos y en cambio se han abstenido de incurrir en ciertas facilidades. La mirada de Yatasto no se orienta a la busca de una pobreza genérica, sino a hacernos ver en la pobreza otras cosas. Lo que yo veo es amor. Hay amor de la abuela y de la hermana hacia Ricardo, así como de él hacia ellas. Hay mucho amor de Ricardo hacia el padre que no vemos. Hay amistad de los chicos y hay diversas formas de amor y cuidado y descuido hacia los caballos por parte de los chicos.
Creo que en la película hay mucha pobreza pero no miseria. La pobreza es una condición material, mientras la miseria me parece (me suena) una condición espiritual. Y creo que la precisión de la película consiste en mostrarnos que estos pibes extremadamente pobres no viven vidas miserables.
Supongo que Hermes y Ezequiel podrían haber encontrado, si eso iban a buscar, situaciones humillantes, indignas, miserables. Quizás las hayan tenido a mano. En el caso de haberlas encontrado e incluido en su película, hoy estaríamos hablando de otra cosa: pero no es eso lo que en Yatasto se ve. Se ve que los pibes, desde muy chiquitos, salen a buscarse la vida. Ricardito respondió a una objeción de que la película era oscura diciendo que cómo no iba a ser oscura si ellos se levantan a las 5 de la mañana. La lógica del chico es implacable: a las 5 hay poca luz, no se trata de un mundo tenebroso sino de un barrio poco iluminado. En ese barrio vemos que los pibes hacen planes para el futuro, que son un poco difíciles de cumplir (como juntar plata, hacer un cuarto más, ponerle puertas y ventanas), pero no delirantes. Los chicos están preocupados por los padres, lo que nos puede preocupar a la vez, pero no está tan mal ser capaz de un acto espiritual como preocuparse por lo que uno ama. En eso Ricardito está espiritualmente íntegro.
Creo que la película es inquietante, no es una celebración de la pobreza extrema como si eso fuera lo natural. Nada es natural. La inquietud, a mi entender, se vincula más con la aparición de nuestra mirada: desde dónde mirar lo que hay. Ellos viven de lo que nosotros desechamos, literalmente. En ese sentido, la película es detallista en el sistema económico que sostiene todo el andamiaje, que es el mismo en el que estamos nosotros y ellos. Hay una continuidad causal y espacial entre nuestros desechos y sus recursos. Si hay miseria, en la película está fuera de campo. De este lado.
En la creación de este fuera de campo hay una potente demostración de que un cine político (no conmiserativo, no quejoso) y poético es posible.
Así es. RK