ZONA DE INTERÉS / ZONE OF INTEREST
EL FASCISMO ORDINARIO DE CADA DIA
Desde que Alain Resnais hizo Noche y niebla, el primer film sobre los campos de concentración en 1956, las películas sobre el exterminio nazi jamás se dejaron de realizar. Documentales, dramas, comedias, el modo de aproximación era secundario, pues el impulso por filmar lo inenarrable excedía la estética: la necesidad de comprender se imponía. ¿Cómo pudo planificarse racionalmente un genocidio? La solución final enunciada por los nazis sintetizaba la abyección de aquel proyecto: saquear y aniquilar, borrar la alteridad.
Pocas son las películas que han elegido explorar el punto de vista de los verdugos. Jonathan Glazer eligió ese camino escabroso que se debe recorrer laboriosamente para evitar ser cómplice del goce del fascista, Encontró un esbozo en la novela de Martin Amis, Zona de interés, cuyo título es también el de la película, el bosquejo adecuado para lanzarse al corazón de las tinieblas. De la novela extrajo el esqueleto, luego, tomó otras decisiones, pero conservó el punto de partida: reconstruir la experiencia de Auschwitz al otro lado del campo, en el contrapunto, en las casas lujosas (que tienen algo de barrio cerrado de hoy, a espaldas de las villas miseria y los asentamientos precarios) donde vivían los comandantes y otros oficiales de rango a cargo de los campos de exterminio. Prefirió no mostrar a las víctimas, posicionarse a una cierta distancia (de cámara) de los asesinos y retratar la encarnación de un concepto, el de la banalidad del mal, formulación de la que se abusa a menudo, esforzándose no obstante por retener su fuerza semántica.
El relato se circunscribe a la cotidianidad de la familia Höss durante el año 1943. Rudolf, quien fuera la máxima autoridad en Auschwitz en materia de organización y eficiencia, puede leer a sus hijas cuentos clásicos, intentar cumplir con los deseos de su esposa, escuchar música refinada y cuidar de los perros con afecto. También puede discutir con ingenieros y militares acerca de cómo acelerar la muerte masiva de sus prisioneros. Lo banal radica en que no existe peso moral alguno en casi nadie y todos los actos parecen ser equivalentes e irreflexivos; se ejecutan, simplemente.
La contundencia de Zona de interés proviene de su diseño estético. Lo que no se ve no significa que no esté cerca. Una materia sonora constituida por ruidos de máquinas, gigantescos hornos encendidos, gritos de padecimientos, tiros y sirenas se difuminan en una argamasa “musical” del horror que se percibe lejana pero se siente paradójicamente cercana. Apenas se llega a divisar a los prisioneros, pero por sustracción visual la vileza ejercitada sobre sus cuerpos y almas viaja en el vecindario como murmullo.
A veces algo se llega a percibir. En las noches, el fuego de las hogueras ilumina el interior de la casa. Es que el infierno es literalmente la inversión correlativa de esa paz pulcra que definen los actos cotidianos de la familia y la histeria limpieza de los interiores domésticos. Glazer, como se ha dicho, mantiene a rajatabla un principio de distancia sobre los verdugos. No les dispensa primeros planos, una estrategia estética destinada a señalar la indecencia, la indignidad. En dos secuencias notables se plasma una ensoñación, segmento filmado con una cámara térmica que provee a tales escenas de una índole tan onírica como ominosa.
Los recaudos estéticos de Glazer están dirigidos a neutralizar el peligro de transmitir el goce de los perversos y a eludir el involuntario efecto contradictorio de investir de banalidad al propio concepto de banalidad del mal con el que Hannah Arendt identificó la indiferencia moral con la que sin pensar se ejecutaba una orden fundamentalmente inaceptable sin remordimiento alguno. Sobre todo esto la película se mantiene incólume, más allá de que la conciencia de los Höss y lo que representan permanecen inabordables. La cámara conductista de Glazer delinea una práctica, pero apenas la interroga.
Zona de interés / Zone of Interest, EE.UU., 2023.
Dirigida por Jonathan Glazer.
Escrita por Martin Amis y J. Glazer.
*Publicada en otra versión por el diario La Voz del Interior en el mes de febrero.
Roger Koza / Copyleft 2024
La vi ayer, tremenda. Hacía mucho tiempo que el cine no permanecía tan en silencio. No pochoclos, no celulares, ni siquiera la incómoda carraspera que invita a toser. Al terminar la película la gente petrificada en la butaca hasta el final de los créditos.
Qué bien. Qué bien.
Un hermoso film.La banalidad del mal, en su maxima expresion. Pienso que durante nuestro genocidio, algo asi de haber habido, tal ves, en alguna provincia.
La verdad es que detesté esta película; también la fui a ver al cine hace algunas semanas atrás. Me parece que su principal deficiencia es su visualidad, la manera en que el director decidió usar cámaras montadas en muros, planos fijos, largos y distantes. Esta mirada ‘antropológica’, como él mismo lo menciona en una entrevista promocional en el The Guardian, casi de ‘reality show’, me parece que impide que nos acerquemos e identifiquemos con los personajes y, que de esta manera, la narración pueda trascender a nuestro tiempo. Si bien creo que una parte del público estaba impactada al final de la función a la que fui, desde mi perspectiva esto no logra constituir en si una crítica que nos permita hacer analogías con, por ejemplo, el genocidio que los mismos judíos están llevando acabo en Palestina estos días. O que nos permita entender el genocidio como una práctica usual en la modernidad euro-occidental. La forma visual de la película de Glazer sólo se queda en la condena a la atrocidad nazi, y, ciertamente, en la exotización – a transformar en objeto – de los alemanes, un claro ‘otro’ para este director judío, que no entrega mayores detalles que maticen la narración de la película. Su mayor contribución conceptual – ‘la banalidad del mal’ – es un cliché en este momento histórico; que los sicópatas tengan rutinas igual a las del resto de la población no debería asombrar a nadie con una cabeza bien puesta sobre los hombros. En resumen, creo que el director falla en hacer que su película trascienda hasta el presente y nos permita ver paralelos entre el supremacismo nazi y otras formas de colonialismo contemporáneo efectuadas por, por ejemplo, el mismo país de origen del director, Inglaterra, o por sus propios correligionarios en ‘Israel’. ¿Era necesario tanto truco e innovación visual para hacer otra película más sobre el nazismo? ¿No es esta película una contribución más a la musealización, referenciada al final de la película, del horror nazi? ¿No es la película misma de Glazer una afirmación más del nazismo?
En otro momento, subiré otro texto. Yo no la detesté, tampoco la abracé. No me parece una afirmación del nazismo. El límite de su búsqueda conquistada es el límite político de su estética. No lo abraza, no lo afirma, pero apenas molesta.
Muy interesante película, aunque se parece a otras que han abordado el tema. Cuando una cree que se hicieron todas las películas sobre el nazismo siempre hay una más.
Le estas pidiendo peras al olmo. Es muy raro que haya una autocrítica de parte de estas personas, cuando en realidad reivindican lo que está haciendo Israel. Spielberg por ejemplo está por hacer un documental sobre los ataques de Hamas.
Tampoco vas a ver películas que den cuenta de los agujeros de guion que tiene la historia oficial, ni sobre los depravados mandatos talmúdicos. La gente suele atribuirle historicidad a las películas y certeza a las cosas que escucha en la tv. entonces Goebbels ha quedado como el tipo que decía que hay que mentir repetidas veces para que la mentira sea tomada por verdad, cuando en realidad decía que «los ingleses repiten una mentira tantas veces que terminan creyendola»
Estas películas son una actualización de la propaganda que hoy necesitan mas que nunca, porque es difícil engañar a todos todo el tiempo.
Muy de acuerdo.
Es una película que me generó gran ambiguedad y perturbación, en parte por lo que muestra pero mucho más por como lo muestra. Creo que Glazer sistematiza demasiado el uso del fuera de campo y desde ahí queda atrapado en la sistematización del holocausto que pretende denunciar. Su película es un sistema tan insensible como en el que se basó Arendt para la «banalidad del mal». Y lleva esa sistematización a un extremo que por evitar los vicios del voyeurismo con respecto al horror ajeno y lejano termina ejerciéndolo. Quiero decir, me da la sensación que hay un goce que pretende no mostrarse como tal en el encuadre que ya no evita el horror ubicándolo al otro lado del muro sino que dentro del mismo espacio en el que se realiza mira para otro lado deliberadamente, haciendo de lo no visto ya no una denuncia sino un tipo de placer. Tengo la sensación que si Glazer hubiera respaldado su encuadres con los límites de los muros como lo hace en la primera parte de la película, entonces habría cumplido de forma coherente, con una distancia etica su decisión de representar el horror en el fuera de campo. Pero cuando cruza ese límite y el horror se esta produciendo a centimetros del plano es cuando siento que hay un goce estético con el que yo personalmente no puedo sentir otra cosa que un capricho de estilización que me repele. Me pasé buena parte del tiempo de reflexión posterior a la película haciéndome esta pregunta: Para que Glazer cruza los mismos límites de la arquitectura que tan bien había utilizado como apoyatura de su encuadre, yendo a buscar el horror en el mismo espacio que se produce si cuando una vez allí levanta la cámara como un periscopio dejando el horror a centimetros de los límites de su encuadre sino es para otra cosa que para exigir gozozamente su decisión inicial arrastrandola hasta lo perverso, hasta una especie de antivoyeurismo que se termina volviendo un reverso voyeurista?
Una acotación más tomando el ejemplo con el que Roger abre el artículo: Siento que a la película le falta la poesía que en «Noche y Niebla» se iba permeando a través de la narración en off aún con las imágenes del horror y que finalmente conquistaba el terreno de lo visual cuando de las ruinas de los campos surgía una advertencia y un desafío a la sentencia de Adorno sobre la imposibilidad de volver a hacer poesía después de Austwichz. Tal vez no se trata tanto de dejar el horror en el fuera de campo para evitar la banalidad de la banalidad sino de elaborar la necesaria contención del horror a través de los materiales con los que el arte sucede: La poesía, la perspectiva, la distancia, el montaje asociativo, etc.
Roger, ¿qué pensas del final de la película?
Que demuestra la impotencia que resguarda su minucioso trabajo formal.
La primera secuencia, pantalla en blanco, la maquinaria sonora, construida con ruidos, gritos, en una «hagamasa musica»te va introduciendo en ese mundo de la danza del horror, luego el canto de pajaros y ela l verde intenso de campo.A mi criterio, tal ves, lo mas logrado del film. Un film que el director logra su cometido, en su primera parte. Después se desbarranca, sin lograr llegar a buen puerto. Dos secuencias, sin explicación, la huida de la madre y el final, el personaje bajando esas interminables escaleras.
Muy buena película. Tiene sus cosas como todas pero en la totalidad se sostiene. Me pareció muy pertinente la escena brevísima donde las cenizas que entran por la ventana se acumulan en el lavabo. Ahí las criticas a la estrategia del fuera de campo se desacreditan bastante. Saludos.
2 películas en una: la que vemos y oímos de manera directa y la que oímos de fondo e intuímos… y ambas, en simultáneo. Una genialidad presentarla así.
Desde el comienzo avisa que la cosa será incómoda… eterna pantalla en negro con música que suena mal. Toda una declaración de posición en cuanto a decisiones poco convencionales.
Y cada minuto que pasa, nos va provocando mayor malestar… hasta llegar al vómito, literal.
No creo que las secuencias de la joven polaca sean ensoñaciones, sino más bien la otra cara del accionar humano, el de la piedad, el del altruismo… excelente decisión el contraste.
Lamentáblemente el guión no crea el contexto necesario para lograr entender que la canción que ejecuta en piano proviene de un judío recluido allí (se ve que recoge una cajita con un papel adentro, y luego se ve en su mesa de luz el papel desplegado, partitura que al día siguiente ejecuta en el piano, cuya letra y música pertenecen en la vida real a un sobreviviente del Holocausto y es introducido ficcionalmente en este film, pero todo pasa muy rápido y no se entiende).
Lo mejor que he visto este año, lejos.
Ahora que se menciona, me pareció muy bien la escena del vómito, sobre todo porque resuena con una escena similar en «The Act of Killing» seguramente mejor «lograda» que aquí,si cabe el adjetivo, pero igualmente pertinente. Cabe sospechar que se trata de un antecedente conocido y apropiado por el director. Saludos
Es un peliculón, es muy crítica con el pasado y lo invoca magistralmente a nuestro presente. No nos hace identificarnos con ellos, y nos propone la distancia precisa para poder despreciarlos y para no comprenderlos, pero sí conocerlos, sí desenmascararlos. La película no quiere que empaticemos con ese mal. El terror fuera de cuadro es más terrorífico que nunca antes, y el momento documental le da más peso a lo innombrable. Desde Son of Saul que no llegaba un punto de vista tan nuevo sobre una historia que pensábamos conocer. El discurso en los Oscars cierra cualquier duda.