YESTERDAY
¿QUÉ ES UN CIGARRILLO?
Una humanidad que no conozca el tabaco es posible si nunca ha sabido de los Beatles. O si relaciona una lata de Coca con Pablo Escobar.
La ciencia ficción ucrónica ha perdido una capa de solemnidad fatalista que no recobrará jamás (o por un largo tiempo) por obra y (des)gracia del creador de Mr. Bean, el meloso e hilarante Richard Curtis: así como a partir de Érase una vez en… Hollywood de Quentin Tarantino no volveremos a tomar en serio a los imbéciles del Clan Manson, gracias a esta comedia romántica dirigida por Danny Boyle no podremos volver nunca sobre los pasos del género de la ciencia sin olvidar que la ficción tiene el poder de hundir sin vergüenza los pies en el barro del arquetipo “Chio conoce chica” para transmutarlo comercialmente en brillantina pastosa del color del oro y a puro estribillo clásico.
Yesterday, Reino Unido-Rusia-China, 2019.
Dirigida por Danny Boyle. Escrita por Richard Curtis.
Sobre los pentagramas de las canciones trascendentales y perpetuas que compusieron John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr hace más de medio siglo, Yesterday obra un milagro moderado en el seno de otro género, la comedia romántica: no se puede prescindir de la cursilería, que es pandémica, pero se puede gambetear la estulticia del cine de Hollywood fabricado en los Estados Unidos (esto es cine de Hollywood hecho en el Reino Unido, ojo) para filmar una película de amor joven sin originalidad ni novedad, pero con sus golpes bajos sopesados por un número considerable de golpes altos. A saber: el humor inglés presente en la escena de la participación penosa en la carpa familiar del Festival Latitude; la cardíacamente emocionante escena frente al mar “tamaño JL” (el súmmum de la ucronía sentimental); el chiste sobre la inexistencia de Oasis; la reunión de marketing en Los Ángeles con el apercibimiento sobre la escasa diversidad racial de la tapa del “Álbum Blanco”; los menosprecios elaborados de la villana de la gran Kate McKinnon; la idea de regalar la música a la humanidad como grano en el culo de la codicia deshumanizada de la industria discográfica; el demagógicamente hermosa karaoke colectivo de “Ob-La-Di, Ob-La-Da” en la escuela primaria; la foto en blanco y negro de las fans históricas de los Beatles segundo antes de la canción de los créditos.
Uno de los versos de “Hey, Jude” (¡“Hey, Dude”, no, Ed Sheeran! = otro buen chiste) dice así: Take a sad song and make it better / Agarrá una canción triste y mejorala. La traducción literal al español suena espantosa, pero lo que queremos decir es esto: Boyle y Curtis toman una situación, no triste, calamitosa – ¡apocalíptica!: un mundo sin las canciones de los Beatles –, y mejoran la perspectiva elaborando un himno audiovisual pop a la felicidad instantánea que produce esa música que sabemos todos en cualquier circunstancia y lugar. El camino elegido es fácil pero había que transitarlo una vez más, yeah, yeah, yeah.
Hubo una vez una película, de los ochentas, de 1985, homónima, Yesterday, de origen polaco, dirigida por Radislaw Piwowarski, ganadora del Premio FIPRESCI en el Festival de Venecia, estrenada en Argentina en 1987 con el título original, que diseñó una historia grandiosa sobre la música del cuarteto de Liverpool. En aquella ocasión, la purpurina no existía, sino el frío del invierno polaco de los power sixties y la política aplastando toda esperanza. Gran película polaca gran. Pero esta Yesterday no transcurre en Polonia ni estamos en los ochentas. En la actualidad, Inglaterra acoge al peor Primer Ministro de su historia mientras el brexit divide a la sociedad británica como en una grieta tercermundista. En este sentido, aquí la dupla Boyle-Curtis hace lo que hay que hacer con el cine de masas y oficia eficazmente de neo-Frank Capras para darle una cucharada de jarabe dulce antidepresivo al estado de las cosas en su lugar de origen y en el camino conquistan al planeta con una, pequeña no, enorme ayudita de sus amigos los Beatles.
Y también de los ingleses: cuando hubo que meter a 350 personas en la escena del Festival Latitude, se llamó a 350 personas reales. Cuando hubo que meter a 750 personas en la escena del show en el 02 Academy Liverpool, se hizo lo mismo: se convocó a ese número de gente. Y cuando fue necesario contar con una multitud de fanáticos en la playa en la escena del show en la terraza del Hotel Pier en Gorleston Beach, la producción logró que asistieran 6.428 personas, evitando la simulación con un software. ¿De qué sirven estos datos meramente matemáticos, después de todo, no ligados a la calidad de una película? Sirven para no olvidar que hablamos de música creada en la década del sesenta, cuando la fiebre musical era analógica y palpable y cuando a las canciones las escribían los músicos, no las discográficas. Es aritmética ligada al flujo sanguíneo. Hiperrealismo digital versus carne y hueso suprarrealistas. Disco duro versus aortas y corazón. Esta película, si se quiere, es el lado B de la nostalgia, es decir, cuando se recuerda sin dolor (sin algios) un pasado que fue pura gloria y loor porque nos dio la posibilidad de mantenernos hoy de pie, en este presente de anestesia virtual, viral, cuando el futuro es tan incierto como la razón del éxito de un disco con un título tan largo como St. Pepper’s Lonely Hearts Band.
Miguel Peirotti / Copyleft 2019
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